Quién lo diría
Eloy Sánchez Rosillo
Tusquets. Barcelona,
2015.
Algo que sin demasiada hipérbole podríamos calificar de
milagroso hay en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo. A partir de 2005, en que
publica La certeza, abandona la
elegía del tiempo que huye por la celebración del instante, el asombro ante lo
cotidiano, y sus libros se vuelven más extensos y más próximos en la fecha de
la publicación, como si el caudal de la creación se hubiera ido acrecentando con
la edad. Una y otra vez, además, vuelve sobre los mismos temas, según él mismo
reconoce en los versos iniciales de “Insistencias”: “He hablado con frecuencia
/ de la luna, del alba y de la lluvia, / de las tardes de agosto o de febrero,
/ de las muchachas y de tantas cosas”.
De tantas
cosas no, de muy pocas cosas: un vaso de agua, un paseo por la orilla del mar,
el mirlo o las cigarras. Y lo hace en un lenguaje que huye de florituras, con
palabras tan comunes que casi se vuelven transparentes. Y sin embargo, y ahí
está la inexplicable maravilla, sus poemas nunca suenan banales, nunca resultan
reiterativos, siempre nos producen un emocionado deslumbramiento.
Si los
miramos más de cerca, vemos que no todo es tan sencillo en estos poemas como a
primera vista pudiera parecer; hay en ellos mucha maestría, pero de la que
gusta de ocultarse, no exhibirse.
Fijémonos,
por ejemplo, en los finales. El poema inicial comienza con una paradoja: “Qué
suceso increíble: / llené un vaso de agua y lo alcé hasta mi boca”. Nada hay de
increíble en un acto tan trivial, piensa el lector. Tampoco aparentemente hay
nada increíble en lo que viene a continuación: lo traviesa un rayo de luz del
sol poniente. La prodigiosa metamorfosis que ocurre a continuación se resume en
los dos versos últimos: “Oro licuado y tembloroso el mundo, / astilla viva yo
de un súbito diamante”.
En un
súbito diamante convierte los sucesos más cotidianos Sánchez Rosillo, un poeta
que sabe comenzar en voz baja, como hablándole al oído al lector, sin ningún
énfasis retórico, para luego cerrar la confidencia con una imagen memorable.
Así, los tres versos finales de “No hacer nada”, que casi podrían aislarse en
un poema independiente: “Sobre el mar que dormita, / el sol de mayo labra
minucioso / el escudo de Aquiles”. O los de “En lo suyo”, donde se nos habla de
un estornino que revolotea de un árbol a otro “mientras el sol le pulsa algunas
notas / de oro encendido a au plumaje negro”.
La
personificación es otro recurso frecuente. “La realidad desvalida”, “la esbelta
luz de marzo”, el otoño que llega “sin hacerse notar” protagonizan algunos
poemas; en otros, el invierno pliega “sus desoladas intemperies / y escapa a
hurtadillas”, a las estrellas “se les va la noche, / despreocupadamente, / en
dimes y diretes de unas y de otras / y en muy vivos y alegres cuchicheos”, a
agosto se le ve alejarse: “parecía cansado y arrastraba los pies, / llevaba al
hombro un hato de ajadas maravillas / que aún relucían allí como luciérnagas”.
No pasa
nada en estos poemas, salvo el tiempo, que a menudo semeja no pasar: “Un día
pleno no es un solo día, / sino el vivir entero. Y más incluso: / es lo eterno
colmado y expandiéndose, / sin un punto inicial ni un fin que aguarde”. Lo que
estos poemas, siempre iguales y nunca repetidos, es “la rosa infinita del
instante”.
Pero hay
algunas excepciones: tres o cuatro poemas de mayor extensión, que desarrollan
una anécdota autobiográfica y nos remiten al Sánchez Rosillo anterior: es el
caso de “La libertad”, que recrea un pasaje de la infancia; “En la luz de la
vida”, que nos narra un sueño en el que vuelve a la vida una amiga muerta, o
“Crónica”, minucioso relato de un día cualquiera. “Nada ha pasado hoy, y, sin
embargo, cuánto”, comienza. Ese día es un 5 de febrero y en la nota final,
donde se nos indica cuándo fue escrito cada poema, encontramos efectivamente la
fecha del 5 de febrero. No participa Sánchez Rosillo de la concepción pessoana
del poeta como fingidor. Su poesía parte de la estricta verdad biográfica para
trascenderla, no necesita de fingimientos ni de la objetivación culturalista
del poema histórico.
Hay otra
excepción, al final del libro, dos o tres poemas abandonan el tono celebrativo
para anticipar “El último día” (así se titula uno de ellos), que se acepta con
resignación y a la vez se niega: “No habrá ocasión ninguna de morir. / Punto
final no cabe en el comienzo”.
Realismo
místico, ajeno a cualquier confesión religiosa, el de Sánchez Rosillo. “La
muerte es nacimiento” afirma rotundamente en un poema, y la imagina así: “Una
madre te mece en sus brazos y canta / mientras te lloran quienes te quisieron”.
Aunque a
ratos Sánchez Rosillo nos puede resultar en exceso beatífico y no acabemos de
creérnoslo del todo, es imposible no rendirse a su capacidad de seducción.
Mientras dura la música del poema, el tiempo se detiene y el mundo está bien
hecho.
Qué excelente lectura, José Luis, la poesía de Eloy Sánchez Rosillo utiliza el tono humilde la confidencia para hacer de cada instante un don, un gozo, una celebración. El poeta atraviesa una etapa muy fértil que nunca deja indiferente al lector: cada verso de siempre parece nuevo. Un abrazo.
ResponderEliminarLa jubilación, esa etapa tan fructífera en la vida de los poetas.
ResponderEliminarNada de jubilado. Yo soy alumna suya este curso.
ResponderEliminarYo lo encuentro un tanto frío y autocomplaciente. En mi sótano de Madrid he intentado el experimento del vaso de agua y, como no entra la luz del sol, se me ha caído el alma a los pies. Leído, en cambio, en un loft de Manhattan o en la casa de la playa, la perspectiva cambia, claro. La literatura tiene mucho de "mal de muchos, consuelo de tontos". Habla de lo que nos concierne a todos, y eso nos alegra porque nos sentimos acompañados. Por eso queremos tanto a Don Quijote, porque es patético e iluso como nosotros; o a Jesús de Nazaret, porque simboliza el sufrimiento. Yo me alegro de que Rosillo sea capaz de convertir en oro todo lo que mira, pero eso a mí no me llega ni me conmueve.
ResponderEliminarHola otra vez:
EliminarPor último, ¿podrías quitar también este horrible comentario? ¡Pobre Eloy! Reconozco que tenía un mal día...
Gracias mil y mil perdones,
Miranda
Veo que no lo has eliminado. Mejor, así me lo pensaré dos veces antes de comentar algo. Confieso que mentí (pensé que era una licencia): no hice el experimento del vaso y vivo en un acogedor pisito en el sur de Madrid.
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