Fabricación de las islas (Poesía y metapoesía)
Aurora Luque
Valencia. Pretextos,
2014.
No todos los libros comienzan en la primera página. La nueva
antología de Aurora Luque lo hace exactamente en la 54. Antes encontramos un
prefacio de Caballero Bonald que no es más que una prolongación de la página de
cortesía; un largo estudio de Josefa Álvarez Valadés, responsable también de la
selección, sin interés fuera de los círculos académicos, y un poema, “Los cantos
de Eurídice”, correspondiente a un libro previo, Hiperiónida, en el que la autora ya mostraba su interés por el
mundo clásico, pero en el que aún estaba lejos de encontrar su lenguaje. Copio
la glosa “metapoética” de la antóloga a unos versos (“Recuérdame como uno de
esos seres / que no pude asumir: / la rosa abierta al día / sin deseos azules”)
de ese poema: “la rosa desde la antigüedad ha servido como símbolo de la
belleza, de la creación y de la obra poética y al mencionarse de ella que no
tiene ‘deseos azules’ la voz poética la aparta radicalmente de tendencias
literarias como el modernismo de Rubén Darío, para quien el azul era el color
por excelencia y la escritura poética el misterio de hacer ‘rosas artificiales
que huelen a primavera’. De esta concepción creadora se aparta una Eurídice,
ahora ya lo intuimos, aspirante a poeta, al querer ser evocada como una rosa
real abierta al día y vincularse con ello a una forma de crear inseparable de
la vida”.
Nada pierde
el libro si prescindimos de ese medio centenar páginas, todo lo contrario.
Aurora Luque ha sabido aunar en sus versos hedonismo y cultura, una atenta
mirada al mundo contemporáneo y los ecos mejores del mundo clásico. Nadie como
ella puede volver a contarnos un mito (el de Pandora, por ejemplo, en “Aviso de
Correos”) sin que suene a arqueología, a ejercicio de erudición; nadie como
ella conversa con los clásicos con tanta naturalidad: “Deja de hacer locuras,
desgraciado Catulo”.
De la
poesía, de la literatura en general, hablan muchos de estos poemas. En “La isla
de Kirrin” evoca las primeras lecturas adolescentes, quizá todavía no gran
literatura, pero ya plataforma perfecta para el ensueño y la invitación al
viaje. “Tópico” le da una enésima vuelta al “Carpe diem” horaciano. “Ya no
atrapes el día –no se deja, / no es tan fácil ser dueño del presente”,
comienza; y concluye: “Si no lo acosas puede / que se tienda sumiso / de noche
en tu regazo”. Los limones fulgentes entrevistos en unos versos de Montale le
sirven para definir al amor. “Nota a Emily Dickinson” titula uno de los poemas.
“Cócteles”
ejemplifica bien la manera de hacer de Aurora Luque. En ese poema nos da la
receta de su combinado alcohólico preferido a la hora de escribir: “Entibiaba
la hoja poco a poco / ginebra con limón, arias del dieciocho, / martinis rojos,
tangos, bourbon, mornas, / copla vieja con vino de Mollina, / Sabicas con
Sanlúcar, / Rossini, Billie Holiday”. Para el final quedan los ingredientes más
importantes: “Y algún trozo de cáscara / del corazón. Añádase la vida / con su
amargor oscuro, indefinido, / su hielo que no quiso derretirse”.
Los poemas
de Aurora Luque se paladean, se saborean como esos figurados cócteles suyos;
tienen siempre olor, color y sabor; embriagan, pero no adormecen; aunque a
veces parecen contraponer vida y literatura, saben que la literatura es parte
de la vida, y con frecuencia la mejor parte. Las notas de sus cuadernos
añadidas al final (bajo el equívoco título de “Aforismos”) apuntan, como no
podía ser de otra manera, en la misma dirección.
Intenta a
veces el epigrama satírico, pero acierta sobre todo en el fulgor celebrativo.
Más dionisíaca que apolínea, sabe que el regalo mayor de los dioses son “los
feroces racimos del deseo, / su pulpa ensangrentada”. Lo arriesga todo “por la
cima / del amor o del arte”, como nos dice en “Hybris”, aunque no ignore que en
la cima está la nada.
Poemas
intensos siempre, aunque a veces parezcan distenderse en la anécdota lectora o
viajera (“La Habana multifrutas”, “La linterna”), nunca vacuos ni imprecisos,
nunca seca flor de erudito herbolario. De ellos no podrán decirse las palabras
de “El fantasma de Evergreens”: “Sabrás más de lo eterno y de lo bello / si tus
dedos comprimen esta hoja roja y fresca / o sigues a ese pájaro en su vuelo /
travieso en la ciudad / que si escarbas mis versos / buscando vuelo y savia. /
Corre, sal, vive, vuela. / Los poemas son solamente cápsulas, / aditivos,
morfinas, antibióticos”.
No los de
Aurora Luque, concentrado de vida cien por cien natural, fruta del tiempo,
jardín y biblioteca.