jueves, 8 de julio de 2010
Miguel Hernández: Una biografía a la española
Eutimio Martín,
El oficio de poeta. Miguel Hernández,
Aguilar, Madrid, 2010.
“¿Hemos ofrecido al lector una biografía de Miguel Hernández?”, se pregunta Eutimio Martín al final de su libro. Y se responde que no “una biografía a la inglesa, con carácter pretendidamente exhaustivo”. Él ha optado por una “biografía a la francesa”, entendida como aquella “donde pueden lamentarse lagunas factuales pero que no elude lo esencial de una biografía”.
Después de leer las 700 páginas de El oficio de poeta, yo diría que lo que ha escrito es una biografía a la española, muy barojiana en el peor sentido de la palabra: descuidada, impertinente, llena de contundentes opiniones de mesa de café.
Doy algunos ejemplos: “María Zambrano, como discípula de Ortega y Gasset, sobresalió más en la costumbre de fumar con boquilla que en la diafanidad de su prosa”. ¿No había otra manera de decir, sin traer a cuento a Ortega ni al fumar con boquilla, que la prosa de María Zambrano le parece un poco oscura? Eutimio Martín gusta del registro coloquial: “Hay amores que matan, se dicen. El amor de María Zambrano por Miguel Hernández no lo mata, pero lo vuelve memo de plantilla”.
A propósito de la “Fábula de Equis y Zeda”, de Gerardo Diego, escribe: “no sabemos de nadie que haya conseguido hincarle el diente a la hilación lógica de este críptico poema”. En nota a pie copia unas palabras de Andrés Sánchez Robayna y apostilla: “He aquí una supuesta crítica que no ilumina más que el elevado nivel de huera pedantería de su autor”.
La descalificación sumarísima alcanza a las personas más cercanas al poeta: “Siempre anduvo a vueltas con la satisfacción económica, pero más angustiosa fue la miseria afectiva. Sus relaciones amorosas fueron un desastre y de su esposa ni siquiera le satisfizo su condición de madre. Es un despropósito incluir a la pareja Miguel-Josefina en la lista de amantes célebres”.
De la descuidada redacción, de la falta de revisión que le lleva a incurrir en llamativas contradicciones podríamos ofrecer muchas muestras. Basta con una. En las páginas 52-53 nos habla del envío a un diario del poema “Citación fatal”, escrito a raíz de la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, y no puede evitar dar su opinión: “Quería sin duda auparse al podio literario en compañía de Lorca y de Alberti, autores ambos de sendas elegías en honor del diestro”. Doscientas páginas más adelante vuelve a referirse a ese poema y aclara en nota: “Es de subrayar que le han ido a la zaga esta vez en el homenaje poético a Sánchez Mejías, Federico García Lorca (que no lee Llanto por Ignacio Sánchez Mejías hasta el 4 de noviembre en casa de los Morla) y Rafael Alberti con Verte y no verte. Alberti se hallaba de viaje por el mar Negro cuando la cogida y no se enteró del fallecimiento del diestro hasta una semana más tarde, cuando ya Hernández había puesto punto final a su poema”.
En la página 352 cita parcialmente el famoso soneto que da título a El rayo que no cesa, lleno a su entender de “términos de una rara crudeza sexual”, y el último verso aparece como “de sus húmedos rayos destructores” (glosa luego esos “húmedos rayos”, ejemplo para él de “crudeza sexual”). Unas páginas después, en la 369, vuelve al mismo poema –el rayo se identifica con “la angustiosa consecuencia de una impetuosa libido permanentemente insatisfecha”— y ahora el último verso aparece tal como figura en todas las ediciones: “de sus lluviosos rayos destructores”.
Considera el biógrafo que la inspiradora de El rayo que no cesa, a su entender producto de la represión sexual, no puede ser Maruja Mallo “por la sencilla razón –explica en su pintoresco estilo— de que la dinámica y temperamental pintora era de muslo lo suficientemente hospitalario como para no dejar a Miguel a la intemperie”.
No disimula Eutimio Martín sus opciones ideológicas. La visión de la España de la época que aparece en sus páginas no busca la objetividad, toma decididamente partido como si fuera un combatiente más en la España de la guerra civil: “No hay neutralidad que valga ni siquiera en el objetivo de un fotógrafo cuyo ángulo de enfoque es vehículo de una flagrante subjetividad. Hemos apostado, de entrada, por su denodado apoyo a la legalidad republicana frente al golpe de Estado de un ejército al servicio de una sociedad clasista donde ejercer libremente el oficio de poeta sería considerado un culpable intento de desclasamiento social”. De ahí su insistencia en que Miguel Hernández fue comunista con carnet y en negar cualquier evidencia que pudiera suponer que decayó en su fe militante tras la visita a la Unión Soviética en la época peor de las purgas estalinistas.
Podríamos seguir ejemplificando estridencias, inconsecuencias, salidas de tono. Abundan tanto que casi se encuentra una en cada página. En la 275 se reproduce fragmentariamente una carta a José Bergamín y en nota se nos indica: “Copiamos íntegra la carta por diferir sustancialmente del texto publicado en la Obra completa en la edición de 1992”. Eutimio Martín debió copiarla completa, pero luego los herederos del poeta negaron el permiso para reproducirla (esa es, sin duda, la razón de que ningún poema de Miguel Hernández aparezca íntegro) y alguien fue cortando acá y allá sin tomarse la molestia de revisar la indicación previa.
A pesar de ello, por paradójico que parezca, este es un libro fundamental para la comprensión de Miguel Hernández. Está lleno de datos nuevos, de informaciones de primera mano. Las intromisiones del biógrafo, que no parece resignarse a su papel e interrumpe a cada poco con sus opiniones, no impiden que la trayectoria vital de Miguel Hernández –“ruiseñor de las desdichas, / eco de la mala suerte”— nos vuelva a impactar con su desolación de tragedia antigua.
Todos los duros reproches que en el apéndice al volumen hace Eutimio Martín a la edición de la Obra completa de Miguel Hernández llevada a cabo por Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira se le podrían aplicar, con no menor razón, a él mismo (“Por lo que se ve, para la editorial no era cuestión de dejar pasar el tren propagandístico del cincuentenario e impuso a los preparadores un plazo a todas luces insuficiente…”), pero eso no les resta ni grandeza ni utilidad a uno y otro laborioso empeño.
¿Ha leído la de José Luis Ferris? ¿Podría darnos su opinión? Saludos.
ResponderEliminarHe leído la biografía de José Luis Ferris sobre Miguel Hernández y la comenté en su momento en una reseña que publicó el diario "La Nueva España". Me parece menos disparatada que la de Eutimio Martín, pero con alguna interpretación biográfica discutible. Son libros que se complementan.
ResponderEliminarJosé Luis García Martín
nolllllllllll
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