Ningún mejor interlocutor podía haber encontrado José María
Álvarez que el poeta Alfredo Rodríguez, cuyo primer libro se titula
precisamente Salvar la vida con Álvarez. No
abundan los entrevistadores tan gustosos de servir de peana, de acrítica peana,
para que el genio brille en toda su gloria. “Usted no se equivoca nunca”, llega
a afirmar.
José María
Álvarez se dio a conocer en la antología Nueve
novísimos, siempre más citada y discutida que leída, y es el único de los
seleccionados por Castellet que ha seguido fiel a los postulados de entonces,
especialmente al culturalismo y al cosmopolitismo, aunque en un primer momento
quisiera marcar distancia.
Las
entrevistas que constituyen la base de Exiliado
en el arte. Conversaciones en París con José María Álvarez (Sevilla,
Renacimiento, 2013) tuvieron lugar a comienzos de 2009. Se complementan con
fragmentos de otra entrevista, también a cargo de Alfredo Rodríguez, llevada a
cabo en Pamplona en 2006, y con amicales semblanzas firmadas, entre otros, por
Felipe Benítez Reyes o Antonio Colinas. También se incluyen, al hilo de la
conversación, los poemas citados, con lo que el volumen puede considerarse
además como una breve antología de José María Álvarez.
Conviene
tener en cuenta las fechas de las conversaciones. Las diatribas contra el gobierno
de España –especialmente ridiculizantes y feroces las dedicadas a su predidente–
deben entenderse como dirigidas al anterior gobierno, no al actual, más acorde
con las ideas del poeta: mercado libre, ningún intervencionismo, abolición de
la enseñanza y de la sanidad públicas.
José María
Álvarez, desde sus inicios como escritor, ha querido ser algo más que un
escritor, un personaje aureolado por la leyenda. Coincide en ello con otro poeta
de su generación con el que tiene no pocos puntos en común, Luis Antonio de
Villena. Ambos poetizan el deseo sexual, más que la experiencia amorosa,
desdeñan el vulgo “municipal y espeso”, gustan del exhibicionismo culturalista
y se muestran disconformes con la moral convencional.
La
automitificación comenzó en José María Álvarez muy pronto, con el presunto
nacimiento en Casablanca señalado en la antología Nueve novísismos y con la extensa entrevista que precede a 87 poemas, si no su primer libro, el primero
que considera válido. En esa entrevista, a cargo de un Jesús Munárriz algo
menos fascinado que Alfredo Rodríguez, se leen cosas estupendas, como que, en
su época de poeta social, llegó a dar recitales a los que asistieron cuatro mil
mineros. ¡Cuatro mil mineros juntos, en plena época franquista, para escuchar
poesía revolucionaria! Presume luego de que come “con cubertería de plata” y bebe
“en vasos de cristal finísimo”, de que su casa es una obra de arte y él una
especie de Príncipe de Lampedusa, “una de las personas que más he querido”. Y
es que José María Álvarez siempre –si hemos de creerle– ha estado cerca de los
grandes hombres de su tiempo y a cada paso los saca a relucir en la
conversación. La entrevista con Jesús Munárriz termina, por ejemplo, con estas
palabras: “Me acuerdo que alguna vez hemos hablado de esto con Gabriel García
Márquez, en alguna de esas hermosísimas noches presididas por la casa White horse, y siempre hemos acabado
igual. ¿Por qué somos así? Y entonces se abre otra botella y se brinda a la
salud del coronel Aurelio Buendía”.
En cuando a
su opinión sobre la antología que le dio a conocer, la de los novísimos, ha ido
cambiando a lo largo del tiempo. En 1971, esos poetas le parecían
“literariamente muy pobres y políticamente reaccionarios”. En 1996, cuando
publica sus memorias, Al sur de Macao,
y ya se ha producido la consolidación académica de la generación, se siente identificado con esos compañeros
antes despreciados: “teníamos una decidida y significativa voluntad de ruptura,
no solamente con el verso anterior sino con el mundo cultural reinante hasta
aquel momento”. En 2006, en la fecha de las conversaciones en Pamplona
reproducidas por Alfredo Rodríguez, la interpretación es otra: en cuanto
comenzó a alejarse de la izquierda, a finales de los sesenta, se le borró de la
fotografía, de la misma manera que lo hacía la KGB :
“Desaparecí. Y todos mis compañeros de generación (los Martínez Sarrión, etc.),
todos estos, me borraron absolutamente de cualquier sitio. Yo he estado casi veinte
años tachado hasta de las listas de la Dirección General
del Libro. No se me podía invitar a un congreso”. Sus “políticamente
reaccionarios” compañeros de generación parece que estaban todos a las órdenes
del partido comunista.
