viernes, 27 de noviembre de 2020

La España negra

 


Capital de tercer orden
Ángel María Pascual
Ulises. Sevilla. 2010.
 

En 1947, se publicó un libro que pudo haber tenido tanta importancia en la historia de la poesía española como Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y que sin embargo quedó al margen como una curiosidad apenas leída. Su autor era Ángel María Pascual, falangista de la primera hora, quien junto a su mentor, el llamado “cura azul”, Fermín Yzurdiaga, tuvo un destacado papel en los primeros tiempos de la guerra civil cuando Pamplona se convirtió, con la publicación de Arriba España, el primer diario de la Falange, y de Jerarquía, la primera revista literaria de los sublevados, en la capital intelectual del franquismo, en una nueva Atenas, como quería la propaganda.

            Fermín Yzurdiaga, después de una fulgurante carrera política, sería defenestrado en 1938 por las presiones de la jerarquía eclesiástica El obispo de Pamplona, Marcelino Olaechea, el primero que calificó de Santa Cruzada a la guerra civil, no veía con buenos ojos que, aunque siempre proclamara su fervor católico, aceptara cargos políticos sin el previo permiso de sus superiores. Además, y contra lo que pudiera pensarse, la iglesia y la Falange (al menos hasta que pasó a ser controlada directamente por Franco) no estuvieron en buena sintonía. Se recelaba de que pudiera derivar hacia un cierto componente neopagano, como el nazismo. De hecho, fue un  elogio de Hitler lo que motivó la caída en desgracia de Yzurdiaga; en un discurso radiado a toda la zona sublevada se refirió a él como “caudillo de la raza alemana, que al volverse a la vieja historia de su pueblo, se encuentra en las selvas vírgenes con los dioses Nibelungos y con el dios Votán”.

            Ángel María Pascual tenía más talento literario que Yzurdiaga y una vocación política más volcada hacia el ámbito provincial. Culto a la manera renacentista, maestro de la tipografía, buen dibujante, destacó como articulista en una época en que rigor literario de la prosa en los periódicos no era la excepción, sino la norma: pensemos en Rafael Sánchez Mazas, en Eugenio Montes, en tantos colaboradores primero de Jerarquía y luego de Vértice, El Español o La Estafeta Literaria. Murió joven (había nacido en 1911), el mismo año en que publicó su primer libro de poemas. Antes había publicado una obra entre la ficción y la parábola política, Amadís, y posteriormente aparecerían otros libros suyos, especialmente sus Glosas a la ciudad, recopilación de artículos que acierta a convertir –siguiendo la lección de Eugenio d’Ors-- la crónica municipal en piezas literarias de primera magnitud.

            Capital de tercer orden poco tiene que ver con el resto de la obra de Ángel María Pascual. Quizá por eso solo el último poema, el soneto “Envío”, que disuena del resto (como las garcialasistas liras de “Soledad”), llegaría a ser bien conocido: en 1962 le puso música Marciano Cuesta Polo y se convirtió en uno de los himnos más populares del Frente de Juventudes.

            Antes de que otro de los vencedores, Camilo José Cela, nos mostrara con La colmena el revés de la retórica triunfal, en lo que se había convertido el Madrid creativo y bullente de antes de la guerra civil, Ángel María Pascual reflejó en Capital de tercer orden la esperpéntica realidad de aquel “burgo podrido”, la clerical Pamplona, que él, al apoyar la sublevación de 1936, había soñado convertir en una nueva Atenas, en la ciudad ideal del Renacimiento.

            No hay, por supuesto, ninguna crítica política directa en el libro, no podía haberla, pero la desaparición de toda la brillante retórica falangista ya resulta suficientemente significativa. Son poemas descriptivos, sin nada del intimismo confesional que suele asociarse a la poesía, incluso podríamos decir que costumbristas, pero su costumbrismo ha pasado por los espejos valleinclanescos del Callejón del Gato y aprendido la lección de Gutiérrez Solana, aunque Ángel María Pascual también tenía otros maestros. Uno de los poemas, “Casino”, comienza con un verso de Jovellanos: “Déjame, Arnesto, déjame que llore”. Y detrás de ambos se encuentra la lección de Juvenal.

            Hay piezas de rechinante feísmo, casi apuntes carpetovetónicos, como “Urinario”, y otras atemperadas por los ecos del prosaísmo sentimental posmodernista, como “Un balcón”. De la corrupción de la ilusiones trata esa pieza magistral que es “Vitrina de fotógrafo”, con esos “palos de un teatro de fantoches” vislumbrados al trasluz de una ventana como final de la feliz fotografía de boda.

            “Melopea parda” se titula uno de los poemas y el último verso, que repite la palabra reiterada en todos los versos (“Pardo, pardo, pardo, pardo, pardo”) resumen bien en lo que se había convertido (“Color de miseria, nacional tabardo. / Todo es pardo”) la España que él había soñado azul y oro. No resulta aventurado pensar que más de un lector relacionaría el término reiterado hasta la saciedad y cada vez más cargado de connotaciones negativas con la residencia del jefe del Estado y, metonímicamente, con el propio Franco.

