jueves, 31 de julio de 2025

Xuan Bello, ensayo de una despedida

 

Este lunes recibí su última llamada. “¿Vas a pasar hoy por Los Porches?”. “Sí, como siempre, voy para allí”. “Pues voy a cortarme el pelo y luego paso para charlar un rato”. Y pasó, como tantas veces, y allí estuvimos hablando de literatura, del asturiano y de todo lo divino y lo humano, como tantas veces desde que, todavía un adolescente, en 1982 o 1983, se presentó en la tertulia con su primer libro recién publicado.

Al final, cuando esperábamos junto al mostrador para pagar, bajo un poco la voz y me dijo: “No estoy llevando muy bien lo de los sesenta años”. Y yo le repetí los versos de Vicente Gaos que siempre me vienen a la memoria en estas ocasiones: “La vida es dura / y no hay consuelo. / Saca el pañuelo, / literatura”.

Pero de qué poco nos sirve la literatura cuando la realidad nos rompe el corazón. Fue Martín López-Vega –que le dedicó un memorable poema: “Yendo a casa de Xuan Bello con unas semillas que le traigo de Portugal” -- quien me dio la noticia. Y yo tardaré en hacerme a la idea de que no volveré a verle.

Recuerdo otra muerte igualmente inesperada, la de Víctor Botas, que todavía nos duele. No eran solo dos escritores admirados, eran parte de mi familia. Y como siempre ocurre cuando se nos va alguien de la familia al dolor le acompaña cierto remordimiento. ¿Le dije lo mucho que le admiraba? ¿Adivinó lo mucho que le quería?

Le leía todos los domingos y no sé si siempre supe elogiarle adecuadamente. Yo soy más de peros que de enhorabuenas. “¿Para cuándo otro libro tuyo? ¿No te estarás durmiendo sobre tus laureles?”, le reproché más de una vez.

 González Ruano se lamentaba de haber despilfarro el oro de su literatura en la calderilla del periodismo, pero Xuan no lo despilfarraba. Cada domingo nos regalaba un nuevo capítulo de la historia universal e interminable de Paniceiros.

Ahora queda agavillar esa prodigiosa cosecha. No lamentamos el cese de su escritura. Pronto comenzará a llegar nuevos libros suyos, los que él no se entretuvo en ordenar porque tenía prisa. Intuía que le podía llamar en cualquier momento, como a cualquiera de nosotros.

Pero de qué sirve el pañuelo de la literatura ante este insoportable desconsuelo. Xuan, querido Xuan, ya eres inmortal como los dioses, ya estás al margen de la miseria de este mundo, ya no pasarás por nuestra tertulia, pero no la echarás de menos, porque ahora compartes un vaso de buen vino e historias prodigiosas con Cunqueiro y con Horacio, con Borges y con Botas (y también, por supuesto, con el padre Galo).

 Te despido con los versos de Manuel Machado, que tantas veces repetimos en otras despedidas y que siempre nos ponían lágrimas en los ojos: “Valiente soldado del arte, / adiós, que pronto nos veremos. / También nosotros nos iremos / con nuestra música a otra parte”.



domingo, 20 de julio de 2025

Tertulias de antaño: Jorge Luis Borges, el otro, el mismo

 

(La mesa con libros. Alguien toma el libro Atlas . Lo abre por las páginas 30-31. La imagen llena la pantalla y luego se centra en el rostro de Borges. Imagen del café Florian visto desde el exterior. Luego foto de la página 22, con Kodama y Borges en el café. Imágenes en color de Buenos Aires. Finaliza con la foto de la página 59. Entretanto se oye la voz de Borges leyendo “Borges y yo”) 

Voz de Borges

“Al otro, a Borges, es al que le ocurren las cosas... Yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica”.

José Havel

Del otro Borges, del que se dejaba vivir para luego ser justificado por la literatura habla este volumen inmenso, escuetamente titulado Borges, en el que Adolfo Bioy Casares fue anotando sus encuentros con el escritor durante casi cuarenta años. Casi siempre se veían en casa de los Bioy. “Come en casa Borges” comienza casi todas las anotaciones.

