La cuarta persona del plural
Vicente Luis Mora
(ed.)
Vaso Roto. Madrid,
2016.
Vicente Luis Mora, poeta, novelista, teórico de la
literatura y analista de la nueva realidad que ha creado Internet, selecciona
en La cuarta persona del plural a
veintidós poetas españoles que, de acuerdo con su criterio, son de “máxima
excelencia”, no solo buenos (buenos hay muchos más), sino óptimos. No habría
nada que objetar si se limitara a eso. Él cree que la “máxima excelencia” en la
poesía española contemporánea la representan Mariano Peyrou o Juan Andrés
García Román, Melcion Mateu o Julieta Valero. Nada que objetar. Cada antólogo
tiene derecho a hacer su propuesta, que luego será aceptada mayoritariamente
por lectores y críticos (y entonces la antología se convertirá en “canónica”) o
recordada solo en las más exhaustivas bibliografías.
Pero
Vicente Luis Mora no se limita a indicarnos cuáles son sus preferencias en el
campo de la poesía española, pretende justificarlas teóricamente en un extenso
prólogo. Y ahí sí que hay mucho que decir. El autor de El lectoespetador. Deslizamientos textovisuales entre literatura e
imagen da la impresión de encubrir, tras una apariencia retórica de gran
modernidad y profundidad teórica, una cierta despreocupación por los datos
concretos y una notable carencia de rigor conceptual.
El
subtítulo del libro, “Antología de poesía española contemporánea (1978-2015)”,
induce a pensar que selecciona la mejor poesía escrita entre esos años, en los
que publicaron José Ángel Valente, Ángel González, María Victoria Atencia,
Guillermo Carnero, Eloy Sánchez Rosillo, Aurora Luque, Elena Medel y los
jovencísimos poetas que Miguel Floriano incluye en Nacidos en otro tiempo, la antología recién publicada por
Renacimiento. Pero no, la contraportada nos indica que se limita a los poetas nacidos
entre 1960 y 1980 (en el prólogo habla de seleccionar “solo poetas nacidos con
posterioridad a 1960”
y terminar con los nacidos “a principios de los ochenta”, aunque la realidad es
que selecciona poetas nacidos entre 1958 y 1979). ¿Por qué esas fechas?
Justifica la primera, no la segunda. Se trata de poetas cuya mayoría de edad
coincidió con la proclamación de la Constitución. Una “barrera digital”
separaría “la Weltanschauung de los
poetas nacidos con anterioridad a 1960 de los que crecieron con un formateo audiovisual y tecnológico que
ha operado cambios sobre su percepción, amén de otros psicológicos, culturales,
biológicos y neuronales”. Renuncio a comentar semejante afirmación, que escapa
a cualquier consideración racional (¿la Constitución supuso cambios neuronales
y en el formateo audiovisual?), aunque ese es el estilo que más crédito teórico
ha dado en ciertos departamentos universitarios y en los suplementos culturales
a Vicente Luis Mora.
Insiste
mucho en que la suya no es una antología generacional, pero aplica todos los esquematismos
generacionales: incluye solo a poetas nacidos entre unas determinadas fechas,
se refiere a un hecho histórico determinante, habla de una formación distinta a
la de los poetas anteriores. Lo que hace, en realidad, Vicente Luis Mora es una
relectura de la llamada “generación de los ochenta”, destacando a los poetas
que fueron oscurecidos por la dominante “poesía de la experiencia”.
En buena
parte de su prólogo arremete contra la “poesía de la normalidad”, contra unos
poetas a los que nunca nombra y que habrían logrado el éxito gracias a diversas
artimañas que él se encarga de puntualizar: “apoyo de ciertos catedráticos”,
“buenos contactos políticos”, “colecciones enteras de poesía consagradas a su
entronización”, “incesantes subvenciones públicas”, “ejemplares comprados para
bibliotecas”, domesticación de los críticos mediante “invitaciones a
encuentros” (como vemos, Vicente Luis Mora domina el arte de pasar de las más
abstrusas vaguedades teóricas a la más inane simplificación periodística). Esa “poesía
de la normalidad” estaría condenada a desaparecer “porque los desarrollos
simples que interesan al público han pasado –y algunos aún no lo han
advertido–- a los medios audiovisuales, que hacen mejor el trabajo de enunciar
lo mínimo e intrascendente”. Por eso, profetiza, “dentro de no demasiados años
los discursos literarios simples, que nada añaden a la miríada de películas,
series de televisión o vídeos de gatos compartidos en las redes sociales, serán
condenados a un olvido todavía mayor que el que ahora sufren”.
