20 buenísimas razones para no leer nunca más
Pierre Menard
Traducción de Palmira
Feixas
Ilustraciones de Ana
Flecha Marco
Los libros del lince.
Barcelona, 2016
El título de este desenfadado panfleto de Pierre Menard (el
nombre no parece ser un pseudónimo borgiano) anuncia veinte buenas razones para
no leer. Se ofrecen algunas más, pero ninguna, no ya buena (y las hay, sobre
todo para no leer a determinados autores), sino medianamente razonable.
“Los lectores
mienten” se titula uno de los capítulos. Tras resumir la historia del traje del
emperador que tan admirablemente nos contaron don Juan Manuel, Cervantes y
Andersen, continúa: “Los escritores, los libreros y los editores, todos ellos
hábiles sastres, alaban la belleza de lo que venden. Pero ¿cómo podría ser
desinteresada su opinión, teniendo en cuenta que se ganan la vida precisamente
vendiéndonos sus mercancías? Da igual. Los ingenuos no quieren que los tomen
por tontos. Se precipitan a la librería o la biblioteca y luego se ponen a
leer, convencidos de que los paralepípedos de papel son fragmentos de
inteligencia y de belleza. Ya es hora de abrirles los ojos”.
¿Pero en
qué mundo vive Pierre Menard? ¿En qué país los lectores se precipitan a la
librería nada más escuchar al autor elogiar su obra? Las razones de Pierre
Menard (al parecer un joven francés de poco más de veinte años que trabaja en
una consultoría de negocios) insultan a menudo la inteligencia de sus lectores,
sin que el tono humorístico le sirva de excusa. “Leer mata” titula uno de los
capítulos y lo ejemplifica con que García Lorca fue fusilado. Y si no logran
que sus libros los maten (para Pierre Menard, en esto muy borgiano, lector y
escritor son lo mismo), se suicidan: “Primo Levi se tiró por el hueco de la
escalera”. ¿Por leer, por escribir?
No ayuda
demasiado al interés del libro la traducción de Palmira Feixas, que trata de
adaptarlo añadiéndole referencias a autores españoles, casi siempre muy traídas
por los pelos (la alusión al Pascual
Duarte) o falsamente atribuidas, como la anécdota sobre Dante y Lope de
Vega.
Pero este
presunto ataque a la lectura, esta dilatada broma sin demasiada gracia, tiene
una utilidad, confirma el dicho de que no hay libro malo que no contenga algo
bueno. Pone de relieve que la mayoría de las habituales defensas de la lectura
no incurren menos en el sofisma y la desinformación.
Un ejemplo
reciente lo constituye la serie “Lectura y vida” publicada en el diario El País por Juan José Millás. Resume
docenas y docenas de charlas dadas a los alumnos de institutos y universidades.
No pretende ser humorística, como el panfleto de Pierre Menard, aunque no
prescinda de rasgos de humor (ni de los cuentecillos surrealistas que ha
popularizado en sus columnas), y eso acentúa lo que en ella hay de desprecio a
la realidad y a la inteligencia de los lectores.
Un ejemplo:
“Les digo a los chicos y a las chicas que, de todas formas, en fin, si no leen
para comprender el mundo, ni para modificar la realidad, ni para no ser manipulados,
etc., lean al menos por dinero”. Y continúa afirmando que hay demasiados
arquitectos, ingenieros, condenados al paro o al subempleo, pero que en cambio
aumenta la demanda de las personas que sepan leer y escribir. ¿Nunca ha
levantado el brazo alguno de esos alumnos y le ha preguntado si conoce algún
arquitecto o ingeniero que no sepa leer y escribir? Continúa el bueno de Millás
metiéndose en jardines (pero involuntariamente, al contrario que Menard) al
afirmar que hoy en día es mucho más difícil ser astronauta que telefonista,
porque a unas oposiciones a telefonista de la Comunidad de Madrid para seis o
siete plazas se presentaron “del orden de las sesenta o setenta mil personas”.
También sería entonces mucho más difícil que ser catedrático de Universidad:
para cada plaza se presentan solo tres o cuatro candidatos. Ignora Millás que
determinados requisitos (en el caso de astronauta o de catedrático) han
eliminado ya a miles de posibles aspirantes. Sin miedo al ridículo, llega a
afirmar muy en serio que “desde el punto de vista estadístico cualquier español
que sepa leer y escribir tiene más posibilidades de ganar el premio Planeta que
de obtener una plaza de telefonista”. Antes de llevarle a dar otra charla en un
instituto (o de encargarle un artículo de opinión), habría en matricular a
Millás en un curso de estadística.
La lectura
en general, que no necesita defensa, suele ser confundida con la lectura de
libros y, más en concreto, con la lectura de libros literarios, sobre todo
novelas. Que leer es imprescindible lo demuestra la desaparición del
analfabetismo; que leer libros lo es igualmente, lo demuestra el que nadie
puede desempeñar un trabajo medianamente cualificado si no ha leído los
manuales de su especialidad, si no sigue al tanto de lo que se publica sobre la
materia.
La mayor
parte de las librerías están llenas de libros que no son de literatura (o son
de mala literatura) y gracias a ellos sobreviven.
¿Ayudan a
entender la realidad la mayoría de los best-seller? Sirven para pasar el rato,
y no es poco mérito, pero no resulta intelectualmente más valioso leer una
novela policíaca que ver una serie de televisión.
Leer y
escribir son actividades imprescindibles en el mundo contemporáneo (por eso se
enseñan en la escuela). Leer libros fuera de nuestros intereses profesionales,
no es ni bueno ni malo. Es como ver la televisión o ir al cine. Depende de lo
que se vea, depende de lo que se lea.