jueves, 10 de marzo de 2011
Luis García Montero: Enseñanzas de la edad
Luis García Montero
Un invierno propio
Visor, Madrid, 2011
Un lugar propio tiene Luis García Montero, desde hace años, en la poesía española. Se dan en él cualidades que rara vez van juntas. El creador camina de la mano del teórico y el teórico sabe descender de las ideas generales para intervenir muy activamente en el polémico día a día de la actividad literaria. A ello se une la explícita militancia política en una izquierda vagamente utópica, que ha contribuido no poco a convertirlo en algo más que en un poeta, en un personaje público. Tampoco conviene olvidar –a otro nivel— una notable capacidad para entender los mecanismos promocionales –premios, homenajes a los maestros, colecciones, revistas subvencionadas— y para utilizarlos con una cierta vocación amical y clientelar.
Los poemas de Un invierno propio vuelven a tratar los temas que le han preocupado siempre –el amor, la amistad, el compromiso—, pero desde una perspectiva distinta marcada por la sensación de que el invierno de la vejez está cada vez más próximo.
Como han subrayado, y caricaturizado hasta la saciedad, sus detractores, García Montero gusta del lenguaje de la conversación y de los escenarios urbanos. Estos poemas nos hablan del paso por el control de seguridad en un aeropuerto (“En la bandeja pongo / el reloj, la cartera, el teléfono móvil / y el cinturón”), de noches y de alcohol (“Y recuerdo también la hospitalaria / sonrisa de los bares, / después de que las luces de sus puertas / no hayan defraudado”), de los mensajes telefónicos que nos llegan una noche de fin de año (“Que se acabe la crisis, / república, salud y el amor de los tuyos, / mañana no será lo que Dios quiera, / este año es el nuestro y es valiente, / atreverse a nacer con la que está cayendo, / hoy me acuerdo de ti”), de viajes en metro (“Educada la mira, se aparta y le murmura / siéntese usted, señora, / yo me bajo en la próxima estación”).
Pero la poesía de García Montero no se reduce, ni de lejos, a costumbrismo contemporáneo y bien intencionado sermón. Desde el primer poema juega con el lenguaje, nos enseña sus cartas. Los versos iniciales parodian las frases simples de quien comienza a aprender un idioma: “Mi nombre es Luis, / soy español, / vivo en Madrid, / en el número uno, calle Larra, / me dice usted la hora por favor, / ¿dónde ha nacido usted / y cuántos años tiene?, / buenos días, amigo, / buenos días, mi amor, te quiero mucho”. En la segunda parte del poema, como en el teatro del absurdo, esas frases se entremezclan y se convierten en otra cosa. Aparecen entonces “los predicados de altas temperaturas”, “los verbos de nieve”, “los sujetos derretidos”. García Montero parte del lenguaje de todos los días, pero gusta de subvertirlo, de llenarlo de niebla, de magia y de sorpresas.
El poema final nos habla de los inevitables cambios de chaqueta, de las etapas de la vida que vamos dejando atrás, de la madurez que no se consigue sin pisotear algunas ilusiones juveniles. Y lo hace, menos con consideraciones generales que con ejemplos muy concretos: abandonamos una casa, una discusión, una fiesta y nos acompañan las dudas y los remordimientos (“Cuando cierro la puerta de mi casa / suelen los escalones llenárseme de dudas”, “Es como cuando salgo de alguna discusión / y el ascensor se cubre de verdades no dichas”, “Es como cuando salgo de una fiesta / y me asalta el temor / de que alguien se haya molestado”). El final, variante de la moraleja dieciochesca, le sirve luego de título: “Tal vez nos vamos de nosotros mismos. / Pero queda una luz, un grifo abierto, / la sombra de una puerta mal cerrada”.
El gusto por los largos títulos aforísticos hace que el índice de Un invierno propio admita una lectura independiente: “La poesía solo existe como una forma de orgullo”, “La verdad no es un punto de partida”, “El porvenir es una negociación con el pasado”, “El dogmatismo es la prisa de las ideas”.