            Hay pocas concesiones al lirismo convencional en estos versos. Si acaso, como en “Mercado”, al comienzo y al final. “Una luz matinal unge la plaza / con el óleo del sol recién nacido”, comienza. “Y en lo alto hacia la torre de oro / un cándido revuelo de palomas”. Entre ambos, la minuciosa descripción del mercado con un pintoresquismo no exento de sordidez.

            Desengaño político, desengaño religioso. En esta “capital de tercer orden”, la Pamplona de la posguerra convertida en símbolo de la realidad española, como antes la Orbajosa galdosiana o la Vetusta de Clarín, la verdadera religiosidad está ausente, aunque abunden los clérigos y los rituales. Ese es el sentido, a mi entender, de “Viático en el suburbio”.

            Capital de tercer orden ha tenido algunas reediciones que no sirvieron para destacar su valor excepcional (y no es extraño: la primera, de 1971, estuvo a cargo de la “Cofradía del pimiento seco de Pamplona”). Esperemos que esta nueva edición –en la que por cierto falta el subtítulo del libro: “Versos del amor de disgusto”-- cambie su suerte, aunque el prestigio de la colección “Avant-Garde”, dirigida por Juan Bonilla y Luis Antonio de Villena, no va acompañado de una adecuada difusión.

            “Porque sé que los sueños se corrompen / he dejado los sueños”, le hace decir Luis García Montero a Jovellanos en uno de sus más memorables poemas. Ángel María Pascual vivió lo suficiente para comprobar la corrupción de sus sueños y dejarnos testimonio de ello en este libro. El camino que habría seguido después --el de Dionisio Ridruejo o el de Rafael García Serrano-- no lo sabemos. Pero ahí quedan su prosas, con tanta verdad y tanta inteligencia por debajo de la epocal retórica, y este grito inconformista, desasosegante, este retrato en blanco y negro de la España más negra.

12 comentarios:

  1. Hay que tener mucha imaginación para ver algún tipo de renacimiento en unos militares golpistas, aunque si nos ponemos al nivel de la Revo del 17... Afortunadamente las dos españas van helándose y nace la más cosmopolita.

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  2. Como retrato de la clerical y pacata Pamplona de postguerra está bien, aunque creo que en 1947 sería difícil encontrar capitales de provincias españolas de diferente color.
    La comparación con "Hijos de la ira" me parece excesiva, Damaso Alonso está a años luz de Ángel M Pascual como poeta. Si a alguien se le ocurriera hacer una antología de libros de poesía española del siglo XX, sin duda no podría faltar, junto con "Campos de Castilla" de A
    Machado; "La realidad y el deseo" de Cernuda; "Poeta en Nueva York"de Lorca; "Pido la paz y la palabra" de Blas de Otero; "Palabra sobre palabra" de Ángel Gonzalez; "Arde el mar" de Gimferrer; "Last river together" de Leopoldo M. Panero...Es una lista discutible y abierta. A los poetas de la experiencia apenas los leo.
    Volviendo a Pamplona. Los navarros presumen de no haber tenido guerra civil. No es extraño, allí campana Emilio Mola", "El Director", que pese a las dificultades para llegar a un acuerdo con carlistas y requetes, al fin lo consiguió con la mediación de Sanjurjo. En Navarra quedaba todo atado y bien atado.
    Cuando paseo por una nueva ciudad, me gusta fijarme a quién o a qué están dedicadas las calles. En Pamplona me encontré con Vazquez de Mella, que tiene una importante calle en Oviedo. Conocía muy poco entonces al personaje, lo que me llevó a interesarme. Asturiano de Cangas de Onis, tradicionalista y carlista, fue diputado por Navarra en la dictadura de Miguel Primo de Rivera (creo, hablo de memoria, si me equivoco corregidme), fundador de los periódicos "El correo español" y "El pensamiento español". También tiene calle en Alicante y una importante estatua y plaza en Madrid, en el barrio Chueca; ésta si la conserva, pues creo que se la querían dedicar a cierto concejal socialista defensor del movimiento LGTB...pues otra tontería. No sé si Trapiello se refiere ella.
    En Ceuta me encontré con el controvertido Aranda, coronel en Oviedo y general allí. Conspirador con la República y también con Franco, dadas sus tendencias anglofilas.
    No sigo.

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    1. ¿Has leído el libro al que se refiere el comentario, Víctor? Es el único libro de poemas de Ángel María Pascual.

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  3. - Más que negra la España de los años finales del “franquismo”, vista desde hoy, me parece gris. Llegué a correr delante de los “grises” y conocí en primera persona algunas “miserias” de la vida pública de aquellos años, ciertamente en una pequeña capital de provincias en la que, en 1966 –lo rememoro con viveza-, Franco fue aclamado en sus calles. Recuerdo que los niños jugaban en ellas y, muchas veces, disfrutaban de una cotidianidad donde el racionamiento y el hambre quedaban lejos. Esos “tiempos” los evocaban sus abuelos y, en todo caso, sus padres, y las versiones sobre el "pasado vivido" nunca eran coincidentes. En mi caso llegué a ver una esquirla de metal que extrajeron del cuerpo de mi tío Aurelio, herido en las cercanías de Cerro Muriano en “plena” guerra civil.

