Gatos (Antología poética)
Edición de Ricardo Álamo
Renacimiento. Sevilla, 2024.
Las
antologías temáticas tienen un gran inconveniente: convertirse en un centón
indiscriminado. También una ventaja: nos permiten descubrir poetas en los que
no suele repararse. La posibilidad de descubrimiento, y el riesgo de lo inane,
se acentúa cuando se incluyen poemas inéditos solicitados para la ocasión.
Los Gatos de Ricardo Álamo parece
que han sido, en buena parte, cazados en la Red, sin tomar las precauciones
necesarias. Eso explica referencias de procedencia tan curiosas como la que
aparece al final del primer poema, “El pleito”, de Rubén Darío: Obras
completas. El poema podría ser apócrifo, como los que circulan de Borges y
de tantos otros, y el editor no hubiera sido capaz de detectar la superchería.
En otro caso, ya sin disimulo ninguno, como ocurre con Luz Méndez de la Vega,
se nos da la referencia de la página Web de la que ha sido tomado el texto,
aunque de manera que pueda tomarse por el título de un libro: Poemas con
alma.
No quiere esto decir que haya que
evitar el caladero de Internet a la hora de preparar una antología poética o
cualquier trabajo de investigación literaria. Todo lo contrario, resulta
imprescindible. Pero hay que saber utilizarlo. Comprobar la procedencia,
discriminar, buscar textos fiables, complementar la información. Ricardo Álamo
ha llenado de referencias enciclopédicas su prólogo (con algún lapsus: atribuye
a Cortázar un conocido verso de Borges: “no son más silenciosos los espejos),
pero no se ha tomado la molestia de averiguar algún dato de los poetas que
incluye y eso explica que, a pesar de indicarnos expresamente que la selección
se limite a textos escritos en español, nos encontremos con un poema del
portugués Herberto Helder, tomando por original la traducción de José Luis Puerto.
Indicar la fecha de la primera publicación del poema no es una superflua
precisión erudita, tiene importancia para situar los textos en su contexto. No
siempre los gatos gozaron de la consideración que tienen actualmente.
Pero todos estos reparos, y algunos
más que le pudiéramos poner, no le quitan en exceso valor a esta antología,
llena de emocionantes sorpresas.
Los tres poemas de Javier Salvago,
un poeta que ha pasado de la desesperanza de sus primeros libros a la serenidad
de la vejez, bordean casi todos los tópicos que hoy rodean la figura del gato,
indiscutibles estrellas en las redes sociales. Un cierto sentimentalismo
primario hay en poemas como “Zombi, mi gato negro” y “Aleluyas del ordenador y
el gato”, el segundo de los cuales recupera la métrica de la poesía popular,
pero eso no disminuye su emocionado encanto. Otro de sus poemas tiene un tono
sentencioso sentencioso, con algo de libro de autoayuda, que explica su
difusión anónima o atribuida a poetas de más renombre: “Amar a las personas /
como se quiere a un gato: / con su carácter y su independencia, / sin intentar
domarlo, / sin intentar cambiarlo, / dejando que se acerque cuando quiera, /
siendo feliz / con su felicidad”.
Si Javier Salvago ejemplifica uno de
los extremos de la poesía dedicada a los gatos, la más popular, también la más convencional,
uno de los textos inéditos que se incluyen, “Nana”, de José Luis Piquero,
impactante como un puñetazo, cortante como un cuchillo bien afilado, puede
representar el otro: nada más ajeno al tópico que este poema que habla del fin
amargo de una relación y de la muerte de un gato. Pocas veces el uso de la
elipsis habrá resultado tan eficaz. Solo por este poema valdría la pena hacerse
con la antología.
Pero hay muchos más hallazgos y
gratos reencuentros. Aquí está –no podía faltar-- el “Gato” de Víctor Botas, en
el que basta una palabra, la última, para cambiar el sentido de todo lo
anterior. También los versos doloridos de José Luis Parra (“vergüenza de ser
hombre / y no precisamente de los mejores”) o de Antonio Rivero Taravillo que
contrastan con el decir aleixandrino o rubeniano de Alejandro Duque Amusco:
“Nadie osaría acariciar tu lomo de reina indiferente / con tu porte de
ingrávida criatura que a otra / esfera más elevada y grácil te conduce,
majestuosa, displicente, altiva”. Suenan más a Rubén los versos de Duque Amusco
que los que se incluyen del propio Rubén, y que inician la antología, escritos
a la manera de los fabulistas del XVIII.
Junto
a los poemas, con buen criterio, se incluyen letras de canciones: “A mi casa
llega un gato”, de Violeta Parra, y más sorprendentemente “Mi gata Luna”, de
Cecilia. Quizá habría sido necesario hacer una referencia a ello en la nota
previa a la edición. Lo mismo que a la ausencia de ciertos clásicos poemas
gatunos –alguno de ellos se cita en el prólogo--, firmados por Borges, Neruda o
Darío Jaramillo, debida muy probablemente a problemas con los derechos de
autor.
Entre
los tipos de trabajos particularmente ingratos, como corregir pruebas o
preparar bibliografías (por mucho que nos esforcemos, siempre habrá alguien
que, al primer vistazo, señale una errata o un título importante que falta),
puede incluirse el de antólogo. Cualquier selección es tan enojosa de preparar
como fácil de desbaratar señalando lo que sobra y lo que se ha dejado fuera.
Pero
falte lo que falte y sobre lo que sobre (inexplicable resulta que Héctor
Yánover sea el poeta más representado, y con textos bien mediocres), Gatos es
un benemérito centón –algo más de cien poemas de casi cien autores-- en el que
ningún amante de los gatos, o de la poesía, dejará de encontrar dispersas y
emocionantes maravillas.