Gran esperanza un tiempo
Roger Wolfe
Renacimiento.
Sevilla, 2013.
Aunque había publicado un primer libro en 1986 –Diecisiete poemas, de muy correcta
factura–, la importancia de Roger Wolfe en la poesía española comienza en 1992
con la aparición de Días perdidos en los
transportes públicos. Ese libro supuso de algún modo un antes y un después.
Roger Wolfe iba más allá en el uso del lenguaje coloquial de lo que estábamos
habituados y además trataba temas, si no inéditos (recordemos el malditismo y
la bohemia modernistas), sí con un toque nuevo de audacia y contemporaneidad.
Un fenómeno semejante se produjo por entonces en la narrativa con Historias del Kronen, de José Ángel
Mañas.
Fueron
legión los poetas que, tras el ejemplo de Roger Wolfe, incurrieron en la
corriente que los críticos denominaron (con la impropiedad habitual en este
tipo de etiquetas) “realismo sucio”. Incluso algunos nombres de generaciones
anteriores, como Luis Antonio de Villena o Luis Alberto de Cuenca, se sintieron
atraídos por el mundo y la dicción de Roger Wolfe, un poeta nacido en
Inglaterra, formado en Alicante y Asturias, que, lo mismo que hizo Rubén Darío
con simbolistas y parnasianos franceses, incorporó a la poesía española ciertas
tradiciones de la poesía de lengua inglesa, especialmente norteamericana.
En los años
siguientes, Roger Wolfe se convirtió en un hombre de moda. Cultiva todos los
géneros literarios, aunque destaca especialmente en el dietario contundente y
en la poesía. Luego sus obras se fueron espaciando, apareciendo en editoriales
cada vez más desconocidas.
El título
de su más reciente libro de poemas, Gran
esperanza un tiempo, parece aludir a ello. Pero Roger Wolfe no fue solo la
moda de un momento, como quizá José Ángel Mañas. Al contrario que tantos
seguidores suyos, que encontraron un camino fácil en la narración de anécdotas
etílicas con un lenguaje bronco y descuidado, es un buen lector, un escritor
que conoce la tradición literaria en varias lenguas, un poeta verdadero.
Los mejores
poemas de Gran esperanza un tiempo (como
los del breve cuaderno anterior Afuera
canta un mirlo) parecen hechos de nada, como si fueran anotaciones en el lenguaje
de todos los días. La suma maestría es la que no necesita exhibirse.
Claro que
también, de vez en cuando, como si no quisiera defraudar a sus antiguos
seguidores, aparece el Roger Wolfe más tópico y contundente. Un ejemplo muy
característico lo encontramos en “El humo del infierno”, su agresiva reacción a
la ley de “medidas sanitarias frente al tabaquismo”, aludida en el subtítulo.
Aunque no llega a la irracional embestida de otros fumadores, que incluso
llegaron a comparar esa ley con los nazis y el Holocausto, Roger Wolfe tampoco
se queda corto. Se trata “del más grave atentado / que quinientos años de
historia han conocido”; España, que “agonizaba ya”, con esa ley “acabó de
morder el polvo”; la responsable es una ministra “flaca y seca como un pedazo
de mojama”, cuyo nombre calla para no manchar el papel en que escribe.
No destaca
precisamente Roger Wolfe por ser un lúcido analista de la sociedad
contemporánea. Sus observaciones apocalípticas dicen poco de la realidad
actual, porque no habla de ella, sino de sí mismo. Se ha repetido muchas veces
la frase de Hölderlin que afirma que el poeta es un Dios cuando sueña y un
mendigo cuanto reflexiona. Las reflexiones de Roger Wolfe no resisten el menor
análisis. “Cuidado con los que tienen coche / y siempre están censados y acuden
a las urnas, / y se abstienen del tabaco y llevan vida sana. / Cuidado con la
gente y su energía incombustible. / Cuidado con la masa. Cuidado / con la
malvada muchedumbre. / Indefectiblemente, son los que te linchan”. Solo le
faltó añadir que cuidado con los vegetarianos porque Hítler era vegetariano.
Afortunadamente
estos poemas presuntamente críticos son los menos, como es una excepción un
poema como “Dulce pájaro de juventud”, donde se narra una batallita de su
juventud en unos míticos años ochenta en que los policías “fumaban porros sin
disimularlo / y estaban muy versados en el arte / de hacer la vista gorda”.