Catalina Valdés

¿Y tanto tenían que contarse? Porque son casi dos mil páginas, más que la obra completa de Borges.

Javier Almuzara

Sin exageraciones. No llegan a las mil setecientas. Es un libro tedioso, apasionante y en buena parte ilegible. No es para cualquier lector, solo para los apasionados de Borges.

José Havel

Muy apasionados. Porque como carece de índice onomástico y temático no es posible buscar lo que Borges pensaba sobre un tema o sobre un autor concreto.

Javier Almuzara

Es un libro que debe recorrerse al azar, abriéndolo por cualquier página y viendo lo que uno se encuentra. Y se encuentra tantas cosas insignificantes como en cualquier mercadillo. Y, de vez en cuando, alguna maravilla: un rasgo de ingenio, un sarcasmo feroz, una ocurrencia brillante.

Silvia Ugidos

A mí lo que más me ha interesado es el Borges cotidiano que aparece en estas páginas. Un personaje entrañable y grotesco, casi un niño grande, o sin casi. Parece que todos le dominan, empezando por la madre terrible, una especie cruce entre bruja y sargento, pero al final él hace lo que quiere. A veces se quitaba los dientes en público, quiero decir entre amigos, y entonces su cara se deformaba, su boca era como un buzón horrible, todos se asustaban, pero él seguía hablando de la hipálage o de lo que fuera, como si tal cosa. Y era ya un anciano venerable y seguía siendo tan enamoradizo como un adolescente. María Esther Vázquez, que fue una de sus novias, cuenta que era compulsiva, que llamaba continuamente por teléfono, que no daba tregua, siempre encontraba pretextos para una cita. Y casi todo lo tenía que hacer a escondidas de la madre, a la que nunca le gustaban sus novias.

Catalina Valdés

¿Quién no ha conocido a gente así? ¡Y encima no eran poetas!

 Javier Almuzara

Hay un libro famoso, Balzac en zapatillas , de Leon Gozlan, que yo creo que es el primero de esas obras que presentan a un autor en su intimidad. Las Conversaciones con Goethe, de Eckerman, son otra cosa. Ahí Goethe está visto siempre como un ser superior. Bioy, que admiraba mucho a Borges, no siempre nos muestra un personaje admirable. A veces involuntariamente. Sus propios prejuicios políticos y sociales quedan muy patentes en bastantes casos.

Marcos Tramón

Yo he abierto este libro e inmediatamente lo he cerrado y he ido en busca de sus poesías completas. Ahí está el único Borges que a mí me interesa.

Silvia Ugidos

Ese el Borges que más nos interesa a todos. Pero yo me divierto mucho con las páginas de este mamotreto y pienso seguir divirtiéndome. No es un libro, hay muchos libros entremezclados. Es, por ejemplo, una sátira de la clase alta argentina. Las mujeres que aparecen por estas páginas, como esa terrible Bibiloni de Bullrich, ocurren tienenncias desopilantes. Y es también un buen ejemplo de taller literario. Pero de eso sabe más Javier.

Javier Almuzara

 Sí, aquí se hacen muchas observaciones sobre los entresijos de la literatura. Lo que ocurre es que se habla más de las obras que escribieron en colaboración que de las del propio Borges. Salvo las Crónicas de Bustos Domech, esas obras conjuntas a mí me parecen que están demasiado ligadas a la actualidad argentina y muestran un humor en exceso peculiar, una especie de jerga particular entre amigos.

Catalina Valdés

Yo he hojeado el volumen mientras vosotros hablabais y he encontrado, así al azar, una diatriba feroz contra la literatura española, de la que casi solo salvan a Cervantes ya Cansinos; una homofobia muy reiterada; unas opiniones políticas bastante discutibles, sobre todo con sus elogios a los militares, que ya se sabe cómo acabaron; una burla continua de casi todos los escritores argentinos, de Güiraldes a Mallea... Este Borges no solo era un buen escritor, parece que como persona también era una buena pieza. 