Pasemos por
alto el desprecio a lo medios audiovisuales que supone esa afirmación:
servirían solo para expresar lo más simple, como si no pudiera haber
experimentación y complejidad en una película o en un documental. Esos “poetas
de la normalidad”, cuyos nombres Vicente Luis Mora ni siquiera se rebaja a
citar y cuyos poemas banales compiten con los vídeos de gatos serían Luis
García Montero, Vicente Gallego, Felipe Benítez Reyes, Aurora Luque, Carlos
Marzal, Lorenzo Oliván, José Luis Piquero, González Iglesias… Poetas que solo
tienen en común el aprecio de la crítica más exigente y de buena parte de los
lectores.
Bastantes
páginas de su dilatado prólogo, las que no dedica a arremeter contra los
“poetas de la normalidad”, las dedica Vicente Luis Mora a la crítica de la
enseñanza de la literatura en la universidad y en la enseñanza media. No vale
la pena que entremos a rebatirle. Cree que todavía los profesores de
universidad siguen las tesis de Dámaso Alonso y se limitan a aplicar el manual Cómo se comenta un texto literario, de
Lázaro Carreter y Evaristo Correa (él se lo atribuye a Dámaso Alonso). Cuenta
incluso una enternecedora anécdota: ayuda a su hermano menor a hacer los
deberes, esto es, a “contar los tropos” de un poema de Lorca, que es todo lo
que piden los profesores en España. E incluye un email de un amigo que estuvo
en un tribunal de oposiciones en el que se burla de la ignorancia de los
opositores.
El aparente
gran vuelo teórico alterna con generalizaciones de tertuliero desinformado y
con continuas inexactitudes de detalle. Un ejemplo entre mil: “A principios de
los 80 el impacto novísimo era tal
que muchos poetas, sobre todo los por entonces más jóvenes, comenzaron a
moverse con rapidez. Se produjeron dos alineaciones. Una se mostraba algo
escéptica ante la estética novísima, pero se dejaba querer, quizá con la voluntad de ser incluida como epígona de ese
exitoso movimiento. Esta línea incluía poetas como Luis Alberto de Cuenca, Luis
Antonio de Villena”, que conformarían “el kitsch
del kitsch”. Pero esos dos
autores ya fueron incluidos en Espejo del
amor y de la muerte, una antología de 1971.
Vicente
Luis Mora se inventa que para los que él llama “poetas de la normalidad” todos
los poetas tienen idéntico valor y se dedica a explicarnos que hay poetas
mejores y peores, lo mismo que no es igual un Rothko que “una pintura de mi tía
Paqui”. Otras muchas obviedades nos explica este teórico, como la razón de que
en una antología de poesía española se incluya a un poeta español que resida en
el extranjero.
Se
escandaliza de que, en una antología de 1998, La nueva poesía de Miguel García-Posada, entre veinte poetas
seleccionados solo haya tres mujeres. Él cita por su nombre a sesenta y añade un
“inmenso y sólido etcétera”, pero luego, entre los veintidós poetas
seleccionados, solo incluye a cinco mujeres: no parece que predique con el
ejemplo.
