Víctor Márquez Pailos,
Jesús Fonseca Escarpín
Jesús Fonseca Escarpín
Conversaciones en Silos
Kailas Editorial. Madrid, 2011.
Víctor Márquez Pailos, gijonés de 1968, prior de Silos, no es un monje convencional, y por eso sus conversaciones con el periodista y poeta Jesús Fonseca no resultan en absoluto convencionales. Tampoco el monasterio de Silos es un monasterio convencional: su prodigioso claustro románico, la fama de su canto gregoriano, el ciprés más famoso de la historia de la literatura y el que se encuentre en el origen de la lengua española lo han convertido en uno de los principales centros de atracción turística, en el lugar menos adecuado para una persona que quiera vivir su religión lejos de la sociedad. No es el caso de Víctor Márquez, para quien no hay frontera “entre el adentro y el afuera, entre el claustro y el mundo, porque el claustro es una gran ventana que se me ha abierto, no ya a la contemplación distante y cómoda del mundo, sino a la participación real a la vida de la gente”.
Benedictino de Silos era el fraile más famoso del franquismo, uno de los sostenes ideológicos del régimen, Fray Justo Pérez de Úrbel, que fue procurador en Cortes y primer Abad de la basílica del Valle de los Caídos. Víctor Márquez no aspira a seguir su camino, pero sí quizá a ser como él una figura mediática; de ahí que en la cubierta del libro aparezca una fotografía suya y cada capítulo se inicie con otra en la que aparece sentado en su celda, paseando por el claustro, reflejado en un espejo… Todo un ejercicio de narcisismo que no sabemos si habría aprobado San Benito, aunque sus normas monacales están llenas de sentido común y comprensión hacia las flaquezas humanas; por eso prescribe para cada monje un vaso de vino al día, salvo que “las circunstancia del lugar, el trabajo o el calor del verano exijan algo más”.
Víctor Márquez y Jesús Fonseca son buenos lectores de poesía. En estas conversaciones nos entramos a menudo, no solo con referencias a San Juan de la Cruz , según sería de esperar, sino también con citas de Rimbaud y de Valente, de Omar Jayyam y de Antonio Colinas. Un poema de Miguel Hernández resume los grandes núcleos que vertebran el libro: “Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor”. A veces una cita aparece alterada, como en el caso de los conocidos versos de Cernuda “libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”, pero eso, que sería un demérito en una obra erudita, aquí solo indica que se cita de memoria, como hacen siempre los buenos lectores de poesía.
“Un monje y un periodista hablan del amor y de la vida”, leemos en el subtítulo del libro. Y no lo hacen únicamente desde el punto de vista que esperaríamos, atenido a la convencional ortodoxia católica. Jesús Fonseca se atreve con preguntas personales y Víctor Márquez no teme adentrarse en terrenos delicados y en opiniones arriesgadas. “Víctor, te van a echar”, le dice al comienzo de uno de los capítulos. Y continúa: “¿Cómo se te ocurre decir que la Iglesia católica debe tener el valor de exponerse a la crítica y al juicio ajeno y malévolo porque también de él podemos aprender?”
Víctor Márquez, que además de teología, ha estudiado filología clásica y filosofía, muestra una gran admiración por María Zambrano (una foto suya preside su celda). La cita a cada paso y su magisterio resulta notorio, no siempre para bien. La nebulosidad de ciertas reflexiones de ella procede. Las que se refieren al amor erótico, por ejemplo. El entrevistador le hace una pregunta de esas que, en cualquier programa de cotilleo televisivo, han de ser pactadas previamente: “¿Cómo es la sexualidad de un monje?”. Y la respuesta no puede ser más directa: “Como cualquier otra”. A continuación nos explica una teoría sobre el amor –un juego entre caballeros, aunque los partícipes sean de distinto sexo—, que no aclara demasiado y que podría entenderse de no adecuada manera. Y más si leemos frase como que “el sexo ha sido siempre, y no solo ahora –baste recordar las mancebías de nuestro siglo de oro español—, una estupenda fuente de aventuras”. ¿También para los monjes? Muchas veces, también: “Si te fijas en el claustro de Silos y observas el artesonado mudéjar que cubre el claustro, podrás ver escenas de amor mundano y de la vida cotidiana en las que los monjes aparecen de una manera no precisamente edificante, enredados en mil picardías”.
