Pocas veces un manual de filosofía resulta tan apasionante y necesario como Las trampas de Circe: falacias lógicas y argumentación informal (Cátedra). No teníamos noticia de la autora, Montserrat Bordes Solanas; no hay solapa ni contraportada informativas. El prólogo de Zamir Bechara nos aclara que se trata de una obra póstuma: “Como compañero suyo he asistido en primera fila a las dificultades que conlleva escribir un libro de esta envergadura y he sido conocedor de primerísimo mano del esfuerzo titánico que le supuso a su autora, aquejada de cáncer terminal, concluir su labor”.
Pero el infierno cotidiano, el inútil combate con la enfermedad, quedan fuera de unas páginas que asombran por su claridad y rigor. La autora va desenmascarando una tras otra las principales falacias que llenan el lenguaje político y periodístico –ad hominen, ad populum, petitio principii, plurium interrogationum—, y termina con un “Código de buenas prácticas argumentativas” que debería ser de obligado cumplimiento en cualquier debate público. Esas buenas prácticas tienen que ver tanto con la lógica como con la ética, promueven a la vez el debate racional y el juego limpio. El código está formado por principios y máximas. El principio “de caridad interpretativa” dice así: “El argumento del oponente debe ser reconstruido en su versión más sólida y rigurosa, siempre que sea consistente con la intención original del mismo”. O sea, que no debemos aprovechar los lapsus de nuestro interlocutor; antes de intentar refutarlo, debemos ayudarle a formular su argumento de la manera más adecuada posible. Porque, como escribió Samuel Johnson “una opinión es como una flecha lanzada desde un arco: su fuerza depende de la mano que la sujeta, pero un argumento es como una flecha lanzada desde una ballesta: tiene la misma fuerza aunque la lance un niño”. Antonio Machado lo afirmó de otra manera: la verdad es la verdad, la diga Agamenón o la diga su porquero.
No deja de resultar utópico este código de buenas prácticas. Dos no juegan limpio si uno no quiere. Siempre habrá tahúres que pretenden hacer trampa, como suele ocurrir entre los políticos, o que las hacen sin siquiera ser conscientes de ello, como tantas veces ocurre entre honestos e ineptos profesionales de la indignación y la crítica e incluso entre la buena gente de la calle. Las trampas de Circe ayuda a desenmascarar a unos y otros.
Hay un par de pequeños errores al transcribir, en el artículo, el nombre de la autora. Como puede verse en la reproducción de la portada, se llamaba Montserrat (no Monserrat) Bordes Solanas (no Solana). El primero lo he visto en muchos otros sitios. Creo que lo correcto es siempre Montserrat, con "t", pero la verdad es que no estoy seguro.
ResponderEliminarA la contumacia de mi imitador hay que añadir esa pedantería que le caracteriza, pues yo jamás me pondría a hacer catálogo de erratas ajenas. Sépanlo los que me leyeren: el comentario anterior, de infausta fecha, no es mío sino de mi desgraciado imitador.
ResponderEliminarYa está otra vez el plasta de mi suplantador dando la vara. Habrá visto, si además de suplantar se toma el trabajo de leer, que JLGM ha aprovechado mis indicaciones y corregido lo que le indicaba. Él, en cambio, es incorregible. En fin, mañana me voy de vacaciones; todo comentario que a partir de entonces aparezca firmado "marinero" será pues, como el último, fruto de su vanidosa ignorancia.
ResponderEliminarMarinero argumenta, no opina.
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