Elena Garro
Memorias de España 1937
Salto de Página, Madrid, 2011
Prólogo de Patricia Rosas Lopátegui
Cuando se habla de Elena Garro, escritora mexicana de origen asturiano, tanto como su obra, que siempre se despacha con vagos elogios, importa su biografía, o su leyenda, tan propicia para reivindicaciones feministas. Elena Garro estuvo casada con Octavio Paz y su sombra inmensa la habría mantenido oculta durante su vida y la seguiría manteniendo semioculta después de su muerte. Sería así un símbolo de la marginación de las mujeres en una sociedad patriarcal.
No parece que esa leyenda tenga demasiado de verdad. Octavio Paz, tras la separación en 1959, trató de seguir su camino al margen de Elena Garro. Ella no se lo permitió. Ni un instante, durante los cuarenta años siguientes, se olvidó de lo mucho que le odiaba. Ya anciana, declaró: “Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él y defendí a los indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo lo que soy es contra él”. Murieron el mismo año, 1998, pero ella unos meses después para poder permitirse la última venganza: mientras se celebraban los funerales de Estado por el hombre ilustre, con asistencia del presidente de la república, la retransmisión televisiva fue interrumpida para conectar con un apartamento en el que una anciana, con apariencia de mendiga, rodeaba de basura y de gatos, despotricaba una vez más contra quien había sido su marido, su verdugo, el causante de todas sus desdichas.
Para el lector español, quizá la obra más atractiva de Elena Garro son estas Memorias de España 1937, editadas por primera vez en 1992, aunque comenzadas a escribir a finales de los años setenta y anticipadas parcialmente en revistas de entonces (Nueva Estafeta, Cuadernos Hispanoamericanos). Prologa esta nueva edición Patricia Rosas Lopátegui, que ha dedicado tres valiosos y discutibles volúmenes a la biografía (a la hagiografía, mejor) de Elena Garro y a la recopilación de sus textos inéditos.
En 1937, Elena Garro (que tiene veintiún años y no diecisiete, como se suele decir) se casa con Octavio Paz y lo acompaña al Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura que los escritores antifascistas celebran en Valencia. El texto, aunque redactado tiempo después, conserva la frescura del momento, sin duda porque se basa en las notas de un diario. El punto de vista es el de una adolescente apolítica que solo toma partido contra la crueldad, y que parece no entender muy bien lo que está pasando, pero que lo entiende mejor que todos los serios escritores que la acompañan.
No se ha documentado Elena Garro para escribir estos recuerdos, y por eso resulta fácil detectar errores. De Luis Cernuda –a quien se nos presenta siempre solitario y tomando el sol en la playa— se nos dice: “Don Álvaro de Albornoz le nombró canciller en la embajada de Polonia, para sacarlo de España, y en la estación perdió el portafolio con las claves”. Pero a quien nombraron secretario de embajada fue a su amiga Concha de Albornoz (y no en Polonia, sino en Grecia); rodeada de los amigos que había ido a despedirla, dejó un momento el maletín en el suelo para pesarse en una báscula y al instante el maletín desapareció, con las claves y con sus credenciales. A Luis Cernuda, como a los otros amigos que acompañaban a Concha de Albornoz (hija de un ministro, y por eso salvó la vida), le interrogó la policía política a propósito de aquella desaparición.
Unas páginas más adelante leemos: “Supe que había enojo con Ortega y que Bergamín le escribió una carta terrible a Victoria Ocampo, en cuya casa de Buenos Aires se alojaba el filósofo español. Ortega se había marchado de España y, hablando de la guerra civil, había dicho: No es eso, no es eso… Esperaba una guerra diferente”. La frase de Ortega, como resulta bien sabido, se refería a la república, que esperaba distinta; la guerra civil no la esperaba de ninguna manera.
También contiene inexactitudes menores uno de los pasajes más emotivos del libro. Leía Octavio Paz su “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón” y, de pronto, al alzar la vista del papel, se encuentra con que allí, en primera fila, mirándole fijamente, estaba José Bosch, el compañero al que él creía muerto en combate y al que había dedicado el poema. Elena Garro le llama Juan Bosch y titula el poema “No pasarán”.
A pesar de todas esas inexactitudes, debidas a la excesiva confianza en la traicionera memoria, cuánta verdad hay en estas páginas. Pocas veces el ambiente de la España republicana, su mezcla de heroísmo y delación, de miseria y grandeza, habrá sido descrito con tanta exactitud. Y Octavio Paz está lejos de ser el monstruo que aparece en otros escritos (“Octavio es un perro rabioso”, afirmará, que incluso se dedica a “patear” a la hija de ambos). En estas páginas solo es un joven y ambicioso escritor, al que hacen sufrir las continuas salidas de tono de una adolescente tan inteligente como atolondrada. Elena Garro incluso se permite la ironía: “Los mexicanos siempre compadecieron a Paz por haberse casado conmigo. ¡Su elección fue fatídica! Me consuela saber que está vivo y goza de buena salud, reputación y gloria merecida, a pesar de su grave error de juventud”.
En Elena Garro, el personaje, seductor y atrabiliario, genial y paranoico, estuvo a punto de borrar al escritor, intuitivo y descuidado. No lo consiguió. O no lo consiguió del todo. Estas fascinantes Memorias de España lo confirman.
Eres hijo de tu tiempo.
ResponderEliminarNo te engañes pensando
que tienes mérito alguno.
Los eventos consuetudinarios de la historia
te han puesto aquí y ahora.
La tierra te ha parido
para que sigas sus caminos.
Intenta hacer lo que debas.
© María Taibo