El seductor
personaje que José María Álvarez se ha creado –y que efectivamente deslumbró en
su momento a los políticos de la autonomía murciana y a hispanistas como el
húngaro Csaba Csuday y que sigue deslumbrando a poetas como Alfredo Rodríguez–,
el amigo de príncipes venecianos y de todos los grandes escritores del mundo,
no resiste una mirada atenta. Todo en él son contradicciones. “No tengo ya
siquiera interés en publicar”, declara en 1971. “Si alguna editorial me pide un
libro, y tengo seguridad de que guardará un absoluto respeto al texto,
disposiciones, etc, entonces doy permiso. De otra forma tampoco”. Pero en 1974
–tras varios intentos frustrados– apareció una primera edición de Museo de cera en la que –según se
informa en la edición siguiente– “se suprimieron poemas completos, otros en
parte, varios fueron ‘disfrazados’ e incluso la estructura del libro sufrió
notables alteraciones”. O esa que sí tenía interés en publicar y estaba
dispuesto a cualquier cosa con tal de lograrlo.
Pero no
ofrece demasiado interés seguir “reconstruyendo” al personaje. A fin de
cuentas, lo que importa son los poemas. Y su obra es notable, aunque cuenta con
la dificultad de que el autor, tan activo para promocionarse y promocionarla,
es un pésimo editor de sí mismo.
Antes de
hablar de esa cuestión quiero referirme a otra que tiene que ver con el
personaje “políticamente incorrecto” que José María Álvarez gusta de
representar. En una entrevista con Tomás Hernández, de 1984, se refiere a su
admiración por el mundo sudista: “Aquel mundo de caballeros, de duelos, de
código de honor, de jóvenes de Virginia, de esclavitud, ¿por qué no? De la
esclavitud de los negros de América habría que hablar mucho. Pero no tengo
ganas de escándalo”.
Afortunadamente
ha contenido sus ganas de hacer un elogio de la esclavitud. No de otros temas
que hoy nos hacen poca gracia, como no nos hace ninguna, aunque resulta
inventada, esta anécdota que cuenta en “Viajar con José María Álvarez” su gran
amigo Eduardo Chamorro: “En otra ocasión intentamos secuestrar a una menor en
Londres, pero la desgraciada se comportó como la hembra robustísima que era y
no hubo forma. José María sugirió que utilizáramos una soga que llevábamos en
la maleta, con la que en Nairobi habíamos hecho el número de la cuerda floja,
pero cuando quisimos echar mano de la herramienta, la menor había huido
gritando ‘¡By Jove! ¡You must be joking! Aquella noche nos consolamos con un
par de jamaicanas con tal pinta de zorronas que nos tuvimos que pasar cuatro
días sumergidos en zotal”.
Si estas cosas se publicaban en la España de 1984 sin que
nadie se escandalizara, algo hemos avanzado desde entonces en sensibilidad
ética y estética, diga lo que diga José María Álvarez.
Podríamos
seguir señalando otras llamativas contradicciones como su rechazo radical de las subvenciones y su
dedicación durante un tiempo a organizar congresos –el homenaje a Ezra Pound en
Venecia, los Ardentissima de
Murcia– a cargo de las administraciones
públicas.
Muchas
páginas de Exiliado en el arte se
dedican a cuestiones políticas. Las afirmaciones de José María Álvarez son tan
pintorescas (aunque ahora parece hablar en serio, no con el simple afán de
provocar) que hasta el absolutamente entregado entrevistador se siente obligado
a ponerle algunas objeciones. Todos los cargos políticos –desde el de
presidente del gobierno al de concejal– deberían ser por dos años y nadie
debería después poder dedicarse a la política, lo mismo si lo hubieran hecho
bien que si hubieran sido un desastre. Pero lo fundamental de su propuesta es
la existencia de un Tribunal Supremo, por supuesto vitalicio, con poderes
absolutos, “que pudiera desalojar a cualquier miembro del Gobierno, o del
Parlamento, a quien fuese, que se hubiera pervertido en el ejercicio de sus
funciones”. De inmediato y sin posibilidad de apelación. Lo difícil es
establecer el primer tribunal, añade. Luego no habría problemas: “iría
funcionando por sí mismo, eligiendo sus miembros de entre la Judicatura y por el
mismo Tribunal”. Sin comentarios.
