La antivida de Italo Svevo
Maurizio Serra
Fórcola. Madrid,
2017.
“Vidas y leyendas” era el subtítulo de la espléndida
biografía que Maurizio Serra dedicó a Curzio Malaparte; ahora, en el título de
la dedicada a Italo Svevo aparece muy sorprendente y significativamente la
palabra “antivida”. No hay dos escritores más opuestos: brillante,
contradictorio, aventurero el uno; un buen burgués, un escritor secreto, o ni
siquiera un escritor durante la mayor parte de su vida, el otro.
Opuesta la
trayectoria vital, opuesta también la obra: al lirismo efectista de Malaparte,
a su literatura profusa e inagotable, se contrapone la escritura seca, y en la
que no escasean solecismos y dialectalismos, de Svevo (hubo incluso quien dijo
de él, como se repitió a menudo de Baroja, que escribía mal).
Pero todo
lo que le falta a Ettore Schmitz –ese era el nombre civil del escritor– de
novelesco le sobra a su ciudad, Trieste, un enclave italiano (y eslavo) en el
imperio austrohúngaro.
La ciudad
de Trieste, a la vez cosmopolita y provinciana, es casi por sí misma un género
literario. En el epílogo a su biografía incluye Serra una entrevista con
Claudio Magris, el autor de Danubio,
quizá el mejor conocedor, y uno de sus mayores representantes, de esa
literatura triestina.
Tanto como
Ettore Schmitz –empleado bancario, comerciante, próspero empresario–, o quizá
más, nos interesan las figuras que le rodean: el poeta Umberto Saba, que nunca
le quiso demasiado, y al que visitaba casi cada tarde en su librería (cuentan
que fue el único cliente habitual a que jamás hizo descuento); el novelista
James Joyce, por entonces un joven profesor de inglés que llevaba una vida
bohemia que a Ettore –que fue su alumno– le repelía y le fascinaba al mismo
tiempo.
Pero poco a
poco el arte de Maurizio Serra –escritor
italiano, nacido en Londres y que ha escrito algunos de sus libros directamente en francés– va haciendo
que nos interesemos por el gris personaje que publica en la juventud dos
novelas a su costa que no despiertan ningún éxito y que durante la mayor parte
de su vida adulta parece solo dedicado al negocio familiar. En realidad, se
trataba del negocio de la familia de su mujer, los Veneziani, que se dedicaban
a la fabricación de pintura para cascos de barco y que debían su prosperidad al
descubrimiento de una pintura que resistía la acción del agua del mar mejor que
ningún otra (la fórmula se mantenía secreta). Los Venezini eran judíos
conversos al catolicismo; Ettore Schmitz, judío no practicante, tuvo que
convertirse para casarse con su mujer y entrar en el negocio. Nunca en su obra
aludió a su judaísmo y esa es quizá una de las razones de la antipatía que por
él sentía Saba.
Ettore
Schmitz, el próspero empresario, ni siquiera llegó a tener casa propia: vivió
con su mujer, Livia, en el caserón de los Veneziani, frente a la fábrica, en
una especie de comuna familiar presidida por su suegra Olga, una matriarca que
siempre gustó de llevar las riendas (custodiaba la fórmula secreta de la
pintura que había traído la prosperidad a la familia escondida en un colgante
que llevaba al cuello y del que jamás se desprendía).
Solo a
partir de 1923, tras la publicación de La
conciencia de Zeno, Ettore Schmitz se convertiría definitivamente en Italo
Svevo. Al principio parecía que ese libro iba a tener tan poco éxito como sus
dos novelas anteriores, pero el apoyo de James Joyce, ya convertido en escritor
famoso tras el escándalo del Ulises, resultaría
decisivo. El éxito de Svevo comenzó en Francia y pronto sería europeo.
No tuvo
mucho tiempo el escritor para disfrutar de su nombradía. Moriría en 1928, a los sesenta y siete
años, mientras preparaba una nueva obra, la incompleta Confesiones de un anciano.
La conciencia de Zeno es la primera
novela psicoanalítica y eso no resulta casual: tras la Viena de Freud, fue Trieste
–con sus varias almas nunca bien avenidas– la ciudad en la que el psicoanálisis
se desarrolló más tempranamente.
Italo Svevo
murió en 1928, pero la historia que Maurizio Serra nos cuenta llega más allá,
hasta la proclamación de las leyes raciales, la segunda guerra mundial y las
peripecias de la posguerra en la atormentada Trieste. Porque La antivida de Italo Svevo es algo más
que la vida de un hombre que nunca quiso enfrentarse a su destino y que el
minucioso análisis de su obra (Maurizio Serra se acredita como uno de los
mejores conocedores de la literatura europea de entreguerras), es la historia
de una ciudad única que cambió varias veces de manos y a la que en más de una
ocasión se trató de aplicar la limpieza étnica, el genocidio cultural.
Un libro
para leer sin prisa, que interesa no solo, ni fundamentalmente, a los lectores
de Svevo, sino a todos los que se preocupan por el destino de un continente menos
geográfico que cultural, la cuestionada Europa, del que Trieste es cifra y
símbolo.
¡Qué maravilla! Hablar de Svevo es hablar de uno de los mejores escritores del mundo. Lo mismo que de Malaparte, otra bestia parda de la literatura. A lo mejor leyéndote solo la obra de estos dos tipos, tienes leída ya la historia del mundo. Y de los hombres.
ResponderEliminarY sí. Aunque suene a topicazo, y sea un topicazo, Trieste es triste. Mucho.
Gracias, Martin. Gracias Maurizio.