Silvia Ugidos

Era un perpetuo adolescente fascinado con los juegos de la inteligencia, un niño grande que no siempre era muy consciente del daño que hacía. A mí no me habría importado conocerle.

José Havel

Se habría enamorado de ti, le gustaban las mujeres inteligentes y un poquito agresivas, siempre con la respuesta ocurrente en la punta de la lengua.

Silvia Ugidos

Pues me vas a permitir que la respuesta que tengo en este momento en la punta de la lengua me la calle.

Marcos Tramón

Volvamos al mejor Borges. Hay un soneto suyo, “Buenos Aires”, que yo me repito en los momentos de desánimo y que siempre me trae a la memoria las imágenes en blanco y negro de Horacio Coppola.

 

Y la ciudad ahora es como un plano

de mis humillaciones y fracasos;

desde esta puerta he visto los ocasos

y ante ese mármol he guardado en vano.

 

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto

me han separado los casos comunes

de toda suerte humana; aquí mis pasos

urden su incalculable laberinto.

 

Aquí la tarde incierta espera

el fruto que le debe la mañana;

aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá ligera.

 

No nos une el amor sino el espanto;

Será por eso que la quiero tanto.



martes, 15 de julio de 2025

Tertulias de antaño: Miguel Torga, autobiografía de un siglo

   

José Havel · Ana Vega · Marcos Tramón · José Luis García Martín 

José Havel

Poeta, narrador, autor de uno de los diarios más excepcionales de nuestro tiempo, Miguel Torga es quizás el escritor portugués de mayor cercanía a la cultura española. Él se considera un escritor ibérico, combinando en esa palabra las dos grandes naciones peninsulares, que tanto tienen en común. Cambió su nombre civil, Adolfo Rocha, con el que escribió sus primeros libros por el de Miguel Torga, para homenajear a los dos escritores que más admiraba, Miguel de Cervantes y Miguel de Unamuno. 

Ana Vega

Si prodigiosa resulta cualquier vida, más prodigiosa resulta la de Miguel Torga porque no fue una vida cualquiera. Nació, pronto hará exactamente cien años, en una aldea perdida de Trás-os-Montes, conoció a los once años la negrura del seminario, a los trece la emigración a América... A los dieciocho vuelve a Portugal para hacerse médico en Coímbra, donde luego ejercerá su profesión durante más de medio siglo. 

Marcos Tramón

El triunfo de la voluntad , si no fuera por las pardas resonancias nazis, podría haberse titulado su autobiografía. Él prefirió llamarla La creación del mundo y, eliminando pormenores anecdóticos, darle una dimensión mítica. Su vida la contó de dos maneras. En la novela de ese título, con ayuda del poder creador y transfigurador de la memoria, y en un Diario que sigue con minuciosa paciencia los meandros de la reflexión y la cotidianidad.

Ana Vega

Al olmo inmenso y centenario que crecía en la plaza de su pueblo quiso convertirlo en símbolo de su manera de estar en el mundo: “En la tierra donde nací hay un solo poeta. / Mis versos son hojas de sus ramas”. Quiso ser recio y sobrio como aquel gigante soñador “donde el tiempo y los pájaros hacen nido”.

José Havel

Miguel Torga, entonces un joven estudiante, se enfrentó a las críticas de Pessoa, ya mítico para las gentes de su generación. Pessoa le escribió una larga carta comentando su primer libro, Rampa , publicado en 1930. A la vuelta de muchos elogios, le ponía algunos reparos. Miguel Torga, que entonces todavía firmaba como Adolfo Rocha, le replicó de inmediato no aceptando esos reparos y además atacando a la propia idea de la poesía que tenía Pessoa: "La conciencia de sí mismo en un poeta –le dice--, cuando se da en un sentido tan exagerado como el suyo aniquila toda expresión sincera. Y cualquier elevación en un poeta de tal clase es convencional y flagrantemente postiza".

Marcos Tramón

Miguel Torga conoció luego la cárcel, fue editando sus propios libros, los corrigió una y otra vez, no dejó de atender su consultorio incluso cuando ya era un escritor famoso, siguió siempre su propio camino con tozudez campesina.