Sabia,
desengañada, escueta poesía de las postrimerías la que, dejando a un lado
contadas excepciones, nos ofrece Roger Wolfe en Gran esperanza un tiempo, desde el primer poema, “Deseo de ser
perro”, hasta el último, “Tómate tu tiempo”, en el que vuelve a cantar el mirlo
que daba título a su libro anterior.
“Sucede que
me canso de ser hombre” escribió Pablo Neruda, y a Roger Wolfe parece que en
ocasiones le ocurre lo mismo: “Ser perro. / Tener un dueño bueno. / Ir en coche
y asomar / la cabeza por la ventanilla, / y olisquear el mundo. / Correr entre
los árboles / en busca de piedras y de palos. / Enroscarse junto al fuego / en
lentas tarde de invierno / soñando con praderas / bañadas por el sol / y
batidas por el viento”.
En otro
poema afirma que, puesto que no puede ir de momento al otro barrio, le gustaría
envejecer “más deprisa, más deprisa”. Esta es su idea de un posible paraíso en
la tierra: hacerse viejo “y estar sentado en una silla / al sol del mediodía”
con un poco de mar y un poco de cielo, “medio lelo, / pero tranquilo y solo”.
De mínimas
felicidades, con las menos palabras posibles, nos hablan los mejores poemas de
este libro. El poeta de Días perdidos en
los transportes públicos (“Suena el teléfono. Manolo. Me comunica / que le
han dejado el ojo como un plato”, comenzaba el primer poema) ha atenuado su
algo grafómana exasperación y ha ganado sabiduría con los años. Casi todos sus
defectos se los ha dejado a los imitadores.
Estaremos a
dos pasos del Apocalipsis (por culpa de los espacios libres de humo y de los
progresistas y su “corrección política”: el lector no puede por menos de
sonreír ante tan toscos tópicos), pero siempre habrá un árbol, un mirlo, una
ventana, “mágicos momentos en que por instantes / todavía se puede ser feliz”.
El español inglés, o el inglés español, Roger Wolfe. Gracias por dármelo a conocer. Sus páginas, con interesante blog, en
ResponderEliminarhttp://www.rogerwolfe.es/
RW, es curioso, prefiere el “viejo” término “bitácora”. Vaya aquí una de sus entradas.
ResponderEliminar« Sábado, 13 Abril 2013 07:00
Dredge the Heart
Cada obra, cada página, cada párrafo, cada línea que he escrito, que escribo, que escribiré, es un jirón arrancado de la carne de mi vida, el reflejo de toda esta basura en movimiento, mi particular “process of breaking down”, es lo que soy, es lo que he sido, son las botas puestas, los cojones en la pista, saliva, enjuagaduras, “blood, sweat and tears and the innermost dregs of my tortured heart”, el canto y el silencio, el grito y el espasmo, la vida, Dios mío, la vida, hay que meterlo todo, lo bueno y lo malo, el llanto y el suplicio, la carcajada y la cagada y el vómito y el orgasmo, pajas mentales, masturbación emocional, la escoria y los detritos, los raros instantes de beatitud mental, la prisa y la pausa, grano y paja, la tinta fresca y los borrones, el asco, la desidia, el movimiento, sobre todo el movimiento, cómo atraparlo, cómo asirlo, todo este maldito flujo de mierda viva que se va, todo este sublime desaguisado, toda esta guerra, toda esta paz, toda esta jodida belleza, todo este odio, toda esta verborrea vacía en medio del mutismo intergaláctico, día y noche, sístole y diástole, inhalación, exhalación, “el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan”, si cuando todo se haya dicho y se haya hecho y consumado ni la muerte que nos come el culo y los talones quedará en pie.
Escucha este texto en la voz de su autor: Roger Wolfe: “Dredge the Heart”.
Nota.- Audio grabado «en crudo» y al vuelo, en una BlackBerry RIM 8900, el 3 de enero de 2012. En crudo y al vuelo va. Do It Yourself. Do It Punk. »
http://www.rogerwolfe.es/index.php/blog/697-dredge-the-heart
Hitler, no Hítler.
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