Pero
dejamos esos tentadores asuntos. Cuando un poeta se convierte en protagonista y
se coloca por delante de su obra, el riesgo es que hablemos antes de sus
opiniones y de su anecdotario que de sus versos.
José María
Álvarez quiere y no quiere ser autor de un único libro, Museo de cera. En 1971 ya lo daba por terminado y en la antología 87 poemas incluyó una muestra del libro
siguiente, Lectura de la consumación.
Ese libro desaparece cuando en 1978 se publica la primera edición “completa y
definitiva”. No resulta serlo, como no lo sería la siguientes, ni quizá lo sea
la hasta el momento última, la de Renacimiento, aparecida en 2002. Cada una de
ellas va “fagocitando” los libros, en principio considerados independientes que
José María Álvarez publica entre una y otra, algunos de tanta calidad como El botín del mundo, de 1994, y otros
galardonados con algún sustancioso premio, como La lágrima de Ahab (premio Loewe), pero no lo hace conservando la
unidad del volumen y situándolo en su adecuado lugar cronológico, sino
dispersando sus poemas acá y allá.
Museo de cera primero fue un libro
unitario y luego se ha convertido en el título de unas confusas y farragosas
poesías completas. José María Álvarez necesita a su lado un crítico serio que
le ayude a editar adecuadamente su obra, a dejar fuera toda la broza y a
ordenarla de mejor manera, para que resalten sus líneas de fuerza y se haga
inteligible en su evolución.
Pero él
prefiere fidelísimos admiradores, como Alfredo Rodríguez, quien, al igual que
Csaba Csudey, el borroso autor de otro libro de artificiosas entrevistas,
parece un personaje inventado, el rendido discípulo que todo escritor quisiera
tener.
Y no deja de resultar entretenido
para la mayoría de los lectores un entrevistador así. Exiliado en el arte se lee siempre con asombro y a menudo con una
sonrisa.
La categoría poética de José
María Álvarez o sus cualidades como analista político o como crítico de la
decadencia contemporánea, podrán ser discutidas. Pero de lo que no hay duda es
de que se trata de un excelente anfitrión y de un gran conversador. Disfrutamos
acompañándole por París o Venecia, escuchándole hablar sobre Shakespeare o
Cervantes, sobre las traducciones de Dante o las versiones de esta o aquella
ópera de Mozart, sobre sus amigos los príncipes que le permiten ir, como Rilke,
de un palacio a otro… Cuando se ocupa de política, a Alfredo Rodríguez le
apetecería cambiar de tema. Pero no se atreve. Nosotros, más afortunados que
él, podemos pasar apresuradamente esas páginas y seguir disfrutando con la guía
de restaurantes, de lugares donde tomarse una copa o de tiendas de anticuario
como la que tiene un conocido suyo “junto al Mercado de St. Honoré”; allí
veremos muchas cosas, “todas espléndidas, no solo cajas, sino cerámica de todas
las partes de Túnez, y alfombras, y platos con esos colores que admiraba Klee”.
José María
Álvarez, de quien alguna vez se escribirá una biografía no autorizada, se ha
esforzado porque lo viéramos como una especie de “príncipe de Aquitania en su
torre abolidada”, como el último representante de un mundo –el de la Gran Cultura – a punto de
desaparecer. Buen empresario de sí mismo, a punto ha estado de conseguirlo, y
para muchos –como para Alfredo Rodríguez– lo ha conseguido. Pero a punto ha
estado también de convertirse en otro Justo Jorge Padrón, en alguien cuyas
innegables capacidades poéticas quedan sepultadas por la megalomanía y el
pintoresquismo del personaje.
Extraordinario Padrón , bueno sí hablamos de sensibilidad ética y estetica no se puede calificar o clasificar a un escritor ( ni al peor ) de megalomano y pintoresco , son comentarios que pueden llevar a pensar que quien los hace tiene una mentalidad antigua o cerrada, no es el caso , el gran enemigo del escritor español es la mentalidad española y la falta de fantasía creadora . Como dijo Bukowski ( un genio diferente ) quien quiera escribir tiene que ser autodidacta y reinventarse a menudo . Claro que se necesitan maestros como usted , sin maestro no se puede hacer literatura colectiva .
ResponderEliminarGracias por su generoso trabajo
Entre todos sabremos más ¿ Verdad ?