La “excelencia”
de los poetas seleccionados trata de explicarla con rigor científico y para
ello apela a conceptos como el de “tensión superficial” (la terminología
científica le gusta tanto como a uno de los autores antologados, Agustín
Fernández Mallo: en ambos casos no pasa de adorno retórico): “No apelaremos a
sesudos trabajos científicos, la Wikipedia servirá para apuntalar la metáfora:
en física se entiende por tensión superficial la manifestación de fuerzas
intermoleculares en líquidos, que general una resistencia para aumentar su superficie”. Como explica ese concepto
que los versos de Rikardo Arregi (“Puesto que no me es posible follarte, /
pueda escribir al menos un poema. / Tanto el sexo como los libros, ambos, / me
producen placer, goce, deleite”) tengan un nivel de excelencia al que no llegan
nunca ni Montero ni Marzal, ni Benjamín Prado ni Aurora Luque es algo que no
acabamos de entender.
A la hora
de seleccionar, afortunadamente, Vicente Luis Mora no se atiene siempre a los
principios borrosamente enunciados en el prólogo y el lector, entre tanta
indigesta confusión de poesía y teoría, se encuentra con la grata sorpresa de
algún poeta, como Eduardo García, que podría estar incluido en la más exigente
selección de los “poetas de la normalidad”. Notables resultan también la
inquieta poesía comprometida de Jorge Riechmann, el distanciamiento hopperiano
de José Ángel Cilleruelo, las incursiones de Álvaro García en el poema extenso
y en el soneto. Hay otros nombres, pocos; el resto está a la altura de lo que
nos tememos tras el extenso estudio preliminar.
Me descojono vivo. Yo no sé como pinta doña Francisca, la tía de Vicente Luis, me imagino que le pega al abstracto figurativo, por lo que dice, pero mantengo, que, a poco pericia que despliegue, si la firma de uno de sus cuadros fuera la de Rothko, sería considerado un Rothko ("el artista persigue una nueva deriva") y alabado como un Rothko. Sí el establishment culturetas suele ser de por sí bastante papanatas, el de los "plásticos" ¡ya ni te cuenta!.
ResponderEliminarGracias, José Luis, por emplearte (y ni mucho menos ha sido a fondo) por intentar clarificar la cuestión. Como siempre. ;-)
No me extraña nada que VLM esté en contra de la "poesía de la normalidad". Es lógico, si se piensa que lo suyo, efectivamente, ni es poesía ni es normal.
EliminarMe ha gustado su entrada. Hay que tener mucho cuidado con las antologías, tener muy claro lo que se quiere seleccionar y, desde luego, no creerse tanto la importancia (o la calidad supuesta) de lo que está fuera de lo normal.
ResponderEliminarLos dos sois, tanto Mora como tú, eso que Gil de Biedma llamaba "memos laboriosos".
ResponderEliminarEn cuanto a Mora no sé, pero en lo que se refiere a mí, estimado anónimo a la antigua (de los que esconden su nombre para decir cosas que cree que pueden molestar), te diré que aciertas solo en el cincuenta por ciento (me callo en qué cincuenta por ciento).
ResponderEliminarJLGM
Algún día debería publicar en papel (sólo anda por las redes) mis comentarios a la labor crítica de VLM, el crítico más indigente (intelectualmente hablando) del momento. En algún libro señalaba VLM entre las características de lo que él consideraba "un poema de la normalidad" el número exacto de versos que solía tener (lo que incluía la mitad de la obra de Lorca, de Cernuda y de todo el mundo). Cositas así. Y no sigo. En este hombre todo es involuntario: la estupidez y el efecto cómico. (Pero un día comí con él y me cayó muy bien).
ResponderEliminarVicente Luis Mora es una persona muy agradable. Y si le lees sin prestarle demasiada atención (como suelen hacer los críticos), parece que dice cosas muy profundas y llenas de modernidad.
EliminarJLGM
VLM es poeta. Ha publicado en Pre-Textos. Hay en el libro un poema sobre el grillo. Es bueno saber de grillos y de wikipedias. Así comienza.
ResponderEliminarApenas en agosto cantaba,
rodeado por los suyos,
en crepitante polifonía
simétrica, de pies binarios,
el arco arcaico
de su complexión sonora.
Ahora está ahí abajo,
en el jardín común,
solo. (...)
Sin duda, como crítico es muy bueno.
Sin duda.
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