Palabra de
director
Pedro J. Ramírez
Planeta. Barcelona,
2021.
Al margen de las simpatías o antipatías que cada uno pueda
tener hacia la persona de su autor, Pedro J. Ramírez, pocos libros tan
apasionantes como Palabra de director. Puede leerse como una novela
“basada en hechos reales”, con un narrador en primera persona que ha estado,
como Gabriel Araceli, el protagonista de la primera serie de los Episodios
nacionales galdosianos, en primera línea –a veces en los despachos, a veces
en las cloacas-- de todos los acontecimientos importantes de la historia española
desde los años setenta hasta comienzos del siglo XXI.
Entre
Pepito Grillo y Rasputín, el protagonista de esta trepidante novela ha sabido
moverse siempre en todos los círculos del poder. Contribuyó quizá más que nadie
a la caída de un presidente, Felipe González, y al encumbramiento de otro, José
María Aznar, y fue cercano confidente de Rodríguez Zapatero.
Inverosímiles resultan muchas de las peripecias que nos cuenta, pero
las más inverosímiles sabemos por otros medios que son rigurosamente ciertas:
que el Cesid tuviera habilitado un chalet para los escarceos sexuales del jefe
del Estado y que con dinero público pagara, si no los favores, sí al menos el
silencio de alguna de sus acompañantes; que secuestros, torturas y asesinatos
fueran cometidos por mercenarios pagados con dinero público o directamente por
funcionarios públicos; que un exjefe de la guardia civil fuera presuntamente
detenido en Laos en una chapucera farsa que parece sacada de los tebeos de
Mortadelo y Filemón.
Pedro J.
Ramírez tiene muchas cosas que contar y sabe contarlas bien. El libro comienza
en 1980 cuando es nombrado director de un declinante Diario 16 y --aunque
hay un flash back a los años en que se inicia como periodista y muy
pronto entra a formar parte de la plantilla del ABC--
tiene el acierto de no dedicar más de página y media a sus orígenes familiares
y a sus años de infancia y adolescencia. Sabe que lo que nos importa a los
lectores –no todos los memorialistas lo saben-- es lo que pueda contarnos de
unas trepidantes décadas que el vivió entre bastidores de los grandes
acontecimientos y a veces en el escenario.
No nos
defrauda. De la relación de Aznar con Bush se ha hablado mucho, pero no
sabíamos –o no sabía yo-- el favor que
antes le hizo al anterior presidente. Así se lo confidencia a Pedro J. Ramírez:
“Clinton me propuso que saliéramos a fumar un puro al jardín. Entonces me pidió
que hiciera una gestión ante Chirac para que apoye la destrucción de todas las
infraestructuras de comunicación serbias, incluida la televisión”. Muy pocos
días después hubo una oleada de bombardeos sobre Belgrado y la sede de la
televisión serbia fue borrada del mapa. Pedro J. anota maravillado: “Así
funcionaba el club de las grandes potencias, en el que España trataba de asomar
la cabeza: un domingo Aznar me había hablado de esa torre de comunicaciones y
un miércoles había sido borrada del mapa”.
En 1985
acompaña a los reyes en un viaje oficial a la Unión Soviética y allí es testigo
de un conato de trifulca entre ellos “a cuenta de algo tan nimio como la
tardanza de la reina en arreglarse”. De ese detalle no hay constancia fuera de estas
páginas, pero sí de otros más graves, como las ausencias del rey sin permiso
del gobierno, según era preceptivo, que le impedían a veces cumplir con sus
obligaciones. En 1992, se retrasó el nombramiento del sucesor de Fernández
Ordóñez porque no se le podía comunicar al rey, fuera de España por motivos
privados (acompañaba a su amante de entonces). Y a veces, para no retrasar algún
asunto, se tuvo que hacer trampas. Una información de El Mundo afirmaba
lo siguiente: “Según el BOE, el rey firmó una ley en Madrid un día que estaba
en Suiza”. Se atribuyó, qué remedio, a una errata.
Hay muchos
diálogos en Palabra de director, muchas palabras puestas en boca de
personajes reales. ¿Son transcripciones directas o recreación del autor? Como
bastantes de esos personajes aún viven, ellos podrán confirmarlo o desmentirlo.
Una acusación del entonces ministro de Interior y Justicia resulta
particularmente grave: “Belloch me había citado, a finales del año anterior, en
su despacho del palacio de Parcent y me había pedido ayuda para encontrar a
Roldán. ‘Se trata de poner a un delincuente a disposición de la justicia… antes
de que alguien se nos adelante y le mate’. Le pregunté a quién se refería y me
contestó sin rodeos: Narcís Serra”.
Juan
Alberto Belloch es en estas memorias un intrigante poco de fiar. Su gran
aspiración era sustituir a González como jefe del Gobierno y líder del PSOE y no tuvo inconveniente en buscar la ayuda
del director del diario que más ferozmente combatía a los socialistas: “Para
ganar mi confianza se reunió una y otra vez conmigo, permitiéndome incluso
escuchar, al través del altavoz del teléfono, las conversaciones que mantenía
con González durante sus viajes en el extranjero”. También le consiguió, al
parecer, copia de un sumario secreto para que pudiera anticiparlo como
exclusiva.
En este
fascinante relato, protagonizado por un “elegido del destino” –así llega a
considerarse--, no podía faltar la trama, la trampa sexual. No elude Pedro J.