Ignoro qué criterio sigue para seleccionar los libros de que habla. (Por lo demás, ya sabe mi opinión: sería mejor que acompañase sus comentarios de un pasaje o fragmento -en el caso de la prosa- o de unos poemas -en el de la poesía- para que nos hagamos idea.)
ResponderEliminarDespués de leer su comentario pocas ganas quedan de leer a ese señor. Y quizá sea injusto, pero cuesta sustraerme.
He conseguido leer a CJC, a Umbral y a Pérez Reverte a pesar de lo mal que caen. Hay que reconocer que son estilistas, aunque humanamente dejaron mucho que desear.
En el caso de Neruda, tras saber lo de su hija Malva Marina, me resulta imposible leerle. Y eso que en mi juventud llegué a memorizarle ("puedo escribir los versos más tristes esta noche", etc, etc).
Y es injusto. Te puede caer fatal (como persona) el cocinero, pero eso no impide saborear sus guisos. (Pardiez, qué bueno está). Y por lo mismo deberíamos disfrutar de la obra literaria aunque su autor sea un ególatra, un indeseable, un pederasta...
En fin, también hay límites. Bukowski era alcohólico pero no hacía daño a nadie. 0tros sí han sido malvados, han hecho sufrir.
No, aunque pueda ser injusto decididamente no lo leeré.
Si eres malvado no puedes ser un buen escritor y tampoco poeta . La clave de un gran poema es que al leerlo sientas que te acaricia , sentir la viva presencia y el cariño del artista . Neruda es un gran escritor , un sabio de verdad que escribe con crudeza y muy agresivo ; se exagera mucho con los escritores pero si ejerció violencia por placer su obra será la víctima . Bukowski es raro para la mentalidad española , que es prejuiciosa y del que dirán , pero en EUA nada ni nadie parece raro y son los grandes artistas de la segunda mitad de siglo de largo.
ResponderEliminar“… hay un texto impresionante de Miguel de Unamuno en «Del sentimiento trágico de la vida», con trasfondo autobiográfico. En 1896 nace Raimundo Jenaro, hijo de Miguel de Unamuno y Concha, que fue víctima de meningitis y tras siete años de penosa vida, murió a causa de su hidrocefalia. Unamuno, que vivía el problema de su angustia metafísica y veía reflejada en la cabeza gruesa del niño enfermo el símbolo de su propia crisis intelectual, había escrito estos versos: «oigo en su silencio aquel silencio / con que Dios responde a nuestra encuesta». Sobre dicho telón de fondo, cala hondo el siguiente texto:
ResponderEliminar«Los amantes no llegan a amarse con dejación de sí mismos, con verdadera fusión de sus almas, y no ya de sus cuerpos, sino luego que el mazo poderoso del dolor ha triturado sus corazones remejiéndolos en un mismo almirez de pena. El amor sensual confundía sus cuerpos, pero separaba sus almas; mantenía extraña una a otra; mas de ese amor tuvieron un fruto de carne, un hijo. Y ese hijo engendrado en muerte, enfermó acaso y murió. Y sucedió que sobre el fruto de su fusión carnal y separación o mutuo extrañamiento espiritual, separados y fríos de dolor sus cuerpos, pero confundidas de dolor sus almas, se dieron los amantes, los padres, un abrazo de desesperación y nació entonces, de la muerte del hijo de la carne, el verdadero amor espiritual… Porque los hombres sólo se aman con amor espiritual cuando han sufrido juntos un mismo dolor, cuando araron durante algún tiempo la tierra pedregosa uncidos al mismo yugo de un dolor común…»
http://saberesperar.wordpress.com/2010/03/05/reflexiones-sobre-la-muerte-ii-%C2%BFpor-quien-doblan-las-campanas/
Silvio, si metes en google "Neruda" y "Malva Marina" leerás la historia. Yo quedé boquiabierta y no daba crédito, pero lo he leído en muchos lugares y nadie lo desmiente ni refuta. Así que tengo que concluir que es verdad. Por increíble que parezca, lo es. El poeta de los débiles y desvalidos se desentendió de la más débil y desvalida: de aquélla para quien más obligado estaba; de su propia hija. Desde entonces sus poemas saben a sarcasmo.