José Luis García Martín

Dos o tres veces me lo crucé yo en la Coímbra ensimismada de finales de los setenta. Era un anciano que mantenía intacta su curiosidad. En el Gil Vicente, el teatro de la Asociación Académica, lo encontré un día en que se proyectaba una película de Woody Allen. Le acompañaba su mujer Andrée Crabbé, que era profesora mía en la universidad. También lo vi alguna vez en el café Arcádia, de la rua Ferreira Borges, muy cerca de su consultorio en el Largo da Portagem. Allí había tenido durante años una tertulia. Ahora ya era famoso y no podía sentarse un momento sin que le molestaran los curiosos, a pesar de su cara de pocos amigos. Seguía editando él mismo sus libros, que destacaban por la sobriedad entre las novedades coloristas. Tenía fama de tacaño, de no regalar ni un ejemplar. Pero procuraba que constaran lo menos posible, para que pudiera estar al alcance de todos.

Ana Vega

Nunca dejó a Miguel Torga de vivir en Coímbra y volvió siempre que pudo a su aldea entre montañas: como Anteo necesitaba tocar tierra para recuperar fuerzas. Recorrió también palmo a palmo su país y de ellos nos ha dejado constancia en tantas páginas de su diario y en el libro titulado escuetamente Portugal.

Marcos Tramón

"Todo lo que en mí es instinto y comprensión sabe que los valores auténticos de la vida tienen que ser sólidos como la plaza de la Libertad y altos como la Torre de los Clérigos. Al igual que le ocurre a esas viejas casas solariegas nuestras que, al quitarles las telarañas, hacen sonrojar a cualquier rascacielos que se construya al lado, a Oporto solo hay que sacudirle el polvo para poder competir con cualquier tierra que se quiera con él".

"No hay otra ciudad que testimonie tan completamente como Coímbra, en su pobreza arquitectónica, en su gracia hecha de retazos y pintoresquismo, en sus rincones sucios y secretos, los límites de nuestra capacidad creadora, la soledad de nuestra alma y esa maña campesina con que hemos nacido para obtener efectos escenográficos del simple gesto de levantar una viña. Ni la monumentalidad de Oxford ni la severidad de Salamanca. Una modesta medianía risueña, rasgada aquí, cosida allá, de percal estampado”.

 "Desde cualquiera de las colinas de Lisboa divisamos pasmados una maravilla ilimitada que abarca el cielo y la tierra en la misma agradecida emoción. Todavía no ha nacido nadie tan insensible que no se extasíe ante la hermosura de un panorama que la naturaleza no puede jactarse de haber repetido jamás".

José Havel

Amaba sobre todo su país, pero no dejó de dar algunas vueltas por el resto del mundo. Al Brasil de su adolescencia añadió pronto la España en guerra civil (y por contar lo que vio le detuvo la Pide), luego vendrían la luz de Italia y el azul de Grecia, el África portuguesa... Muy atento estuvo también al transcurrir de la historia, dentro y fuera de Portugal. De todo nos fue dejando lúcida constancia en los dieciséis tomos de un diario iniciado en 1932 y concluido en 1993, poco antes de su muerte. Ese diario puede considerarse la más minuciosa y exacta autobiografía de un siglo convulso como pocos. 

Miguel Torga
Diario /1932-1987)
Selección y traducción de Eloísa Álvarez
Alfaguara. Madrid, 2006.


 

martes, 8 de julio de 2025

Tertulias de antaño: La biblioteca de noche

 

 

José Havel · Silvia Ugidos · Javier Almuzara

Inés Toledo · Caterina Valdés 

José Havel 

Cuando tenía dieciséis años, Alberto Manguel alternaba sus estudios con el trabajo en una librería anglo-alemana de Buenos Aires. Un día cierto cliente que tenía dificultades con la vista, tras seleccionar tres o cuatro raros libros, le preguntó si no podía ir a leerle un rato por la noche, ya que su madre, que era quien lo hacía habitualmente, había cumplido los noventa años y se cansaba con facilidad. Ese cliente se llamaba Jorge Luis Borges.

