Corredor de fondo
José Corredor-Matheos
Tusquets. Barcelona,
2016.
Nacido en 1929, el mismo año que Valente o Gil de Biedma, la
poesía de José Corredor-Matheos ha tardado en ser apreciada. Como en el caso de
Cirlot, su nombre aparecía más ligado a la crítica de arte que a la poesía.
La
situación empezó a cambiar tras la publicación, en 1975, de Carta a Li Po, donde inicia un
despojamiento formal y conceptual que continuará en los siguientes libros:
“Escribir un poema / que nada signifique. / Salir a la terraza, / respirar en la
noche, / no esperar que alguien vuelva, / no desear ya nada. / Abrir solo las
manos, / y que de entre los dedos / alcen el vuelo mudas, / asombradas
palabras”.
La persona
que en los versos se nos aparecía con la máscara de un filósofo zen, se nos
muestra ahora entera y verdadera en sus memorias, muy adecuadamente tituladas,
jugando con su apellido, Corredor de
fondo.
Larga ha
sido la vida, y bien aprovechada, de José Corredor-Matheos, desde su nacimiento
en Alcázar de San Juan, población manchega a la que siempre quiso seguir
vinculado, aunque desde los siete años residiera en Cataluña, una vida
caracteriza por la laboriosidad y la bonhomía, muy ajena a los desplantes
elititas de otros poetas de la escuela de Barcelona.
La agenda de
José Corredor-Matheos ha estado siempre llena de nombres (cerca de mil aparecen
en el índice onomástico) y quizá por eso sus memorias resultan a veces un tanto
tediosas (“Amigos, conocidos y saludados” titula uno de los capítulos). Ni
todos resultan relevantes para el lector ni gusta el autor de las revelaciones
escandalosas.
Alguna hay,
como la referencia a las artimañas de Tapies para hundir a los pintores que
pudieran hacerle sombra o el disparatado comportamiento de la viuda de Ortega
Muñoz, tan perjudicial para ella misma como para la obra de su marido. También
se alude a las muchas cartas de amor que Aleixandre le envió al pintor Gregorio
Prieto. “Cartas pudorosas, como de novios de antes”, escribe.
Los nombres
propios se van sucediendo rápidamente y solo de vez en cuando el autor se
detiene en alguno. Se agradecen así, muy especialmente, los capítulos dedicados
a Miró y a Dalí, entre los pintores, y a Rafael Alberti, entre los poetas.
El volumen
tiene quizá más valor histórico y sociológico que estrictamente literario. Los
años del franquismo quedan bien retratados en toda su grisura; también los años
de la democracia, los del boom económico y los de la crisis posterior. El
cronista está quizá más atento al mundo del arte (con sus intereses creados y
sus pequeñas miserias) que al de la literatura. José Corredor-Matheos forma
parte de la que algunos llamaron “generación de los niños de la guerra”; su
evocación de esos años, desde su perspectiva infantil más felices que trágicos,
coincide con la de Barral o Gil de Biedma. Pero no tuvo trato con ellos ni con
los otros nombres destacados de la escuela de Barcelona. Esos poetas debieron
mirar por encima del hombro a quien estudió por libre la licenciatura de
Derecho y necesitó ganarse la vida desde los dieciséis años.
Importante
fue la labor de Corredor-Matheos como puente entre la literatura catalana y la
española en los tiempos más duros. A él se debe una influyente Antología esencial de la literatura catalana
contemporánea y diversos estudios sobre sus nombres más destacados. No
todos los no catalanes que vivían y escribían en Cataluña se portaron como él.
Al dramaturgo Rodríguez Méndez le llamaron del Teatre Lliure para proponerle el
estreno de una obra suya. “Escribo en castellano”, dijo. Le respondieron que ya
lo sabían y que no importaba. Su réplica, en tono desabrido, fue que él “no
quería estrenar en un teatro catalán”. Corredor-Matheos, por el contrario, siempre
mantuvo buenas relaciones con los nacionalistas, le gusta hacer de
hombre-puente entre gentes y culturas, pero se cuida de señalarlos más de una
vez que no comparte la actual deriva independentista.
Desde el
punto de vista literario, los capítulos más interesantes son los primeros, con
su evocación del mundo mítico de la infancia, y las notas costumbristas de sus
inicios laborales, todavía en la adolescencia. Como su coetáneo, el ya citado
Cirlot (con quien coincide en tantas cosas a pesar de ser personalidades
opuestas), trabajó durante años en la industria editorial, en concreto
preparando los suplementos de la mítica enciclopedia Espasa.
¿Ayuda a
entender mejor la poesía de Corredor-Matheos la lectura de sus memorias? No
–quizá incluso la enturbie un tanto–, pero sí la vida cultural de la segunda
mitad del siglo XX.
¡Oh! Casualmente me lo regaló davidzinho****
ResponderEliminarQuizás si lee tu comentario pueda agradecerte la mención. ¿Estás ahí, David?
EliminarEl pequeño Nicolás...
Eliminar¿Perdonaaa? Cómo te pasas...
EliminarBla, bla, bla...
ResponderEliminarEn mi opinión son unas memorias poco memorables. Parece que el autor no distingue entre lo que se cuenta a los nietos o al psicoanalista y lo que puede ser de interés para el lector. Diríase que escribe para informar al futuro estudioso de su obra.
ResponderEliminarBueno, eso lo dirás tú, maja. Un poquito de respeto a lo autores consagrados, por favor.
EliminarMuy bien dicho, Juanito. Defendiendo a tus mayores.
EliminarTiene razón el profesor Martín: las primeras páginas son impactantes.
EliminarPuede ser.
EliminarSiento decirle que son unas pseudo memorias llenas de personajes de los que alguno apenas conoció. Vanita vanitatis
EliminarSon antipoéticas.