Disuena del conjunto algún poema, como el titulado “El amor es un ejercicio literario (que le da sentido a la vida y a la literatura)”, homenaje a Bécquer no menos banalmente trascendente que la segunda parte de su título. “La tristeza del mar cabe en un vaso de agua”, otro ejercicio que no desdeña los tópicos de ciertos cantautores más o menos latinoamericanos, se salva en cambio por el acierto con que convierte la enumeración descriptiva de “los hombres tristes” en un sorpresivo autorretrato. Otra enumeración muy distinta, pero otro acierto, encontramos en “Dar vueltas en la cama es perderse en el mundo”, un viaje alrededor de la memoria mientras llega el sueño: “Ese primer paseo en alguna ciudad / que tiembla todavía en manos del viajero. / La luz del aire limpio después de haber querido / un pacto sin demonios / con la serenidad de los recuerdos”. Siguen puestas de sol, desnudos, conversaciones y “aquel rincón sin prisas en el río Genil / con un atardecer a precios populares / que llenó mi reloj de otoños y alamedas. / El agua lujuriosa de la ropa empapada…” (notemos, es frecuente en el libro, el tino sorpresivo de la adjetivación).
Luis García Montero sabe darle la vuelta al habla de todos los días, convertir la prosa de la cotidianidad en otra cosa. (Cierto que a veces se pierde en vaguedades, en poéticos sinsentidos, en algún blando ternurismo. Pero toda manera de entender la poesía tiene sus riesgos.) Nunca ha renunciado a denunciar lúcidamente las inclemencias del mundo contemporáneo, pero eso no le ha impedido reconocer que puede haber un momentáneo paraíso a la vuelta de cualquier esquina: “Esta luna pacífica, / este rumor discreto de ciudades nocturnas, / una mesa sin horas / y unos cuantos amigos verdaderos”.
Un libro tópico, con títulos de calendario zaragozano y versos de un prosaísmo insoportable, soso, manido, sin un atisbo de inteligencia real... Solo repite tópicos y más tópicos sin que haya una única iluminación verdadera... Pero estos son, ya lo sabemos, los libros que le gustan al crítico JLGM. ¿Y por qué le seguimos leyendo? Por asombro de que alguien pueda perder el gusto de manera tan radical...
ResponderEliminarAdolfo
Un buen libro repleto de luz y de razones. Y una buena reseña.
ResponderEliminarHará bien el anónimo Adolfo en no atribuir su evidente ignorancia a todos, con esos plurales ("sabemos", "seguimos"). El asombro trivial al que se refiere se agota pronto; mi consejo, salvo que sea masoquista, es que no pierda el tiempo leyendo a JLGM, y se busque críticos (que los hay, se lo aseguro) más afines a sus gustos y, sobre todo, disgustos. (Y, de paso, una curiosidad: si JLGM ha "perdido el gusto de una manera tan radical", ¿cuándo lo tuvo, según Adolfo? Porque yo le leo desde hace muchos años, y, sinceramente, no veo que haya cambiado tan "radicalmente" de gustos).
ResponderEliminarAsí me gusta, que la muchachada defienda al jefe
ResponderEliminarGarcía Martín es un crítico cojonudo, una de las personas que más y mejor ha leído en este país. Una referencia para todos aunque sea para, de vez en cuando, discutir con él, especialmente cuando habla de poesía. Se nota que siempre habla el creador, y eso me gusta. Se defiende a sí mismo, como debe ser. Por eso mola llevarle la contraria. A él también le gusta discutir.
Una vez dicho eso, me gustan los poetas que evolucionan y los críticos cuyo gusto se modela, se afina, se perfila. Puedo entender la fidelidad de JLGM: él ha sido el mejor crítico de la poesía de la experiencia con LGM a la cabeza. También, al contrario que la muchachada, creo que es lo bastante inteligente como para que le guste que le pinchen de vez en cuando. Dicho esto, opino del libro de García Montero lo que he dicho. El libro de García Montero es soso y bienintencionado. En el fondo, es lo que deja traslucir JLGM. Solo me gustaría que lo dijese con ese picante que, parece, reserva únicamente a los amigos.
¡Larga vida al califa!
Adolfo
Pues nada, aprovechando la firma del anónimo, contestaré a su saludo únicamente ¡Larga vida al Führer! Y aclararé, para que no haya dudas. Nos explica en su última nota el tipo de críticos, y de poetas, que le gustan. Ningún problema: de gustibus non est disputandum, según el viejo aforismo. Pero no se queda ahí, qué va; supone que todos tenemos la obligación (Heil Hitler!) de coincidir con él ("sabemos", "seguimos"); y si, para su asombrada irritación, no es el caso, es que formamos parte de la "muchachada". La posibilidad de que alguien disienta de sus exabruptos simplemente porque tiene un criterio PERSONAL que no coincide con el suyo, está más allá de los alcances de su imaginación, que en esto se muestra muchísimo más sesgada y estrecha de lo que él cree. Pues nada, sus órdenes, mi teniente, digo cabo (Hitler lo fue, según tengo entendido). Y no me dé las gracias por el "picante" que pedía: él, de veras, no se merece menos.
