La víspera
Rodrigo Olay
Pocos poetas han leído tanto y tan bien a sus contemporáneos
como Rodrigo Olay. Lo demostró en su primer libro, Cerrar los ojos para verte; lo vuelve a demostrar en La víspera, una obra que daría mucho
juego en un taller literario, que podría servir como base para un curso de
métrica, de figuras retóricas, de poesía española actual.
Los modelos
una veces se exhiben explícitamente (Jaime Siles, José Luis Piquero, Miguel
d’Ors), otras se deja al lector el trabajo gustoso de irlos descubriendo. Así
“La búsqueda” le da la vuelta a un poema de Ángel González, el que inicia Sin esperanza, con convencimiento.
“Hablaste mal, debiste haber contado / otras historias: / violines estirándose
indolentes…”, le reprocha un anónimo interlocutor. En el poema de Olay, el
reproche va en sentido contrario: “Hablaste mal, debiste / ensuciarte las
manos”. Dos versos del autor de Palabra
sobre palabra se reproducen
textualmente: “canto lo que perdí, por lo que muero”, “en este tiempo
hostil, propicio al odio”. En otros poemas la nieve cae “poco a copo”, como en
Blas de Otero, o un viajero se interna en el mar “de los sus ojos tan fuertemente
llorando”.
Buena parte
de los textos de La Víspera son ejercicios de virtuoso (también lo
es el poema en asturiano), casi siempre admirables. El soneto aparece en todas
sus modalidades. Los hay en versos alejandrinos (como el muy ingenioso “Cárcel
de amor”, perfecto ejemplo de “engaño-desengaño”, tal como fue estudiado por
Carlos Bousoño) y en manuelmachadianos trisílabos (“Enojos, / atajos, /
trabajos, / cerrojos”). Abundan la paronomasia y el calambur (“todo lo cura y
soy todo locura”, “y amar a veces sabe a mar amargo”, “que ningún velo ve lo
que ocultaba”). Y no se desdeña el rebuscamiento expresivo: “Te daré al mar; y
a Dios, gracias si no te salvas”, dice la princesa en el soneto “A la corte de
Antíoco ha llegado un viajero”.
Junto a los
ejercicios de estilo y “a la manera de”, hay otra poesía que podríamos llamar
erudita. “Voyage autour de ma chambre” lleva el subtítulo de “Nota a pie de
página” y eso es: una nota a pie de página del Teatro crítico universal de Feijoo en la que se compara su versión
de un fragmento de Virgilio con otras versiones (claro que también este poema
sigue un modelo, Luis Alberto de Cuenca). En “Diffugere nives” toma la voz un
alumno de A. E. Housman para contarnos cómo “aquel viejo maestro solitario”
dejo a un lado un día el comentario de Manilio para leer un poema de Horacio,
la oda VII, del libro IV, que Olay parafrasea en español (“Han huido las
nieves” se convierte en “El manto que cubría los hombros del invierno / se ha
ido deshaciendo”) como antes Housman la recreó en inglés (“The snows are fled
away”).
Pero no
solo encontramos en La víspera al
buen lector, al aplicado escolar, a “il miglior fabbro”, como calificó Eliot a
Pound, de la joven poesía española. También hay otros poemas más intimistas y personales,
como los dedicados a la madre o a los abuelos, que a ratos parecen incurrir en
el sentimentalismo o bordear la falacia patética.
Rodrigo Olay,
por tantas razones admirable, acierta menos cuando no pretende hacer un simple
ejercicio de estilo. Dos poemas, el primero y el último, se titulan como el
libro. El primero –una enumeración de “vísperas” (“cada cinco de enero”, “la
última semana del colegio”, “la noche antes de un viaje”), siempre mejores que
lo que vendría después– recrea un
conocido tópico; el último, describe a una agonizante y termina con una frase que quiere ser sugerente y quizá es
solo banal y prescindible.
Resulta
frecuente que los poemas de Olay no acierten con el final y que ese desacierto
haga desmoronarse al conjunto.. “El envidiado” nos presenta a un hombre común
(“No poseo riquezas. / No soy dueño de hombres. / Tampoco tengo tierras / ni
fuerza, ni belleza”) al que todos envidian –“con la fuerza del verano”– porque
posee un don. ¿Y cuál es ese don? Simplemente que ama a su amiga “tantos años
después, igual que entonces”. Pues como ella no le siga amando –piensa el
lector– más que un don es un suplicio.
“Contra el
poema anterior (emblema)” dice así: “No busques a lo lejos / ni verdad ni
belleza. / no hacen falta. Están cerca. / Mírate”. El poema anterior, al que
parece aludir el título, es “Xanadú”, un soneto que refiere el famoso sueño de
Coleridge sobre el palacio de Kublai Khan. ¿Qué quiere decir el breve poema de
Olay, que no hay que buscar fuera la verdad y la belleza, que basta mirarse al
espejo? Quizá habría sido mejor titularlo “Narciso”.
“Día de
nieve” ejemplifica bien que en el joven Olay (nació en 1989) el pensar no es
tan atinado como el decir y que se le suele escapar la estructura interna del
poema cuando no escribe sobe una falsilla. La primera parte del poema es una
brillante sucesión de imágenes sobre la nieve (“la luna hecha pedazos”, “la
niebla por los suelos”, “arena pura / que tirita, aterida”). La segunda parte
comienza con un “pero a ti, nieve nueva, nada quiero decirte” (después de haberle
dicho tantas cosas); a quien quiere darle las gracias es a la nieve del día
después porque gracias a ella sabemos “que no fue ayer un sueño”. Y termina:
“Gracias a ti sabemos / que, a veces, / sí que ocurren / los / milagros”. O sea
que nos describe un día de nieve y eso no le basta para saber que a veces
ocurre el milagro de la nieve, sino que ha de esperar al día siguiente para que
la nieve sucia le recuerde que el día anterior ha nevado y por lo tanto a veces
ocurren los milagros.
A más de un
poema se le podría aplicar el mismo escalpelo. Hay en Rodrigo Olay una
prodigiosa capacidad lingüística y mimética que parece exceder a su experiencia
del mundo. En el dorsiano poema de amor titulado “Acción de gracias” (con su
tono coloquial y su divagaciones y sus “pequeños detalles exactos”) leemos:
“Muchas veces escribo con lo peor de mí, / con los no, con los nunca, con los
miedos pasados”. Pero el lector sabe que eso no es cierto, que está mimetizando
a otro poeta, que él siempre escribe como buen hijo de familia que ama a su
novia “tanto como mi madre a mí”.
Pero si la
poesía no se hace con ideas, sino con palabras, como quería Mallarmé, Rodrigo
Olay utiliza a menudo las mejores palabras y en el mejor orden (“Cose la lluvia
/ con momentáneos hilos / la tierra al cielo”). Y eso, tan poco frecuente, ya
es digno de admiración.