    - Durante el Bachillerato –se lo debo a tres profesores- escuché y leí “Mujer con alcuza”, Ramón Tamames y Hugh Thomas empezaron a “aclararme” cómo “fueron” la Segunda República y la Guerra Civil y vislumbré que nunca hubo “dos Españas”, aunque en esos años –segunda mitad de los setenta- desconocía quién era Chaves Nogales. Disfruté y sufrí –aún lo hago- de “Campos de Castilla” –más de “Soledades”- y `Juan de Mairena´ me provocó y provoca continuas interrogaciones.

    - Carezco de los conocimientos necesarios para apreciar la significación literaria de Ángel María Pascual. Llegué a él a través de Mainer y Trapiello y hace algún tiempo que, rebuscando en las hemerotecas digitales, revisé los números de “Jerarquía”. He leído “Capital de tercer orden” y estimo que, efectivamente, “Vitrina de fotógrafo” es un excelente poema.

    - “Vitrina de fotógrafo”

    Caras vacuas, sonrientes y lunarias
    se comban bajo el sol, en el peluche
    del cajón de cristal a la mañana.
    Criadas de domingo. Puro en mano
    el quinto majo, jaquetón de pueblo.
    Tenorios de portal. La modistilla
    que se cree parecida a Norma Shearer.
    Y encima entre su marco de lilailos
    dos novios en el día de la boda.
    Él flota dentro del chaqué prestado
    y ella sonríe con su <>,
    y su <>. Fue el día grande.
    Dos vidas sin color, por un instante
    creyeron terminar una novela,
    en un lujoso mundo inaccesible.
    Rápido de Madrid, viajes, hoteles…
    Ahora la vida usual. Los embarazos,
    un comedor de falsos platerescos
    que está siempre cerrado y tenebroso,
    trapos, orines, un pañal zurcido,
    lloros de críos. Ella ya deforme,
    sin cintura, las medias arrugadas,
    friega platos con gesto de vinagre.
    Él, con anticipos en la nómina,
    arrastra por las tabernas su fracaso.
    Cuando llega en la turbia madrugada
    ebrio, tropezando en los peldaños,
    hay un correr de pasos, un sofoco,
    insultos y al trasluz de la ventana
    los palos de un teatro de fantoches.

    Pero allí en la vitrina del fotógrafo
    aún sonríen. Fue sólo un instante
    que ahora queman los soles de septiembre.

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    1. Extraordinario poema. Yo también leí su nombre por primera vez en un libro de Mainer ("Falange y Literatura"?, la memoria ya me falla)

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  4. Hay un grave error en mi comentario: se menciona una visita de Franco en 1966. Fue al año siguiente, 1967.
    Disculpas.

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  5. La España negra que presenta Ángel María Pascual es la de los años cuarenta. Tiene mérito siendo el autor falangista. Gracias por reproducir el poema.

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  6. No lo he leído, lo juzgo por tus referencias. Pero "Hijos de la ira", si.
    Tienes razón, lo leeré en la primera ocasión.

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  7. Vaya, vaya. Las "comillas latinas o españolas" me han jugado una mala pasada. Vuelvo a pedir disculpas y transcribo el poema completo.

    - “Vitrina de fotógrafo”

    Caras vacuas, sonrientes y lunarias
    se comban bajo el sol, en el peluche
    del cajón de cristal a la mañana.
    Criadas de domingo. Puro en mano
    el quinto majo, jaquetón de pueblo.
    Tenorios de portal. La modistilla
    que se cree parecida a Norma Shearer.
    Y encima entre su marco de lilailos
    dos novios en el día de la boda.
    Él flota dentro del chaqué prestado
    y ella sonríe con su “piel de ángel”,
    y su “tul ilusión”. Fue el día grande.
    Dos vidas sin color, por un instante
    creyeron terminar una novela,
    en un lujoso mundo inaccesible.
    Rápido de Madrid, viajes, hoteles…
    Ahora la vida usual. Los embarazos,
    un comedor de falsos platerescos
    que está siempre cerrado y tenebroso,
    trapos, orines, un pañal zurcido,
    lloros de críos. Ella ya deforme,
    sin cintura, las medias arrugadas,
    friega platos con gesto de vinagre.
    Él, con anticipos en la nómina,
    arrastra por las tabernas su fracaso.
    Cuando llega en la turbia madrugada
    ebrio, tropezando en los peldaños,
    hay un correr de pasos, un sofoco,
    insultos y al trasluz de la ventana
    los palos de un teatro de fantoches.

    Pero allí en la vitrina del fotógrafo
    aún sonríen. Fue sólo un instante
    que ahora queman los soles de septiembre.

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  8. Pues no quedaba mal sonrisa con <>,Ángel
    Pero ya me extrañaba a mi

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  9. Me ha parecido un poeta acusica.

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