ResponderEliminarQuerido marinero
ResponderEliminar(vive dios que nunca pensé que algún día comenzaría así una misiva, pero días tiene la vida),
que dios le conserve su personal criterio, y que yo viva para aplaudirlo.
Eso sí, el picante que yo pedía, meine fraire mechdesen, no era ese tan vulgar que usted se gasta, sino el bueno de JLGM, que no necesita ni de turiferarios como usted, ni de moscas cojoneras como yo, así que hala, a esperar la próxima entrega.
Gloria al exabrupto, a la disensión y a la primera comunión!
Me alegra ver que el amigo anónimo (que ya no firma) prescinde un poco de sus exabruptos; algo es algo. Cierto que me sigue designando como "turiferario" ("encargado de llevar el incensario", DRAE), o sea, entiendo, adulador de JLGM. Lo cual también es un progreso; otros han pensado, y dicho, que JLGM y yo somos la misma persona. Cierto, sigue sin entrar en su cabeza que se pueda disentir de él sin que ello ocurra por seguidismo hacia otros; que ese disentimiento se deba a ideas o convicciones propias. Pero quizá sea demasiado pedirle que se nos vuelva razonable de golpe. Es mejor aplaudir sus pequeños progresos: paso a paso se puede llegar lejos. Quizá veamos el día en que el anónimo comprenda que eso, tener ideas personales, propias, y distintas de las suyas, no es, como él se figura, un imposible metafísico. No desesperemos.
ResponderEliminarCrítica de un libro mediocre realizada por un crítico mediocre y partidario de la mediocridad.
ResponderEliminarSeñor marinero, es usted más aburrido que un conferenciante provinciano y siestero. Ya quisiera usted que alguien pensase que JLGM y usted son la misma persona. A repetir topiquitos lo llama usted ser razonable; viva su mente conservadora y el progreso de la lavadora. Cualquier día acabará usted escribiendo haikus. Ya verá...
ResponderEliminarAnónimo Adolfo (Bellidos)
No, yo no quisiera que nadie pensase que JLGM y yo somos la misma persona; sólo digo que ya ha ocurrido, nada más. Respecto a lo "conservador", sólo un apunte: nadie diría que un romántico en 1910, un neoclásico en 1810, etcétera, fueran "vanguardistas". Sin embargo, así se siguen llamando a sí mismos quienes empezaron (con el primer manifiesto futurista, de Marinetti) en 1909. Pese a su nombre, ésos sí son conservadores. Ya estamos (mucho) más allá de ellos (ha pasado un siglo, y un siglo con tantos cambios como ningún otro anterior). Aunque algunos aún no se hayan enterado.
ResponderEliminarNo me explico cómo un crítico tan reputado como usted no reconoce la falta de "talla" poética en LGMontero y sus lenguaraces imitadorcillos, legión, que andan en cuadrilla, al decir de Lope, pero es que el dux, en este caso, hace tiempo atrás que se rezaga y se congratula de su caminar pesaroso, pastoso y repetitivo. Admito que sus primeros libros han de reverenciarse en el canon historiográfico, es más, que sus últimas intencionalidades poéticas pasan el rasero de retoricidad pedestre de taller de escuela, y esto es un elogio, pues no todos los que se dicen a sí mismos poetas dominan la técnica básica del decir ripios canónicos o pareados sociales en forma de versículos parafrásticos de haikus obvios y, por ende, grotescos, pero no paso por alto que ese decir cansino de experiencia necia maquillada de bella hada de hace años pueda ser considerada modelo esbelto de literatura alguna.
ResponderEliminarCon admiración,
Yamila.
En cuestión de gustos, cada uno tiene los suyos. Luis García Montero puede no gustar como poeta, pero es uno de los nombres fundamentales de su generación. Y uno de los que quedarán en la historia de la literatura, nos guste o no. Nadie serio puede hablar de la poesía española de las últimas décadas sin ocuparse de él (a otros, en cambio, como a mí, por citar un ejemplo cercano, puede perfectamente no mencionársenos)
ResponderEliminarJLGM
Estoy de acuerdo con usted en lo primero, no así en la segunda parte de su argumentación entreparentisada, la poesía de JLGM debe conocerse y ponerse en el sitio que se merece. Disculpe este comentario que puede parecer adulador, pero es, en atenuante defensa a esto, sincero.
EliminarCon admiración,
Yamila.