De soledad, amor, silencio y muerte.
Poesía reunida 1964-1968
Pablo del Águila
Edición y estudio de
Jairo García Jaramillo
Bartleby Editores.
Madrid, 2017.
El poeta granadino Pablo del Águila nació en 1946 y murió –parece
que por propia voluntad– a finales de 1968. Había escrito mucho, dada su edad;
no había publicado nada, aunque había llevado una activa vida literaria
–recitales, tertulias– en Granada y Madrid. Los escritores más alerta y que
conocían parte de su obra inédita –Félix Grande, Fernando Quiñones– no tenían
duda de que estaba llamado a ser uno de los líderes de su generación, que poco
después recibiría su nombre de una polémica antología, Nueve novísimos.
En 1973 se
publicó el libro en que Pablo del Águila estaba trabajando a su muerte, Desde estas altas rocas innombrables pudiera
verse el mar, un libro culturalista y en versículos que enlazaba muy bien
con lo que por aquellas mismas fechas estaban escribiendo los nombres más
destacados de su generación, como Gimferrer o Guilermo Carnero.
La devoción
amical hizo que en 1989 se publicara su Poesía
reunida, con prólogo de Justo Navarro. Jairo García Jaramillo ha preparado
una nueva edición de esa poesía completa, precedida de un amplio estudio y con
el añadido de algunos inéditos.
Su trabajo
tiene un carácter reivindicativo. A pesar de las anteriores ediciones, la obra
de Pablo del Águila “sigue siendo una de las grandes desconocidas de su
generación para la mayor parte de los lectores de poesía de nuestra lengua, así
como para la crítica y los historiadores de la literatura hispánica
contemporánea”. Tal hecho le sirve para constatar “la artificialidad de
cualquier canon literario”.
No es
desdeñable la poesía de Pablo del Águila, ni mucho menos, pero vale más por lo
que promete que por lo efectivamente realizado. Buena parte de los poemas
incluidos en esta poesía completa son borradores, tanteos en busca del propio
estilo, que el autor sin duda habría dejado fuera de su obra, como Carnero dejó
los primeros cuadernillos publicados en los que seguía la estela de Gil de
Biedma.
Los poemas
iniciales, escritos cuando el autor tenía dieciocho años, resultan conmovedores
en su desnudez expresiva y en su carácter premonitorio: “Solamente la muerte /
me parece segura / y me oprime la carne / con su verdad, / de tal manera pura /
que no puedo entenderla…”
Aparece
luego la huella de los dos maestros de la época, Gabriel Celaya y Blas de
Otero. De Celaya se toma el tono conversacional, las referencias cotidianas:
“Me acuesto. Me levanto. / Bebo vino, café, fumo y regreso. / Estoy como un
recuerdo marchitado, / como una vida que se va y no viene”. Otro ejemplo, un
comienzo de poema: “Mi corbata, mis libros, mi cuaderno, / y a ver qué pasa
hoy…”.
De Otero,
del primer Otero, toma cierto decir enfático, no su precisa técnica de orfebre:
“Apasionadamente te persigo, / vida mía, alma mía, amor mío. / Rabiosamente
quiero besar tus hombros, / hundir mis manos en tu cuerpo caliente, / esparcir
en mi frente tus cabellos, / amarte, en fin, como nunca he amado. / …
Apasionadamente te persigo. / Apasionadamente”.
No falta el
consabido homenaje a Vicente Aleixandre. El joven Pablo del Águila era un poeta
muy de su tiempo, al que le faltó tiempo para romper con lo más consbido de ese
tiempo. Félix Grande con Blanco
spirituals le abrió nuevos caminos: le mostró cómo escribir una poesía que
utilizara las innovaciones de la vanguardia sin renunciar por eso ni a la
denuncia social ni al componente autobiográfico y existencialista.
Cuando
Pablo del Águila comenzó a escribir, su generación aún no había roto los lazos
con la generación anterior –la de Ángel González o José Agustín Goytisolo–, se
confundía con ella en el intento de darle un nuevo aire, más crítico, menos
panfletario, a la poesía realista y social. El golpe de mano, el cambio de
estética, tendría lugar en torno a 1970. Pablo del Águila no tuvo ocasión de
verlo, pero comenzaba a anticiparlo en su obra.
Una obra
que pocas veces se sostiene en sí misma. La leemos al trasluz de la biografía
de su autor, pensando melancólicamente en lo que pudo haber sido y no fue.
Al
contrario de lo que piensa el esforzado editor, difícilmente la mayor difusión
de la poesía de Pablo del Águila hará cambiar el canon de la poesía sesentayochista. El canon –la serie de
poetas de una época que quedan en la memoria de los lectores y pasan a la
historia de la literatura– es “artificial”, ciertamente, como todas las
construcciones culturales, pero no caprichoso: depende de un consenso tácito
entre críticos, antólogos, editores, historiadores. Para cambiarlo hace falta
algo más que buena voluntad.
"consenso tácito entre críticos, antólogos, editores, historiadores"; es decir, entre intermediarios. El lector común es irrelevante a estos efectos, y el creador también. Tiene usted razón, pero no deja de ser irritante.
ResponderEliminarNo veo yo el motivo de irritación por ninguna parte. Todos ellos representan a los lectores, son los mejores lectores.
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