ResponderEliminarNada que ver, por cierto, con Bukowski. Yo era lectora de español en un instituto de Poitiers y vi Apostrophes, el célebre programa de la TF2, cuando entrevistaron a Bukowski y compareció borracho. Fue bochornoso, pero con eso sólo se dañaba a sí. Escritores alcoholizados ha habido muchos. Pensaban que con el alcohol o las drogas sus neurotransmisores devenían más creativos (Poe lo afirmaba y pudiera ser: de hecho la embriaguez y los efectos alucinógenos se deben a alteraciones en las redes neuronales por el etanol y los psicotrópicos). Hemingway agarraba tremendas cogorzas en los festejos pamplonicas de San Fermín y con eso no hacía daño a nadie más que a su hígado. La cosa, en fin, no es comparable.
Puede que aquel tiempo un alto porcentaje de hombres habría hecho lo mismo , es bueno colocar los hechos ante la forma de ver las cosas cuando sucedieron , no cometió ningún delito . No me atrevo a juzgarles , por una hidrocefalia se suicido Oskar Dominguez , la esencia del surrealismo , el más espectacular y autentico pintor del siglo XX. Supongo que Pablo llevaba la procesión por dentro , ante la magnitud del sufrimiento estoy por asegurar que Pablo la abandonó por no suicidarse . En las cartas a Miguel Hernandez se muestra como un gran hombre , muy fuerte y compasivo .
ResponderEliminarSi miras los huéspedes celebres del hotel Chelsea de NY veras que todos eran adictos al opio y al alcohol ( aunque tengo la duda de que Mark Twain fuera opiómano ) .
A Paul Bowles le visitaban en Tánger yonkis celebres ( Burroughs ) y raíz de dos de sus huéspedes le preguntaron a Paul B. , ¿ Se puede decir que T. Williams y Capote son unos surrealistas ? Y Bowles respondió : cuando eres adicto durante un periodo largo de tiempo te vuelves surrealista de forma irremediable . Y es verdad el cerebro depende mucho de la química que consumas o hayas consumido ; somos química y aprendizaje.
Saludos
Veo a Jose Luis muy callado , parece que solo da coba a los amigos y a los que le dan la razón , ¿ Jose Luis , Fuiste de los que firmó la proclama contra Maria Kodama apoyando el supuesto pero reconocido por la editorial plagio del Hacedor ? . ¿ Cobras por este blog ?
ResponderEliminarUn abrazo pibe
No firmé esa presunta proclama, pero ese libro, que no era un plagio sino una patochada, me dio grima. Lo hojeé en una librería. Poner una demanda contra él era darle demasiada importancia.
ResponderEliminarJLGM
Bueno yo escribí Correos a Kodama y Piglia para que le demandaran , lo peor fue la reacción de muchos escritores contra Kodama . Estuve una semana " ajustando " cuantas al que pillé .
ResponderEliminarMe gusta el blog , pero hablar mal de Borges o Juan Ramón hiere la sensibilidad de los lectores y eso ha creado una linea de comentarios que me han parecido muy acertados ( la afición que se vea ) . Con lo que acaba de decir se acabara la linea de comentarios capciosos o que de forma subliminal intenten desprestigiarle . Borges esta vivo en quien le citamos , leemos y queremos ( la fuente que nos inició a muchos ) y lo mismo Juan Ramón ( llego medio muerto a Buenos Aires pero el aliento de los fans le devolvió la vida ) . Ahora con Internet se notan las intenciones de todos , aquí no vale enlatar destellos sino la probidad y mucha sinceridad . Estupenda defensa Sergio , ganaste de largo .
Qué gente tan rara le lee a uno en Internet. ¿Le lee? Yo creo que picotean acá y allá. confunden una cosa con otra y luego dicen cualquier cosa escondidos tras un pseudónimo. Bueno, eso algunos. No todos, ni quizás la mayoría. Pero son los más característicos del nuevo medio y por eso llaman más la atención.
ResponderEliminarJLGM
A mí me ha caído muy bien siempre, con sus contradicciones y todo ese culturalismo trasnochado. Le recomiendo un libro de memorias suyo llamado "Al sur de Manaos", donde no paré de reírme cuando afirmaba que el Cristo de Río de Janeiro debería ser sustituido por un "un enorme y colosal coño".
ResponderEliminarEn Cartagena, en plena siesta de verano, tenía en su casa puesta a toda pastilla música de Wagner o Rossini. Y sí, llevaba una bandera sudista en la bicicleta. Álvarez alterna poemas vacuos, de estudiante de bachiller esteta, con otros muy buenos. Tal vez una buena antología sería necesaria. Un saludo..
Coincido en la necesidad de una buena antología.
ResponderEliminarJLGM