La menina ante el espejo
Luis Bagué Quílez
Fórcola Ediciones.
Madrid, 2016.
¿A qué género literario pertenece La menina ante el espejo, el nuevo libro de Luis Bagué Quílez, uno
de los mejores conocedores de la poesía española actual, notable poeta él
mismo? La pregunta no es baladí, no se trata de una mera preocupación
taxonómica. Cambia nuestra actitud de lectores según el género al que
adscribamos el texto, condiciona de algún modo la aceptación o el rechazo.
Una nota
final nos indica que se trata de una “investigación” y que se enmarca en el “programa
Ramón y Cajal del Ministerio de Economía y Competitividad”. Como cualquier
investigación académica, lleva la correspondiente bibliografía y cada cita,
explícita o implícita, está minuciosamente documentada. El objeto de esa
investigación serían las relaciones entre “la pintura, la poesía y el cine”.
Pero en
seguida nos damos cuenta de que no se trata de un estudio académico más. Muchos
de sus fragmentos podían formar parte del último libro de poemas de Bagué
Quílez, Paseo de la identidad, o de
un libro de cuentos. El ensayo se entremezcla con la ficción, el rigor erudito
con una audacia imaginativa que a veces se aproxima a la elucubración
fantasiosa.
“Visita al
Museo 3.0”
se subtitula el volumen. Y como las salas de un museo se disponen los distintos
capítulos. Hay una “Colección permanente” y una “Instalación temporal”. El prólogo se denomina “Audioguía” y “A pie
de lienzo” las notas finales. Los juegos de ingenio continúan en los
entretítulos: “Brochazos”, “Especulaciones”, “Tráiler”.
Esa vistosa
estructura trata de dar unidad a una serie de pequeños ensayos de desigual
interés, pero que siempre acreditan la múltiple curiosidad intelectual del
libérrimo investigador. El capítulo dedicado a Edward Hopper comienza con una
enumeración caótica, “Cosas que hacer en un Hopper”, que a ratos se aproxima a
la greguería: “Guardar silencio en los bolsillos de la gabardina”. Continúa con
una generalización abusiva (no es la única): “Sus cuadros se exponen con
esmerada simetría y desorden proporcional en las antesalas de todos los
dentistas del orbe”. Incluye afirmaciones de aparente profundidad a las que
parece sostener solo un juego de palabras: “En la respiración artificial del
lienzo se ausculta la continuidad entre el lapso cronológico y el lapsus
mental”. Encontramos también, como no podía ser de otra manera, someras referencias
a algunos de los numerosos poemas inspirados en la pintura de Hopper.
La
investigación de Bagué Quílez tiene que ver con la “écfrasis”, con la poesía
que se ocupa de la pintura. Por eso en su libro se mencionan docenas y docenas
de poetas, de muy desigual interés –John Ashbery, García Nieto, Ana Gorría–,
que se han ocupado del arte en sus versos. Pero no se estudian los poemas, solo
se citan parcialmente (se incluye completo, en cambio, uno del propio Bagué
Quílez).
La mezcla
de erudición, divagaciones teóricas y humorísticos disparates desconcertará
seguramente a algunos de los lectores. Así, el comentario al cuadro de Brueghel
“Paisaje con la caída de Ícaro” (que inspira uno de los más conocidos poemas de
Auden) termina con una “Receta para escabechar una perdiz”. Esta es la primera
de las indicaciones de esa peculiar receta: “Póngase a macerar las hojas de
Ovidio que narran la metamorfosis de la ninfa Dafne en laurel”.
Curiosamente,
a pesar de su apariencia posmoderna y vanguardista, a quien más nos recuerdan
las mejores de estas páginas es a Azorín, siempre gustoso de entremezclar (como
luego haría Borges), al Azorín que en algunos de los capítulos de “Los clásicos
redivivos” nos presenta a Jovellanos encargándole a Martinez Sierra el estreno
de El delincuente honrado o a Góngora
yendo a consultar al doctor Marañón.
El
comentario que dedica a la película Jenny
(Portrait of Jennie), de William Dieterle, resulta en este sentido
ejemplar, lo mismo que las páginas sobre el abrigo de Pascal o los diálogos a
propósito de una obra atribuida a Botticelli o entre “La lechera” y “La joven
de la perla” de Vermeer.
En La menina ante el espejo la
investigación y la creación borran sus fronteras, no siempre para bien. Más de
un lector se sentirá desconcertado al encontrar en una investigación sobre las
relaciones entre poesía, pintura y cine financiada por el Ministerio de
Economía y Competitividad afirmaciones como la siguiente: “Un vestido rojo no
es apropiado para una primera cita. No es la clase de prenda que ella se
pondría para despedir a un amante aburrido ni para olvidar los malos tragos de
un marido celoso”.
El rigor de
las referencias textuales no casa demasiado bien con el recurso frecuente a las
caprichosas ocurrencias. El lector curioso cierra el libro, sale del museo, y
duda entre aplaudir la originalidad del empeño o censurar la llamativa, pero artificiosa, vacuidad de montaje.
Poco antes de que él se jubilara, el matrimonio compró una casa a la que retirarse en sus años dorados. La enfermedad y súbita muerte del marido truncó sus planes. Ella no tardó en seguirlo. Así, los hermanos heredaron el proyecto de casa y se pelearon por ella hasta la muerte.
ResponderEliminar© María Taibo