No se le puede negar valentía a este prior de Silos capaz de colocar a la caricia en el lugar central de su reflexión filosófica y teológica y de afirmar que “las personas que comparten vivencias homosexuales con otras –en la forma de una relación corporal— se enriquecen como personas y no como homosexuales”.
La mezcla de audacia y candor que caracteriza a Víctor Márquez le hace luego afirmar que está en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo porque “habría convenido más a la naturaleza del fenómeno que se trata de reconocer” el presentarlo como un “pacto de amistad” y no como un “matrimonio”. Curiosa idea de la amistad la que tiene este buen fraile (o a saber lo que entiende por “relaciones corporales”).
Pero no daríamos una imagen adecuada de tan sugerente y fértil libro si nos centráramos demasiado en uno de los capítulos, “El amor erótico”, que divertirá a unos y escandalizará –aunque todo es reflexión teórica— a otros.
Hay en estas Conversaciones en Silos muchas inteligentes observaciones sobre los enigmas del hombre y del mundo, más preguntas (y no me refiero a las del periodista) quizá que respuestas, abundantes materias sobre las que reflexionar y hay, sobre todo, el autorretrato de un curioso y fascinante personaje que, sin duda, dará mucho que hablar, aunque esperemos que no sea en determinados programas televisivos.
“¿Qué le pedirías a la vida?”, le pregunta el periodista. Y la respuesta es: “Más vida”. La vida conventual, a menudo tan castradora, puede ser una de las formas de la plenitud humana.
"Pero no daríamos una imagen adecuada de tan sugerente y fértil libro si nos centráramos demasiado en uno de los capítulos, “El amor erótico”, que divertirá a unos y escandalizará –aunque todo es reflexión teórica— a otros".
ResponderEliminarPero usted va, y se centra en él, siguiendo su poética reseñística: hablar mucho de lo poco importante del libro y sólo de pasada de lo importante...
Tiene toda la razón mi anónimo comentarista. De lo importante no hace falta hablar demasiado, basta con señarlo. Da más juego ocuparse de lo pintoresco, de lo extravagante, incluso de las invuluntarias meteduras de pata. Esa es mi poética reseñista. Quien añore vaguedades elogiosas y educada ceguera para los desvaríos, debe leer a otros. No tendrá problema para encontrarlos en cualquier suplemento.
ResponderEliminarJLGM
Al crítico le surgen críticos. Qué se le va a hacer, José Luis. Eso es buena señal. Soy el anónimo que te dijo lo del Atrio y demás. A ver si a lo largo de diciembre podemos tomarnos un café. Si tuvieras un e-mail visible, te escribiría fuera del anonimato. Es que aquí en esto de los blogs hay mucho chismoso, rencoroso y envidioso que entra a los blogs básicamente para ver quien comenta y yo prefiero volverme invisible. Y que se rompan la cabeza los aburridos y los jubilados que al fin pueden dedicarse a la literatura. Pero en la vida real no tengo reparo en decirle a la gente las cosas a la cara. Que se lleven aquí los méritos y autoelogios, entre tanto, los pavos reales, que, si para ser poeta hay que ser pavo real o cualquier otro pájaro en vuelo, que me quiten ese apodo, porque yo sólo soy un hombre que camina. Y, si me queda el culo al aire con algún comentario, ventoseo humanamente a todo pavo real que se acerque para espantarlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Mi correo en la universidad es público gmartin@uniovi.es
ResponderEliminarAhí puede escribirle lo que quieras (firmando, por supuesto).
JLGM