Silvia Ugidos 

Nada tiene de extraño que Alberto Manguel se haya convertido en el mayor experto en la historia de los libros y de las bibliotecas, en su más apasionado defensor. Cuando sus compañeros del colegio se pasaban los ratos libres discutiendo de fútbol, él charlaba con Borges de Chesterton, de Spinoza y de la historia de la eternidad.

Javier Almuzara 

“Con la temeridad de la juventud, mientras mis amigos soñaban con hechos heroicos en el campo de la ingeniería o el derecho, las finanzas o la política nacional, yo soñaba con llegar a ser bibliotecario”, escribe en el prólogo a su más reciente libro, La biblioteca de noche. Su afición a los viajes pareció decidir otra cosa. Pero el destino siempre acaba cumpliéndose y ahora vive entre estanterías cada vez más numerosas cuyos límites han acabado confundiéndose con los de la propia casa.

Inés Toledo 

La biblioteca de noche nos habla de esa casa-biblioteca en la que ha terminado asentándose este escritor errante que nació en Buenos Aires, pasó su infancia en Israel, tiene la nacionalidad canadiense y escribe en inglés. Una casa, asentada en una colina al sur del Loira, que antes fue templo romano en honor de Dionisos y luego granero y más tarde iglesia cristiana.

Caterina Valdés 

Un lugar mágico, ciertamente. Un lugar en el que a Borges, que se imaginaba el paraíso bajo la especie de una biblioteca, le habría gustado vivir.

José Havel 

Borges, sin embargo, no tenía demasiados libros en su apartamento de la calle Maipú. Alberto Manguel nos lo describe minuciosamente. Los libros ocupaban un espacio “mesurado, discreto y ordenado”, nada del laberinto bibliográfico, de la infinita biblioteca de Babel que se imaginaban sus lectores.

Inés Toledo 

Vargas Llosa visitó por primera vez a Borges a mediados de los años cincuenta. Con la osadía de la juventud, no dudó en preguntarle lo que otros se limitaban a pensar. “Maestro –le dijo—, qué raro que no viva usted en una casa más lujosa y con más libros”. Borges se ofendió bastante ante aquella impertinencia. “A lo mejor en Lima hacen las cosas así –respondió—, pero aquí en Buenos Aires somos menos devotos de la ostentación”.

José Havel 

Tras referirse a inmensa biblioteca propia y a la más reducida de su maestro, Alberto Manguel nos habla de otras muchas en este libro fascinante. Bibliotecas que todavía podemos visitar, como la fastuosa biblioteca parisina de Santa Genoveva,  y bibliotecas que están fuera del mapa y del calendario, como la mítica biblioteca de Alejandría, de la que tanto se ha hablado, de la que tan poco se sabe con certeza.

Caterina Valdés

De las muchas bibliotecas a las que se refiere Alberto Manguel, yo me quedo con una que no se alberga en ningún edificio suntuosamente palaciego. En 1990 el ministro de Cultura de Colombia se propuso organizar un sistema de bibliotecas itinerantes que llegara a los lugares más recónditos del país. Diseñó para eso unas bolsas de color verde de gran capacidad que pueden plegarse fácilmente para poder transportarlas llenas de libros y a lomos de burros hasta la selva y la sierra. Allí las bolsas se desdoblan y se cuelgan de un poste o de un árbol para que los lugareños puedan curiosear y elegir el libro que prefieran. La “biblioburro” –así la llaman-- me parece la más fascinante biblioteca.

Javier Almuzara

Yo me quedo con la biblioteca neoyorquina de la calle 42. Allí están los libros de todo el mundo al alcance de todo el mundo. Después de darme una vuelta por su majestuoso interior, después de curiosear en los catálogos (y de ver que no falta ningún libro de interés, ni siquiera los míos) me gusta sentarme en las escalinatas, custodiadas por leones, que dan a la Quinta Avenida. Siempre en ese momento me vienen a la memoria los versos de Juan José Tablada: “Mujeres que pasan por la Quinta Avenida / tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”.

