Asesinato en el Jardín Botánico
Santo Piazzese
Siruela. Madrid,
2017.
La ciudad de Palermo entró en la literatura de la mano de
Giuseppe Tomasi di Lampedusa. En las páginas de El Gatopardo, vive para siempre la capital borbónica a punto de
dejar de serlo para pasar a formar parte del nuevo reino de Italia. El Palermo contemporáneo
comenzó a hacerse literatura en una novela, I
delitti di Via Medina-Sidonia, publicada hace veinte años y que ahora se
traduce al español con el título más sugerente, y quizá también más exacto, de Asesinato en el Jardín Botánico.
La escribió
un profesor universitario, Santo Piazzese, y su referente más próximo parece
claro: Piazzese quería hacer con Palermo lo que Vázquez Montalbán hizo con
Barcelona (también Andrea Camilleri utilizó el mismo modelo y por eso el
protagonista de sus novelas se llama Salvatore Montalbano).
Aunque el
misterio policíaco que se nos cuenta en Asesinato
en el Jardín Botánico pronto deja de interesarnos, no podemos interrumpir
la lectura hasta el final, fascinados por la voz del narrador-protagonista,
Lorenzo La Marca. Tiene la misma edad que el autor, como él es profesor
universitario, como él vivió las ilusiones de mayo del 68 y ahora, cerca de la
cincuentena, es un escéptico que mira con sorna en qué se han convertido los
revolucionarios de entonces.
Lorenzo La
Marca gusta de la ironía, de los juegos de palabras, de las alusiones a
películas que admira; menciona siempre la melodía que le viene a la cabeza o la
música que escucha en cada momento (sabe encontrar la pieza adecuada para
cualquier situación o estado de ánimo); no parece tomarse en serio nada, y
menos que nada a sí mismo. Nos imaginamos las dificultades de la traductora,
Pepa Linares, para hallar el equivalente español de lo que es casi un idiolecto
particular. Sorprende, sin embargo, que aclare un pasaje de la novela,
publicada en 1996, indicando en nota que “alude a la campaña de carteles
aparecidos espontáneamente en Palermo para promover el voto en el referéndum de
2011” .
La historia
comienza un día de junio en que sopla el siroco y el protagonista, en lugar de
irse al campo como hace todo el que puede, “con el propósito de enderezarle las
piernas a un trabajo que no iba a ninguna parte”, se ha encerrado en su
despacho “del Jardín Botánico Municipal, cruz y delicia de este Departamento de
Bioquímica Aplicada de la universidad de esta nuestra felicísima ciudad de
Palermo que todo lo tritura, lo absorbe, lo metaboliza”.
Santo
Piazzese, muy deliberadamente, deja a un lado una realidad siciliana que los
lectores esperan que haga acto de presencia, más pronto que tarde, en cualquier
historia policíaca ambientada en la isla.
El
comisario Vittorio Spotorno, amigo de Lorenzo La Marca, echa de menos “los
crímenes sanos, buenos, misteriosos”, “los crímenes que hacen habitables todos
los países de este mundo para un policía de verdad”, los que tienen un buen
móvil para escarbar en él “y llegar a los mecanismos elementales de la psique”
como Maigret o Marlowe. La mafia “no permite que un detective brillante se
salga de la rutina y aventure su vuelo en solitario”.
Santo
Piazzese ha dejado a un lado los crímenes de la mafia y ha escrito una novela
de campus, con la acción reducida a
las intrigas y ambiciones de un departamento universitario. Para que nadie se
dé por aludido en el departamento en que él trabaja, se inventa irónicamente un
Jardín Botánico Municipal distinto del dieciochesco Orto Botánico palermitano
en que en realidad comienza la historia (una foto suya figura en la cubierta
del libro). Lorenzo La Marca, desde la ventana de su despacho, descubre a un
ahorcado en la rama de uno de los gigantescos ficus. Se trata de Raffaele
Montalbani, antiguo profesor e hijo del anterior jefe de departamento. Pero
pronto nos olvidamos del dilema de si se suicidó o fue asesinado y nos aburre
un poco la explicación final, como ocurre en las tradicionales novelas
policíacas del tipo enigma o acertijo (esas que tanto le gustaban a Auden,
según nos cuenta en La mano del teñidor).
Lo que nos
interesa es el ir y venir del escéptico protagonista por las calles de Palermo
y los paradisíacos alrededores; su parloteo incansable; su vida de solterón
rodeado de libros y discos; sus amores posibles e imposibles. Y también lo que
cualquier novela realista tiene, al poco tiempo, de viaje en el tiempo: han
pasado veinte años y toda la modernidad tecnológica de entonces suena a
arqueología; el mundo es otro, sin dejar de ser el mismo.
Pocas novelas de intriga he leído en mi vida, que me hayan parecido cojonudas. Las de Carballo me parecen un coñazo -y las de Montalbano, dos, uno detrás de otro-. Si acaso... citar aquí "Complicidad", de Francis Iles. Su versión cinematográfica es "Sospecha". Pero... vaya... que para intrigas ya está "todo" lo de Palamedio y el señor de Swann. Bastante más sugerentes que las citadas ¡Dónde va a parar!. ;-)
ResponderEliminarDe lo de Juaristi, que me decías en el otro blog. Pues eso... que alguien le tiene que decir a la "banda" que no se meta el dedo en la nariz. Que hace feo. ;-)
suena muy interesante, a tener en cuenta
ResponderEliminar"...se inventa irónicamente un Jardín Botánico Municipal distinto del dieciochesco Orto Botánico palermitano en que en realidad comienza la historia (una foto suya figura en la cubierta del libro)."
ResponderEliminar¿Suya o de él? "Suyo" es un posesivo: ¿puede un jardín botánico poseer una foto?
Sáqueme de dudas.
Y de paso, ese "deje" es "jefe", imagino: "hijo del anterior deje de departamento".
Duda 1: "suya" (lo de posesivo es solo una manera de hablar: "mi calle" es la calle en la que vivo, no una calle que acabo de comprar-
ResponderEliminar2/ Errata. Gracias.
Mi calle la poseo metafóricamente, simbólicamente. Un hombre muy rico puede comprarse una calle, pero un lugar, ¿puede ser propietario de algo?
EliminarNo lo sé. A mí, en cualquier caso, la frase me sonó rara.
Siempre encontramos razones para nuestras sinrazones.
EliminarRepito: el posesivo no tiene relación con el registro de la propiedad, es una categoría gramatical.
Y añado: no todo lo que nos suena raro es incorrecto.
He consultado con un lingüista: tiene usted razón.
ResponderEliminarGracias, en España no está uno acostumbrado a que le den la razón (claro que a mí también me cuesta dársela a otro). Yo creo que en cuestiones lingüisticas, y en lo que se refiere a la lengua materna, uno debe dejarse llevar por su instinto y no por las normas gramaticales que le enseñaron en el colegio.
ResponderEliminarSupongo a Piazzase decepcionado. Él ha venido (o lo ha traído JLGM) a hablar de su libro y no de gramática española. Por cierto, JLGM, le veo a usted muy siciliano y lo celebro porque soy un enamorado de la isla y de su literatura.
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