Hellen Keller
La historia de mi vida
Traducción de Carmen
de Burgos
Sevilla.
Renacimiento, 2012.
Pocas historias tan fascinantes y tan justamente populares como la de Hellen Keller, la niña que a los dos años se quedó sorda y ciega y que, a pesar de ello, llegó a la universidad, escribió libros, renovó los métodos de enseñanza de las personas deficientes.
Sorprende
que, a pesar de esa popularidad –pocas personas no habrán oído hablar de ella–,
su temprana autobiografía, el libro que dio origen al mito, no hubiera sido
reeditado desde su primera aparición española en 1905. Solo dos años antes se
había publicado en inglés La historia de
mi vida, lo que da idea de la inmediata divulgación mundial del caso, ciertamente
asombroso, de Hellen Keller y de su maestra.
En 1887,
cuando la niña tenía siete años, se hizo cargo de su educación, tenida hasta
entonces por imposible, Anne Sullivan. El relato de cómo consiguió enseñarle la
primera palabra, establecer una relación entre una realidad exterior y los
signos que trazaba sobre su mano todavía nos conmueve: “Bajamos por el sendero
hacia el pozo, atraídas por el aroma de la madreselva que lo cubría. Alguien
sacaba agua, y la maestra me colocó la mano bajo el chorro. Mientras
experimentaba la sensación del agua fresca, escribió miss Sullivan sobre mi
mano libre la palabra agua, primero
lentamente, después con más presteza. Permanecí inmóvil, con toda la atención
concentrada en el movimiento de sus dedos. Súbitamente me vino un confuso
recuerdo de cosa olvidada hacía mucho tiempo; de golpe el misterio del lenguaje
me fue revelado”.
Hellen
Keller es la protagonista de La historia
de mi vida, pero ¿es también su autora? Hoy sabemos que, para escribirlo,
contó con la ayuda de Anne Sullivan y del marido de esta, John Albert Macy,
prologuista y editor de las cartas que integran la segunda parte del volumen.
¿Hasta dónde llegó esa ayuda? Es muy posible que –como ocurre con las memorias
de los expresidentes y otras figuras populares– el libro lo redactara
íntegramente Macy basándose en el testimonio de las dos mujeres.
“Mi maestra
está tan íntegramente ligada a mí, que apenas tengo idea de mí misma sin ella”,
escribió Hellen Keller. Su relación fue un punto más allá que la habitual entre
maestro y discípulo. Hasta la muerte de Anne Sullivan, en 1936, establecieron
una estrecha simbiosis; resulta bastante probable pensar que toda la obra de
Hellen Keller deba en realidad ir firmada por las dos mujeres.
En La historia de mi vida hay un capítulo
sorprendente, el XIV, en el que se nos cuenta “el negro nubarrón” que oscureció
el cielo azul de la infancia de Hellen en el invierno de 1892. A los doce años, poco
después de aprender a hablar, escribió su primer cuento, que admiró a todos, y
que fue publicado. En seguida alguien descubrió que se parecía mucho, en el
fondo y en la forma, a otro aparecido bastantes años antes. Se la acusó de
haber cometido un plagio ayudada por Anne Sullivan. Pero resulta que al parecer
Anne Sullivan nunca había oído hablar del relato original y que Hellen Keller
tampoco recordaba haberlo leído, aunque dadas las semejanzas, llega a suponer
que se lo leyó una amiga con la cual pasó algunos días. Olvidó por completo el
hecho y, sin embargo, fue capaz de reproducirlo tiempo después, casi con las
mismas palabras. Esta es la explicación que da: “En aquel tiempo los relatos
significaban muy poco para mí; pero el mero hecho de deletrear palabras nuevas
bastaba para distraer a una niña incapaz de distraerse sola; y aunque no
recuerdo ni una sola circunstancia relacionada con la lectura de los cuentos,
estoy segura de que hice un gran esfuerzo para recordar las palabras, con la
intención de preguntarle su significado a miss Sullivan cuando regresase. Es
indiscutible que se fijaron indeleblemente en mi cerebro, aunque nadie lo supo,
ni yo misma, hasta pasado mucho tiempo”.
La
explicación de ese plagio inicial resulta confusa. Lo que queda claro es que,
desde los comienzos de la actividad intelectual de Hellen Keller, hubo indicios
de superchería. Nada menos que una comisión de ocho miembros, cuatro de ellos
ciegos, juzgó el caso del plagio de su primer relato. El director de la
publicación en que había aparecido, que formaba parte de esa comisión, creyó en
su inocencia y en la de Anne Sullivan. Pero dos años después cambió de opinión.
¿Qué le hizo cambiar? “No lo sé –escribe la propia Heller Keller–. No conozco
los detalles de la indagación. Ni siquiera he sabido los nombres de los
miembros de la comisión, que no hablaron conmigo”.
Hellen
Keller sobrevivió largos años a Anne Sullivan; murió en 1968. Sería curioso
comparar lo que escribió antes y lo que escribió después de la desaparición de
su maestra. En cualquier caso, fue algo más que un ejemplo de superación, que
uno de los seres humanos más admirables que hayan existido nunca: fue también
–sola o en colaboración– una gran
escritora, una ensayista capaz de llevar la prosa al borde mismo de la poesía.
Ejemplo de ello es, mejor que La historia
de mi vida, otro de sus libros, El
mundo en que vivo, de 1908, traducido al español en 1945 por la editorial
Sudamericana y publicado recientemente en nueva traducción por Atalanta.
Termina ese volumen –que contiene uno de los más hermosos elogios de las manos
que se hayan escrito nunca– con un
conmovedor “Canto a la oscuridad”: “Madre bendita que en tu pecho tibio / me
acunas dulcemente”.
Quizá la
historia de Hellen Keller no fue enteramente como nos la han contado. No parece
probable que quien a los siete años no sabía hablar ni leer ni escribir, antes
de los veinte –según se afirma en La
historia de mi vida– ya leyera en
latín a Horacio y en francés a Corneille. Pero de lo que no hay duda es que las
dos mujeres que hay detrás del mito fueron dos seres excepcionales. Ni de que ese
mito cambió para siempre la consideración de los ciegos y de los sordomudos. Ni
tampoco de que Hellen Keller, o Kellen-Sullivan, forma parte, no solo de
cualquier colección de vidas ejemplares, sino de la historia de la gran literatura.
Bueno, cómo no recordar ahora la película "El milagro de Anne Sullivan", de Arthur Penn, con Anne Bancroft en el papel de Anne y Patty Duke en el de Helen. Maravillosa. Las dos actrices ganaron el Oscar, por cierto. Se impone leer el libro. Thanks.
ResponderEliminarVi es película hace muchos años y todavía la recuerdo con emoción. Se impone volver a verla.
ResponderEliminarJLGM
Yo recuerdo con emoción unas manos -bonachonas, inútiles, torpes- que me descubren de su poseedor lo frágil, lo poco nuestros que al cabo somos.
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