Jaime Gil de Biedma
Obras. Poesía y prosa
Introducción de James Valender
Edición de Nicanor Vélez
Galaxia Gutemberg /
Círculo de Lectores
Barcelona, 2010
Comenzamos a leer la introducción de James Valender a la más reciente y más completa edición de la poesía y la prosa de Jaime Gil de Biedma y no tardamos en temernos lo peor. “Para muchos lectores de la poesía española moderna –escribe el estudioso— el nombre de Jaime Gil de Biedma se asocia, sobre todo, con la publicación en 1960 de Veinte años de poesía española. 1939-1959, antología compilada y prologada por José María Castellet”. ¿Para muchos lectores? Difícil le resultaría encontrar a Valender, aparte de él mismo, a otro lector de poesía que asociara sobre todo el nombre de Gil de Biedma con una recopilación poética que nadie conoce, salvo los estudiosos. ¿La conoce el propio Valender? De nombre, por supuesto. Pero parece dudoso que la haya tenido en sus manos, a juzgar por lo que escribe a continuación: “Es una lástima que sea así, y lo es por dos razones. En primer lugar, porque la antología, como se sabe, ofreció un panorama muy incompleto y sumamente sesgado de lo que había sido la lírica española durante las dos primeras décadas de la postguerra, al pretender acoger en sus páginas solo a poetas representativos de cierta orientación social, o realista, omitiendo cualquier otra expresión poética del mismo lapso que se desviara de esta norma”. Hojea uno esa antología y se encuentra con poemas de Dionisio Ridruejo, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, José Luis Cano, José García Nieto… ¿Todos ellos son poetas sociales o realistas?
No es el único ejemplo de que James Valender, al referirse a la poesía española de postguerra, habla de oídas, aplicando malamente simplificaciones de manual. “Cuando Gil de Biedma comenzó a escribir poesía, a principios de los años cincuenta –nos dirá a continuación—, la poesía social española gozaba, en efecto, de mucho prestigio, sobre todo gracias a obras como Redoble de conciencia (1950), de Blas de Otero, Quinta del 42 (1952), de José Hierro, y España, pasión de vida (1953), de Eugenio de Nora. Pasemos por alto que las fechas estén equivocadas (el libro de Otero se publicó en el 51, el de Hierro en el 53), algo frecuente en el volumen. Pero nadie que haya hojeado siquiera Redoble de conciencia puede considerar ese libro de angustiada religiosidad como ejemplo de la poesía social: “Me hace daño, Señor. Quita tu mano / de encima. Déjame con mi vacío, / déjame. Para abismo, con el mío / tengo bastante. Oh Dios, si eres humano…”
El autor de la edición, Nicanor Vélez, tampoco estuvo muy afortunado. No solo toma decisiones discutibles, sino que además no acierta a explicar aquellas que toma. “Este volumen –leemos en la nota preliminar— no pretende ser una edición crítica de las obras aquí recopiladas, ni tampoco aspira a reunir más textos que los que el propio autor publicó en vida”. Curiosa afirmación cuando una de las obras fundamentales de Gil de Biedma, el Retrato del artista en 1956, solo se publicó íntegro al año siguiente de su muerte, y cuando se incluye Leer poesía, escribir poesía, conferencia-coloquio publicada por primera vez en el 2006.
Tras enumerar y datar los “Poemas dispersos” que incluye en el Apéndice escribe: “Esto implica que todos estos poemas se publicaron después de la última edición de Las personas del verbo hecha en vida del autor”. Los que se publicaron antes de esa última edición, también enumerados por Nicanor Vélez, no serían recogidos en los “Poemas dispersos”. Sin embargo, lo primero que incluye son los Versos a Carlos Barral, publicados inicialmente en 1952.
Un editor debe explicitar y justificar cualquier cambio que realiza sobre el texto ajeno. Nicanor Vélez lo hace de la más sibilina manera: “Por otra parte, adaptamos la presentación de las entrevistas a las características generales de nuestras ediciones; y solo intervenimos en ‘Leer poesía, escribir poesía’, por razones obvias de edición”. En ninguna parte se explicitan esas “características generales de nuestras ediciones” y las “razones obvias de edición” de Nicanor Vélez son cualquier cosa menos obvias.
Y en algún caso, claramente desafortunadas, como cuando decide entremezclar al final del volumen las notas propias con las que Gil de Biedma puso al final de sus libros de poemas o a pie de página en el diario y en la recopilación de ensayos. Cierto que unas van en letra redonda y otras en cursiva, pero el resultado es sobremanera confuso. Un ejemplo: en la página 1335 leemos: “Moralidades (Páginas 149-213) / ‘Asturias,
¿Y qué decir de la decisión de enviar al final del volumen las notas que el autor puso a pie de página? Pues que, al estar entremezcladas con las del editor y no señalarse en el índice las que se refieren a cada uno de los títulos, hay que tener mucha paciencia para dar con ellas.
En el laberinto de las notas finales (página 1354) descubrimos algo de las “razones obvias de edición” a las que se aludía, sin más explicaciones, en la página 78. “Con el fin de evitar repeticiones, giros y otras particularidades propias del discurso oral, corregimos algunas cosas de dicha transcripción —cumpliendo el deseo que manifestó Gil de Biedma en alguna ocasión, en una carta, a García Montero—, pero respetando al máximo las ideas de los interlocutores y consultando con ellos la versión definitiva del texto”. Pero teniendo en cuenta que el interlocutor principal es Gil de Biedma, difícilmente puede haber consultado con él la versión definitiva del texto. Y no se explica bien porque en este caso no da por buena la versión de Eugenio Maqueda publicada por Visor de “Leer poesía, escribir poesía” y sí lo hace con el resto de entrevistas o conferencias (como la pronunciada en Oviedo, en 1983, y transcrita por Ricardo Labra). Por otra parte, lo único que indica en carta a García Montero —de fecha 8 de junio de 1984— es, tras preguntarle si grabaron en cinta sus conferencias, que le transcriba unos versos que ha perdido: “En la primera de ellas leí una traducción castellana de la ‘Reponse de
Afortunadamente, el lector común se saltará el prólogo del distraído estudioso y las confusas vaguedades con que el editor pretende darnos cuenta de sus intenciones. Solo así podrá disfrutar plenamente de este volumen, el más completo publicado hasta la fecha, de la obra de Gil de Biedma. Aquí están las obras mayores y un sin fin de inagotables curiosidades.
Jaime Gil de Biedma gustaba de hacerse la víctima con respecto a su familia, como si ellos le hubieran contagiado el sida, y no –quizás– algún “chiquillo” pobre de los burdeles que frecuentaba. Es bien conocida su respuesta ante la posibilidad de que su homosexualidad se mencionara públicamente, pero este señorito consentido se sabía el centro de atención del teatro literario de su tiempo, y que su temerosa reacción iba a conocerse en el futuro. Yo no me creo su reacción de amapola asustada, y sí que tenía mucho resentimiento hacia la adinerada familia de la que mamaba. A cada cual, lo suyo.
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