El delito mayor
Francisco Alba
Trabe. Oviedo, 2022.
Hay libros que nos cortan el aliento. El delito mayor,
de Francisco Alba, es uno de ellos. El título remite a Calderón: “porque el
delito mayor / del hombre es haber nacido”. Pocas veces se ha expresado una
visión tan desoladora de la existencia humana, aunque de Schopenhauer a Cioran
haya tantos ejemplos anteriores. Y se hace, no de una manera abstracta, con
grandes palabras, sino con elementos muy concretos y casi costumbristas, con
mezcla constante de los varios registros del lenguaje, incurriendo a menudo en
el humor negro y el sarcasmo.
Apenas se
deja un momento de respiro al lector. El libro ha de irse leyendo poco a poco,
saliendo a respirar aire libre, o más placenteras lecturas, entre un poema y
otro. Abundan las referencias culturales tanto como las experienciales, Hegel
alterna con Josefa la vieyina, Trubia con Vladivostok. “Apocalipsis
barato” se titula uno de los poemas y un ambiente apocalíptico, de fin del
mundo, caracteriza a muchos de ellos. El texto inicial, “Principios de economía política”, termina con
estos versos definitorios: “De la civilización terrestre, ¿qué diremos? / Que
dejará residuos nucleares y un vibrador de látex”.
Frente al decir desparramado, hiriente,
sorprendente, de la mayoría de los poemas sorprende la concisión de unos pocos,
como “Mare serenitatis”, que reduce la historia de la Tierra a tres momentos:
“Día primero: / la luz de la estrella / la playa desierta / solo agua y arena.
// Día segundo: / tú que ahora mismo / estás leyendo esto / Complicación
inútil. // Día tercero: / La luz de la estrella / Los mares desbocados / Ningún
latido. Rocas”.
Desnudo
lirismo hay en “Fugaz estela”, que habla de un amor que existió desde el
principio del mundo: “Te conocí mucho antes de nacer / no dejamos ni huella en
el sendero / —no había
soledad, no había sendero— / No había ni extensión ni temporalidad”. Y la
poesía de la aventura, la nostalgia de los grandes viajes del tiempo de los
exploradores, asoma en “Barco ruso en el puerto de Avilés”: “Ese buque en el
muelle / es tan hermoso / como el signo duro / de la lengua rusa. / En la amura
está escrito / su nombre en ruso: Tierra
del Norte. / Tiene (lo estoy viendo todavía) esa quietud tan rusa / de las
cosas que mueren / lentamente / que regresan despacio / disgregándose / al mar
de lo indistinto, al más profundo / seno de la materia”.
Gusta Francisco Alba de entremezclar
en sus versos algún conocido verso ajeno. “Canción prenatal” comienza
remitiendo a César Vallejo (uno de sus maestros) y entremezclando la desolación
existencial con la crítica de la sociedad contemporánea: “Considerando en frío
imparcialmente / a la mujer encinta / ¿Veis a ese cuerpo en posición fetal? / ¡Hola,
criatura, cómo estás! / Dime en qué barrio vive tu mamá / y yo te contaré tu
porvenir”. Los versos finales juegan, como todo el libro, con el dictum de
Sófocles (“No haber nacido es lo mejor que le puede ocurrir al hombre”): “El
precipicio es el nacimiento. / En este mundo de francotiradores / a punto estás
de hacer una locura / Asomar la cabeza”.
En el poema siguiente, las
“corrientes aguas, puras, cristalinas” de Garcilaso se utilizan “para
refrigerar el núcleo del reactor”. Pero las referencias culturales de Francisco
Alba van más allá de las habituales lecturas poéticas: las alusiones a la
ciencia y a la filosofía, a menudo sarcásticas, son constantes. “Only
gentuza” descalifica ya desde el título a los científicos del siglo XX: “Fueron
cayendo uno a uno / en ciudades ardiendo o al otro lado del océano / los
alucinantes sabios de Brecht / Demócrito y Arquímedes les miran / con asombro
desde la nada trágica / La materia se ahoga en el mar de Dirac”.
Un libro de tonos muy diversos y
lleno de sorpresas expresivas El delito mayor, en el que la caótica
puntuación, que no dificulta la inteligibilidad, acentúa la sensación de
desorden que el autor quiere transmitir.
Uno de los más extensos poemas del
libro, “Pravda querida”, describe, con muchos nombres propios, con precisión
extrema, un mundo rural ya desaparecido y que no se parecía en nada al idílico
que la nostalgia nos quiere mostrar. “Ancha es Manchuria” —otro juego de
palabras— se aproxima a la prosa y al collage periodístico para dar su versión
propia de un viejo tópico: la amenaza China.
En el centro del volumen, dos
poemas, “Carmen” y “Unfallstelle” (podría traducirse como “el lugar del
crimen”), aluden a un acontecimiento trágico en la vida del autor que
ejemplifica como ningún otro lo que de absurdo hay en la existencia humana: “A
pocos metros de donde tú caíste / hay un tumulto de terrazas donde el vulgo
habla de la peste / y carteles que invitan a tomarse / el primer café del día
con una sonrisa / Los vecinos de este edificio decoran en Navidad sus ventanas
/ Que sepan que viven dentro de un patíbulo”.
Sorprende siempre Francisco Alba,
desasosiega, inquieta, nos hace sonreír a veces para helarnos enseguida la
sonrisa en los labios. Con hojas dispersas de la enciclopedia, con materiales
de desecho, con basura sideral construye un monumento a “la desnudez total de
nuestra nada”, como un Leopardi que hubiera leído a Eliot y conociera los
programas basura de la televisión, telediarios incluidos.