Ramírez los detalles escabrosos de aquel encuentro en que una conocida –solo la
había visto media docena de veces y de manera amistosa-- le recibió en ropa interior, le ofreció una
copa, ya preparada sobre una mesita, y le propuso realizar “una serie de juegos
sexuales inesperados e infrecuentes”. El video de aquel encuentro circuló entre
risotadas por toda España, pero finalmente quien rio mejor fue Pedro J. que
logró llevar a juicio a todos los implicados, muy próximos a Rafael Vera y a
otros implicados en los Gal.
Muchas
cosas nos descubre este libro sobre cómo funcionaban, y seguramente funcionan,
las cosas en España. Pedro J. tenía un chalet en Mallorca que incluía una
piscina ilegal según la ley de Costas.
Para arreglar el problema, acudió a la ministra de Medio Ambiente, Cristina
Narbona. La ministra, tras estudiar el asunto, le dijo que no tenía más remedio
que abrirle un expediente “por incumplimiento de los términos de la concesión”.
No conforme con ello, llama a Bono. El ministro de Defensa se quedó atónito y
decidió contárselo a Zapatero. Al rato, llama a Ramírez: “Oye, que el
presidente no sabía nada. Que él creía que la cosa iba bien. Fíjate lo que me
ha dicho: ‘¡Menudo carácter tiene esta mujer!’. Chico, yo alucino”.
No cabe
duda de que quien es capaz de involucrar, no ya a varios ministros, sino a todo
un presidente del Gobierno para solucionar un problema administrativo no es un
cualquiera. Al parecer para expulsarle de la dirección de Diario 16 tuvo
que intervenir incluso el rey, aunque luego se arrepintiera. Tras la
publicación del artículo “Un verano en Mallorca”, que constituyó “la primera
crítica a la conducta de Juan Carlos que se publicaba en un gran diario
nacional”, el jefe de la Casa Real le invitó a tomar café en la Zarzuela y a
poco apareció el rey: “Ya sé que tú sabes que un día yo le dije a Juan Tomas de
Salas que no se sentara a mi lado hasta que no te echara como director de
Diario 16… pero no pensé que iba a ser tan tonto como para hacerme caso”.
Esta
primera entrega de las memorias de un periodista “que nunca ha temido a la
verdad” terminan cuando se encuentra “en la cumbre de toda su fortuna”, cuando
aparecía en las listas de los diez hombres más influyentes de España –a veces,
“incluso entre los cinco”, aclara--, se le consideraba “el periodista europeo
más influyente”, el jefe del Gobierno y el de la oposición le invitaban con
frecuencia a su casa y él les invitaba a la suya. Era en 2006, luego vendrían
la crisis económica y las peripecias que acabaron con su expulsión de El
Mundo, pero eso queda para otro tomo, que no será menos impactante que esta
Palabra de director, más recomendable que ninguna novela negra para
pasar entre sonrisas y sobresaltos las noches de insomnio.
Pues que bien. Yo le doy poco crédito.
ResponderEliminarVictor Menendez.
Yo, ninguno. Un auténtico farsante y el que ha corrompido la ética periodística en este desgraciado país. Los Jiménez Los Santos, Alvises, Indas, etc no existirían sin Pedrojeta. Los que hemos tenido alguna relación con el periodismo deberíamos haberlo denunciado por impostor. Noticias falsas, manipuladas, creadas adhoc para sus propios intereses, venganzas personales, enriquecimiento ilícito, zancadillas a los compañeros (llega a la dirección de Diario 16 haciendo la cama a Miguel A. Aguilar)... un prenda. En el futuro se estudiará en las Facultades de Ciencias de la Información como modelo de lo que no debe ser el periodismo. Pedrojeta estudió en el Opus y ha llevado las máximas del "padre" hasta sus últimas consecuencias: "el fin (el interés propio) SIEMPRE justifica los medios".
EliminarDicho ésto, no dudo que el libro sea interesante leído como una novela porque el autor nunca ha distinguido muy bien entre ficción (sus obsesiones) y la realidad
"le recibió en ropa anterior". Qué poca higiene.
ResponderEliminarUn personaje que tuvo un enorme protagonismo. Ahora tal vez sus memorias sea de vértigo.
ResponderEliminarUn abrazo
Los que rieron mejor fueron los que vieron el famoso vídeo. Media España.
ResponderEliminarBombardear la televisión serbia. Todo un ejemplo de demócrata y defensor de la libertad de expresión
ResponderEliminarMe sorprende la comparación con Gabriel Araceli. No era éste personaje cortesano, ni mucho menos. Lo que sí era noble y valiente.
ResponderEliminarNo es el único protagonista de los "Episodios Nacionales", luego viene Sebastián noseque, de otra alcurnia y que le sirve a Galdós para inmiscuirse en la corte de Isabel II.
De memoria no los he aprendido, si me equivoco, corrígeme.
Salud. Víctor Menéndez
Lo mezquino en ti
ResponderEliminarno quita lo ruin.
Lo ruin en tu sino
no excluye lo mezquino.
Meter a Pedro J., o compararlo con grandes nombres de la literatura creo que está de más.
Por cierto, Cernuda también cita a Gabriel Araceli en "Desolación de la quimera", comparándolo con sus compatriotas.
O sea, Martín, todavía hay clases.
El poema inicial se refiere a Pedro J. por supuesto.
Victor Menéndez
"no excluye lo ruin"
ResponderEliminarCernuda se lo dedicó a Emilio Prados con razón o sin ella. Yo a Pedro J,, que parece no despierta simpatías ni a derecha ni a izquierda.
Victor Menéndez