Silvia Ugidos

Yo, si tuviera que escoger una biblioteca, no me iría tan lejos. Me quedo con la biblioteca del Fontán, ahora en obras, que abre sus puertas en medio de la colorista algarabía del mercadillo.

José Havel 

Yo prefiero la biblioteca de Avilés, abierta sobre el parque de Ferrera. Ninguna otra me parece que incite tanto a la lectura.

Javier Almuzara 

Todas las bibliotecas son sucursales de la biblioteca de Alejandría, todas son mágicas e infinitas para el niño asombrado que entra en ellas por primera vez.. En todas, hasta en la más modesta, hasta en la que cuelga de un árbol y un biblioburro ha transportado a lo largo de la selva, podemos hacer un descubrimiento que nos cambie la vida.

Silvia Ugidos 

Al poeta chileno Oscar Hahn ese descubrimiento le llegó en la biblioteca de la Universidad de Iowa. Estaba abierta al público hasta las dos de la mañana y él solía acudir a ella alrededor de la media noche. Le gustaba ir a esa hora porque había menos gente y el ambiente era como de claustro medieval o de biblioteca visitada en algún sueño. Recorría los pasillos entre las largas filas de estantes mirando los lomos de los libros como lo haría una cámara cinematográfica que realizara un travelling.

Javier Almuzara

Una noche sus ojos se detuvieron en el lomo de un volumen que decía Flor de enamorados. Era un cancionero anónimo del siglo XVI. Aquellos versos de amor le fascinaron y los fue copiando con su propia letra, poniéndolos en castellano moderno, haciéndolos suyos. Cualquier biblioteca no es más que un espejo al que nos asomamos para descubrir nuestra propia cara.


Silvia Ugidos 

Por amor gané y perdí

y si me ganase hoy día

otra vez me perdería.


Javier Almuzara

Quien de amor no fue vencido

no sabe qué es ser amado

ni tampoco ser ganado

ni tampoco ser perdido

Por ser perdido y querido

por quien quiero todavía

otra vez me perdería.


Silvia Ugidos

Aprendí de mi querer

esta forma de jugar:

se pierde para ganar

se gana para perder.

Piérdome por más valer

y aunque sé que sufriría

otra vez me perdería. 


Javier Almuzara

Quiero en el amor perderme

porque pretendo ganarme

y de tal modo adentrarme

que no pueda devolverme.

Aunque amor gustase verme

desdeñado de alegría

otra vez me perdería.





martes, 1 de julio de 2025

Crónica y ficción

 

Julio José Ordovás
Lecciones de abismo
Xordica. Zaragoza, 2025.

Las publicaciones periódicas nunca han publicado solo periodismo. La literatura tuvo su cabida en ellos desde el principio. Y no me refiero solo a las revistas, en las que la literatura a veces ha ocupada la parte principal, sino a los diarios que acabaron monopolizando y convirtiendo en sustantivo el adjetivo “periódico”.

            En los periódicos aparecieron publicados poemas, pero sobre todo cuentos y novelas por entregas. Y en los periódicos, si no se inventó, se generalizó el género, tan de moda hoy día, de la autoficción. Los cuentos se disfrazaron de crónicas y las crónicas utilizaron todas las técnicas del relato literario para atraer la atención de los lectores.

            Lecciones de abismo, aunque no se indica en ninguna parte, fue en su origen una serie de columnas periodísticas publicadas en un diario aragonés. Articuentos tituló a las suyas Juan José Millás, uno de los maestros de Julio José Ordovás. Tiene otros: el César González-Ruano de Pequeña ciudad, el inevitable Umbral y el maestro de todos, el Baudelaire de Spleen de París.

            El título, tan sugerente, procede de Julio Verne. En Viaje al centro de la Tierra, el profesor que dirige la expedición le dice a su acompañante: “Observa y observa muy bien. ¡Hay que tomar lecciones de abismo!”

