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La lectura como plegaria
Joam-Carles Mèlich
Fragmenta Editorial.
Barcelona, 2015.
En uno de los “fragmentos filosóficos” (así se denominan en
el subtítulo) de La lectura como plegaria
escribe Joan-Carles Mèlich: “Hay dos formas de estudiar filosofía: leyendo
a Aristóteles y a Kant, o leyendo a Dostoievski y a Kafka. Con el paso de los
años prefiero la segunda”.
Y
ciertamente la literatura también trata de explicar el mundo, como la
filosofía, pero lo hace de otra manera; en ningún caso parece que Dostoievski
pueda sustituir a Kant ni Aristóteles a Kafka, aunque sí complementarse.
¿Se
complementan literatura y pensamiento en estas reflexiones de Joan-Carles
Mèlich? Muy a menudo, no. El lector queda a menudo perplejo por la, al menos en
apariencia, falta de rigor conceptual de quien profesionalmente se dedica a la
filosofía.
Falta de
rigor conceptual y de precisión terminológica. Comencemos con algún ejemplo de
lo segundo: “A diferencia de la metafísica, que tiene como objetivo responder a
la pregunta por la esencia de la justicia, de la verdad, de la dignidad o del
deber, la prosa se ocupa de la amistad, de la vulnerabilidad, de la intimidad o
del humor”. ¿La metafísica se escribe acaso en verso? Por lo que leemos más
adelante parece que cuando escribe “prosa” quiere decir “novela”, pero debería
decir “literatura” (también Shakespeare tiene mucho que enseñar), se escriba en
prosa o en verso.
En otro
pasaje distingue entre “cara” y “rostro”: “La moral solo ve caras. La cara no tiene nombre propio, es una categoría. Hombre, mujer,
casado, soltero, divorciado, padre, madre, hijo, hija, hermano, profesor,
alumno, homosexual, heterosexual, etc. Habitar moralmente el mundo es aprender
a tratar con las caras de los otros”.
¿Tienen los
casados una cara distinta de los divorciados? Es fácil caricaturizar a Mèlich.
“La cara no es el rostro”, añade él. Y aclara: “El rostro no se ve, es una
voz”. Pues debería empezar por definir “cara” y “rostro” y convencernos de la
utilidad de darles a esos términos un sentido distinto al que tienen en
español.
El
pensamiento de Mèlich parece, a juzgar por estos “fragmentos filosóficos”,
caprichosamente maniqueo: la moral es negativa, la ética positiva (lo mismo que
es negativa la “metafísica” y positiva la “prosa”). De ahí que considere al
libertino de las novelas de Sade “radicalmente moral”, ya que es fiel a un
imperativo categórico: “¡Goza!”. Y añade: “El libertino obedece la ley”. ¿Pero
en qué código –nos preguntamos los lectores– la búsqueda del goce a cualquier
precio es una ley? ¿En el de la pasoliniana república de Saló?
“La ética y
la moral no son lo mismo” nos explica al comienzo de uno de los fragmentos. La
moral sería “el conjunto de valores, de normas, de hábitos, de actitudes que
comparten los miembros de una cultura en un momento determinado de su
historia”. La moral, de acuerdo con su etimología, tendría que ver con las
“costumbres” aceptadas socialmente. La ética, por el contrario, “es la
respuesta a la demanda del rostro del otro en una situación de radical
imprevisibilidad”. Entendemos lo primero, entendemos menos lo segundo. Mèlich
utiliza un concepto restrictivo y anticuado de moral, que incluso llega a
confundir con las viejas normas de la buena educación (la moral nos diría “cómo
tenemos que vestirnos, saludar, comer o hablar”), mientras que idealiza y
fantasea sobre la ética: “La ética muestra que la vida es un conjunto de sendas
en un bosque que nadie ha recorrido nunca”.
La moral da
normas abstractas; la ética se ocupa de casos concretos. Eso es lo que parece
deducirse de las idas y venidas, de las imprecisiones verbales y conceptuales
de Mèlich. Por ello, “tiene razón Wittgenstein”, como afirma en el fragmento
63, y “no hay teorías éticas. Solo narraciones”.
Con un “no
tener miedo de las paradojas” comienzan estos fragmentos, que en unos pocos
casos son sugerentes aforismos (“La justicia es un deseo; la injusticia, una
experiencia”), en otros algo inanes referencias autobiográficas (“Sin escribir
no podría vivir. Pero necesito cuadernos, una pluma y tinca de color violeta.
No puedo utilizar el ordenador porque tengo que sentir el cuerpo de la
escritura, el olor de la tinta y la textura del papel”) y en la mayoría da la
impresión de resumir lo que más ampliamente ha expuesto en otros libros (Filosofía de la finitud, Ética de la
compasión, Lógica de la crueldad) y que quizá en ellos tenga un rigor
conceptual y terminológico que estos apuntes se encuentra a menudo ausente. No
hay que confundir una paradoja con el jugueteo con las palabras que nos lleva a
distinguir entre conceptos presuntamente negativos, como “cara” y “crítica”
(abundante en la sociedad actual) frente a otros como “rostro” y “transgresión” (escasa hoy en
día), para Mèlich positivos.
Un libro
con sugerentes apuntes sobre temas muy actuales, como el perdón y las víctimas,
o siempre actuales, como la educación y la religión, que conviene leer con
ciertas precauciones, ya que a menudo la caprichosa ocurrencia tiende a ocupar
el sitio del exigente pensamiento.
¡A quién se le ocurre leer a filósofos profesionales!
ResponderEliminarA mí, por ejemplo, se me ocurre: leo a Kant, a Russell, a Heidegger, a Cassirer, a Putnam y a muchos otros profesores universitarios que han ganado un nombre en la historia de la filosofía como pensadores originales. No me ha pasado encontrar que leerlos representara ningún inconveniente. Al contrario: es especialmente enriquecedor.
ResponderEliminar"Muchas veces quise emprender el estudio de la metafísica, pero siempre me detuvo la felicidad."
Eliminar(W.H. Hudson)
"La mayor parte de la filosofía y de la literatura son metáforas y retruécanos, falsos juegos de palabras, mascarada e histrionismo."
(R. Pérez de Ayala)
"Filosofía. Respuestas incomprensibles a problemas insolubles.
(Thomas Adams)