sábado, 31 de enero de 2015

El amor, la poesía


Versos de amor
Rosa Navarro Durán
Alianza Editorial. Madrid, 2015

Hay quien piensa que el amor es un invento de los poetas y quizá no ande muy descaminado. Lo que llamamos amor es menos un sentimiento natural que una invención cultural.
            Todo lo que hay que decir sobre el amor lo dijeron antes que nadie los poetas. Por eso abundan tanto, y tienen tanto éxito, las antologías de poesía amorosa. Versos de amor, de Rosa Navarro Durán, gran estudiosa y divulgadora de los clásicos, se centra en la poesía española (no incluye a los poetas latinoamericanos) y deja fuera la poesía contemporánea (los más recientes seleccionados pertenecen a la generación del 27).
            En la introducción, inteligentemente incitativa de la lectura, se refiere a una posible “utilidad” de la antología: “¿Qué mejor que regalar un libro de hermosos versos amorosos a la persona amada? No hay más que hacerlo con el marcapáginas en el lugar adecuado, pero sin indicarlo; con ese cuidado descuido –la esencia de la elegancia– que tan bien se sabían los renacentistas, damas y caballeros”.
            Al igual que Tirante el Blanco utilizó para declararse un espejo y los pastores de Sannazaro o Garcilaso una fuente, según se nos refiere en el prólogo, este libro también podría servir para una “declaración de amor”.
            No estaría yo tan seguro, sin que eso suponga restarle ningún mérito a la colectánea que nos ofrece Rosa Navarro Durán. Predominan en ella, junto a los cancioneros medievales, los poetas del siglo de oro y cuesta imaginarse a un amante de hoy declarándose, por ejemplo, con un soneto de Fernando de Herrera: “Cubre en oscuro manto y sombra fría / del cielo puro el resplandor sereno / l’húmida noche, y yo, de dolor lleno, / lloro mi bien perdido y mi alegría”.
            La antología de Rosa Navarro Durán se dirige a dos tipos de lectores. El prólogo y la disposición temática de los versos van encaminados hacia el lector común, al que pretende ayudar a decir lo que siente, a “declararse” (“Todo gran poeta nos plagia”, escribió Ortega), pero el núcleo de los textos seleccionados se encamina a poner de relieve a poetas que para muchos tienen ya solo un valor arqueológico.
            El índice podría servir para un tratado sobre la pasión amorosa: “¿Qué es amor?”, “El enamoramiento”, “La mirada”, “La declaración”, sin faltar los capítulos dedicados al beso, a los celos o a la ruptura.
            Entres las definiciones de amor destaca el conocido soneto de Lope de Vega que comienza con “desmayarse, atreverse, estar furioso” y, tras la enumeración de efectos contradictorios a lo largo de trece versos, termina con el rotundo endecasílabo que todos hemos citado alguna vez: “Eso es amor. Quien lo probó lo sabe”. Compite con él otro soneto, el de los oxímoros, que Francisco de Quevedo tomó de Camoens y en el que el amor “es yelo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente, / es un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado…”
            Como una antología de los sonetos del siglo de oro puede considerarse este libro. Aquí están, junto a los citados Lope y Quevedo, los otros grandes, Góngora, Garcilaso, Villamediana, pero junto a ellos poetas que suenan menos, salvo a los estudiosos (Francisco de Figueroa o Luis Martín de la Plaza) y que quizá constituyen el aliciente mayor para el buen lector de poesía.
            La poesía posterior está más pobremente representada: con un poema aparecen Lorca, Cernuda, Antonio Machado; con ninguno, Miguel Hernández. Pero a una antología hay que juzgarla por lo que ofrece, no por lo que deja fuera. Y Rosa Navarro Durán ha optado, muy claramente, por el campo de su especialidad, no limitándose solo a los poemas líricos, sino incluyendo también –con muy buen criterio– fragmentos teatrales.
            Los poemas, ya lo hemos dicho, se distribuyen temáticamente, sin tener en cuenta la cronología y sin notas que dificulten la lectura. Las precisiones eruditas quedan para el apéndice “Localización de los textos”, que a menudo ofrece algo más.
            Al margen de los poetas del siglo de oro, Bécquer y Salinas, como no podía ser de otra manera, son los poetas más representados. De Gerardo Diego se seleccionan dos sonetos, uno de los cuales, “Insomnio”, puede competir con los clásicos.
            Quizá, más que a los enamorados en general (que preferirían a Benedetti o a la tuitera Ajo), este libro se dirige a los enamorados de la poesía. No les defraudará.

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