            Lecciones de abismo, de los abismos de la condición humana, toma Ordovás paseando por las calles de Zaragoza. ¿Literatura local? ¿Costumbrismo de consumo interno? Existe la vana creencia de que es más fácil hacer literatura de interés general hablando de Nueva York, de París o de Venecia que de Cuenca, Zaragoza o Guadalajara. Pero todo depende de la mirada y el talento del autor, no del lugar en que se escribe o desde el que se escribe.

            “Alguna vez pensó que la modernidad irrumpe definitivamente en la pintura cuando Van Gogh pinta sus viejas botas”, comienza el primer capítulo del libro. El equivalente en Ordovás son sus zapatillas Vans: "No están tan maltratadas ni son tan expresivas como las botas de Van Gogh, pero también hablan de mí. De mis largos paseos por las encías podridas de Zaragoza".

            Patear las calles, las calles de una ciudad que es a la vez una ciudad concreta y cualquier ciudad contemporánea, y dejar constancia de lo que ve: "La escritura como fuente de consuelo, manantial en el que hundo mi boca y bebo sin saciarme. Solo soy yo cuando escribo". La escritura perpetua tituló Umbral su libro sobre Ruano.

            Abundan los elementos autobiográficos; los espléndidos relatos breves, se engarzan en esa ficción autobiográfica. Solo hay una excepción, “Estatuas”, que reproducen el cuento “ligeramente terrorífico”, con el que Francesca, una fugaz amante del autor, había ganado un concurso universitario. Impactante resulta el titulado “Carta” y muy representativos del llamado “realismo sucio” –nunca mejor dicho-- otros como “Mano”.

            Abundan las reflexiones metaliterarias, las alusiones al propio libro que se está escribiendo. En “Caníbal”, un aspirante a político que quiere fichar al autor para su equipo le dice: “Tienes cuarenta y ocho años, los mismos que yo, y te estás pudriendo en el rincón más oscuro del periódico, con esos artículos literarios que no lee nadie. Si te alías conmigo, haré que te asciendan en el periódico y ya no tendrás que sablear a los amigos para llenar la nevera”. Y luego insiste: “Deja de soñar: ¿o crees que te van a dar el Cervantes por esos relatitos sombríos que publicas”.

            La primera parte de Lecciones de abismo , “El río fiel”, concluye doblemente:   con el encuentro del cadáver del autor (“Conejos”) y con un cambio de domicilio: “Mientras hago las maletas y meto en cajas mis libros para irme a vivir con mi madre, me pregunto si alguien que solo me conoce de vista me echará en falta cuando, en unos pocos días, cambie de barrio y solo ocasionalmente crecer vuelva a pisar las calles en las que he sido feliz viendo gatear, correr, saltar, pedalear y a mi hijo”.

Al comienzo de la segunda parte, “Barrio obrero”, leemos: "Hace tres meses que me separé y desde entonces vivo con mi madre. La vida se parece mucho al juego de la oca y me temo que he vuelto a la casilla de salida".

De “novela caleidoscópica” se califican en la contraportada estas Lecciones de abismo . Pero no son una novela ni falta que les hace. Cada capítulo tiene entidad propia porque en su origen se publicó para ser leído independientemente. El libro puede comenzar a leerse abriéndolo por cualquier parte, cosa que no ocurre con las novelas, ni siquiera con Rayuela . Pero tiene un protagonista y una atmósfera común. No es menos que una novela; es más para muchos lectores, entre los que me cuento.

Un capítulo, “Justiciero”, se dedica a hablarnos de uno de sus maestros, Juan Marsé, y otro, “Rastro”, a uno de los temas que trajo a la literatura Ramón Gómez de la Serna y que tan brillantes cultivadores ha tenido después. Otro, cambia el “Me acuerdo” de Perec por “Me gusta” y el resultado se acerca bastante a un poema en prosa.

Como no es posible ser sublime sin interrupción, hay alguna caída en el tópico y en el escándalo fácil, pero tampoco conviene ponerse estupendos. Lecciones de abismo nos descubre a un escritor en periódicos que no desmerece junto a los nombres que están en boca de todos.