Bloc de otoño
Luis Alberto de
Cuenca
Madrid. Visor, 2018.
Los principios y los finales se parecen. Los aprendices de
poetas no escriben libros de poemas, sino poemas, muchos poemas, y por lo
general sin título. Cuenta Félix de Azúa que la primera vez que visitó a
Aleixandre, siguiendo el ritual de tantos otros poetas jóvenes, le mostró una
carpeta con más de trescientos poemas inéditos: “Aleixandre, en lugar de
despedirme, que parecía lo sensato, tuvo la paciencia de insinuar que le
llevara una selección más rigurosa. Y así, tras una criba trágica, me quedé en
veinticuatro poemas que aparecieron tras el pintoresco título de Cepo para nutria”.
A partir de
cierta edad, los poetas tienden a prescindir de cualquier criba, trágica o no,
y publican todo lo que escriben sin preocuparse de darles una unidad, más o
menos artificiosa, al conjunto. Los títulos de los últimos libros de Luis
Alberto de Cuenca, Cuaderno de verano y
Bloc de otoño, indican bien este
carácter facticio, acumulativo del conjunto.
¿Habría
ganado Bloc de otoño con una cierta
poda? No parece que haya muchas dudas. Pero el autor ha preferido que la hagan
los lectores, a los que invita a leer anárquicamente, abriendo por cualquier
página, “que es como deben leerse los libros de poesía que se precien de
serlo”.
En Bloc de otoño, que también podría
haberse titulado Variaciones y
reincidencias, como la poesía completa de Javier Salvago, está todo Luis
Alberto de Cuenca, el mejor y el peor, el que fascina a lectores de cualquier
edad y condición y el que condesciende en exceso a la facilidad y a la anécdota.
Todo no,
queda fuera el rebuscado culturalismo de los primeros tiempos, el poeta
anterior a La caja de plata, que
gustaba de cultivar un “trovar clus” solo para iniciados. Ahora se ha pasado al
extremo contrario: “Lo mismo que la miel, nada más degustarla / nos endulza la
boca, los poemas se escriben / para que, de primeras, se entiendan. Deben ser /
claros. Si no lo son, serán como el discurso / que un mudo endilga a un sordo”.
Habría que
recordarle una de las glosas de Eugenio d’Ors, titulada precisamente “Claridad
y facilidad”: “No me cansaré de no confundir estas nociones, atribuyendo
siempre claridad a lo fácil y oscuridad a lo difícil; cuando lo más frecuente
es el caso contrario. Las abstracciones matemáticas son más difíciles que las
observaciones biológicas. Y, sin embargo, más claras que ellas”.
Bloc de otoño se estructura en cinco
partes, que parecen tener una unidad (llevan título), pero que solo agrupan los
poemas por año de escritura. Aunque entremezcladas, hay varias secciones en el
libro. Por un lado, están los poemas cuyo título comienza con “Sueño de…”, que
pueden corresponderse o no con un sueño real, y que continúan uno de los tonos
más característicos de Luis Alberto de Cuenca. Muchos de ellos podrían formar
parte de la mejor antología del relato fantástico.
Otra
abundante sección del libro está formada por las variaciones de otros poetas,
casi todos clásicos griegos y latinos. De uno de los más conocidos poemas de
Catulo (“Me preguntas, Lesbia, cuántos besos tuyos / bastarían a saciarme”) nos
ofrece una versión que cambia el nombre de la amada por el de Carmilla, el
famoso personaje de Sheridan Le Fanu: “Me preguntas, Carmilla, cuántos besos /
tuyo me saciarían esta noche / de la razón en que las criaturas / lovecrafianas
han tomado el mando / y no se mueve nadie sin permiso. / Y te respondo que con
uno solo / con dientes (no con lengua) que horadase / mi yugular tendría
suficiente. / No quiero seguir vivo en este mundo / donde no hay más que
idiotas y tarados / que han prohibido los mitos y los héroes”.
Junto a las
glosas clásicas, hay también alguna variación de poemas chinos (“Los veteranos
del emperador”, de Li Bai), en ocasiones sin indicarlo, como en el caso de “Tristeza
verdadera”, que recrea un poema de Sin K’i-Tsi: “De joven no conocía el gusto /
de la melancolía”.
Otro poema,
“La visita de Bárbola”, recrea una de los más conocidos romancillos de Góngora
(“Hermana Marica, / mañana que es fiesta, / no irás tú a la miga / ni iré yo a
la escuela”), convirtiéndolo en una de sus habituales estampas oníricas:
“Perdona, Dios mío, / las bellaquerías / que hicimos yo y ella / cuando estaba
viva. / Sé bueno, Señor, / borra de mi vista / la espantosa imagen / que se me
echa encima. / Haz que me despierte / de esta pesadilla”.
Todo Luis
Alberto de Cuenca, como ya dije, y totum
revolutum, está en este libro. Hay bien humorados poemas a los hijos y
otros en los que no le importa incurrir en el sentimentalismo (“Palabras para
Inés y Álvaro”). Abundan las ensoñaciones eróticas, el recrearse en la belleza
que perdimos un instante y que vuelve una y otra vez a nuestros sueños y a
nuestras pesadillas, y no faltan las gotas de misoginia: odio et amo.
Recuerdos
de infancia (“Deseo de ser detective”), homenajes a escritores (“Elogio de
Michel Houellebecq”), junto a prosaísmos varios, casi de banal columna
periodística: “Escribí alguna vez que la Kammermusik
/ de Brahms era uno de esos pináculos de arte / que no deben faltar en las
más exclusivas / colecciones de música de siempre” (claro que peor es cuando se
siente “rodeado / de corrección política y de buenismo estúpido / y de redes
sociales que hacen de este planeta / un lugar invivible”). Esta disonante
variedad resulta deliberada: “Ha llegado el momento de hacer versos / con todo
y sobre todo”, escribe al comienzo de uno de sus poemas.
Al final,
no importa que en Bloc de otoño sobren
algunas páginas. Quizá sea mejor así: es un placer añadido que se nos permita
rebuscar entre los revueltos papeles del poeta hasta dar con unos versos que
nos hacen sonreír, emocionarnos, asombrarnos, que se nos quedan en la memoria
para siempre.