José-Carlos Mainer
Galería de retratos
La Veleta, Granada, 2010
No es muy partidario José-Carlos Mainer del método generacional (siempre que puede muestra su aversión a los “estereotipos generacionales”), pero no deja de resultar ilustrativo encuadrarle dentro de los novísimos, como a sus coetáneos Carnero y Gimferrer. En 1970, poco antes de que apareciera la famosa antología, en la sede de Seix Barral, Gimferrer le presentó a Francisco Ayala y le dio ocasión de publicar su primer libro: una edición, brillantemente prologada, de las prosas vanguardistas del escritor granadino (Cazador en el alba y otras imaginaciones). Ese libro –al igual que las antologías de la poesía prerromántica y modernista que prepararon Carnero y Gimferrer— era también un manifiesto generacional, un ataque contra el adocenamiento de la literatura de posguerra.
El encuentro con Gimferrer se recuerda al comienzo de la semblanza dedicada a Ayala. No es el único apunte autobiográfico de estas páginas (el más emotivo está al final del capítulo sobre Historia del corazón), que son fruto de encargos ocasionales (un centenario, un congreso), pero que nunca se limitan a hacer acopio de erudición más o menos consabida para salir del trámite. A fin de cuentas, “un buen encargo es el que te pone en marcha hacia un lugar al que querías llegar”, como ha declarado –y Mainer lo cita— el pintor Antonio López.
De sus rupturistas comienzos generacionales, ha conservado Mainer un cierto gusto por el epíteto descalificador que, en su disonancia del habitual tono académico, suele añadir un tono de verdad y pasión a unos textos que nunca quieren ser asépticamente distantes. Claro que a veces parece pasarse un poco. Sonreímos cuando le oímos llamar “rufián pretencioso” a El Caballero Audaz, de verdadero nombre José María Carretero Novillo, “dos apellidos que definían mejor la grosería espiritual y la acometividad del autor que el refitolero seudónimo que le hizo famoso”. Pero no podemos dejar de sentir extrañeza cuando califica a Dámaso Alonso de “poetastro franquista”. Claro que quizá se trate solo de un pequeño lapsus erudito. Tras aludir al poema de Cernuda “Otra vez, con sentimiento”, añade que está “enderezado contra el poetastro franquista que llamó ‘mi príncipe’ a Lorca”. Pero fue Dámaso Alonso (y no López Anglada o algún otro oscuro poeta de la época) quien le llamó así en un famoso artículo sobre la generación del 27. Y es a él a quien alude el ofensivo verso final: “¿Príncipe tú de un sapo?”.
Con una muy ilustrativa introducción sobre “las vidas de los artistas y el género del retrato” comienza un libro que nos lleva desde Emilio Castelar hasta Juan Marsé. Aunque en el título se habla de retratos, se suele analizar más la obra que la estricta biografía. Hay autores poco conocidos, como el noventayochista Rodrigo Soriano, primero amigo y luego rival de Blasco Ibáñez en las filas del republicanismo, y otros de los que se ha escrito mucho, quizá demasiado, como Baroja o Cernuda. De los primeros se nos ofrece abundante información de primera mano; de los segundos, se acierta siempre a buscar un sesgo inédito. Ejemplar resulta el comienzo de las páginas dedicadas a Cernuda. Se alude a un artículo de 1932 en que el poeta describe su cuarto ideal de trabajo. En él hay “un significativo bodegón de libros desordenados”. Tras referirse a esos libros, añade Mainer: “Las ‘bibliotecas imaginarias’ como artificio para describir la intimidad intelectual de un personaje son un modo de écfrasis que algún día habrá que estudiar con detalle. O quizá baste con ofrecer una antología de ellas; hay mucho donde elegir”.
De tales ideas fértiles, desarrolladas o apenas apuntadas, están llenas todas las páginas de José-Carlos Mainer, un estudioso con imaginación creadora que sabe convertir la erudición en una fiesta de la inteligencia.
Como no podía ser de otra manera, no todos estos veinte retratos (que no son tales en la mayoría de los casos, como ya he apuntado) están a la misma altura. El gusto poético de Mainer no parece tan firme como el que muestra en otros géneros literarios, especialmente la narrativa y el ensayo. En su opinión, lo mejor que escribió Alberti tras su retorno a España “fue a parar a Versos sueltos de cada día”. Es opinión que no comparto y para refutarle me bastan los mismos ejemplos que él cita, especialmente el “inquietante y logradísimo bodegón de un desayuno” con que cierra las páginas que le dedica al poeta: “Tazas, yogurt y cáscaras de huevos. / Viento. Fuera los árboles. / Se ha quedado vacío el comedor”. Ni la inquietud ni el logro se ven por ninguna parte.
Más acierto muestra cuando rescata un breve poema de Joaquín Bartrina (el olvidado autor de unos versos famosos: “Si quieres ser feliz, como me dices, / no analices, muchacho, no analices”): “Lo sublime es sencillo. A la infinita / combinación de líneas que en el lienzo / deja el pincel que un fuego sacro agita; / a las notas sin fin en que se agota / la inspiración del músico más pura, / la música prefiero y la pintura / del mar, que es una línea y una nota”.
Los estudios sobre literatura rara vez son literatura. José-Carlos Mainer ha sabido convertir la investigación académica (que a menudo no pasa de “basura curricular”) en un género literario más. Cuando se mencionen los nombres principales de la generación novísima, cuando se hable del cambio estético que se produjo a finales de los sesenta, no se le debe dejar al margen. Su erudición es otra forma de creación.
Para no aparecer siempre como el "Pepito Grillo" que he dicho otras veces, dejo aquí constancia de lo que me ha parecido este texto de JLGM. Basta para ello una sola palabra: "Perfecto". Mainer es, desde luego, todo lo que JLGM dice, incluso con los mínimos deslices que agudamente le señala. Es del todo cierto lo de lo creativo de su crítica, sustentado (como es inevitable) en su condición de gran lector: la cita de Bartrina bastaría para demostrarlo. Y, por fin, la frase (justísima) referida a Mainer: "un estudioso con imaginación creadora que sabe convertir la erudición en una fiesta de la inteligencia", podría con igual mérito, sin más que sustituir "erudición" por "crítica" (y quizá "estudioso" por "lector vocacional", o "apasionado"), aplicarse al propio JLGM. Ningún misterio en ello, por lo demás: la imaginación creadora de JLGM es la del poeta que también es.
ResponderEliminar