Poema
Rafael Argullol
Acantilado.
Barcelona, 2017.
La hazaña que Rafael Argullol realiza con su libro Poema tiene pocos parangones en
cualquier literatura. El modelo más cercano que podemos encontrarle quizá sea
el Cancionero de Miguel de Unamuno,
esa especie de diario poético que el escritor dejó inédito a su muerte y que
contiene más de mil setecientos poemas.
Más de mil
contiene el Poema –uno por cada día
del año durante tres años– de Rafael Argullol. El título no deja de resultar
algo engañoso. Si bien es cierto que entre todos ellos puede establecerse una cierta
unidad (que el autor se encarga algo artificiosamente de subrayar con sus
referencias al encargo de un barquero que simboliza a Caronte), esta no resulta
mayor que la que se establece entre los poemas de cualquier otro autor.
Un poema
debe ser leído del principio al fin, siguiendo el orden de sus versos; este Poema puede ser abierto por cualquier
página y en cada una de ellas, con pocas excepciones, encontramos un motivo de
asombro y reflexión.
Los textos
que integran Poema llevan como título
una fecha y algunos de ellos, como en cualquier diario, se refieren a la
noticia destacada (el encuentro de los restos de Ricardo III, la muerte de Bin
Laden o la renuncia de Benedicto XVI) o a la celebración del día: navidad,
domingo de resurrección, cumpleaños… Pero la mayoría admiten una lectura
independiente al margen de la fecha. Se trata de espléndidos poemas, que
merecen título propio y editarse aparte, al margen de este titánico empeño que
algo tiene de aspiración a entrar en el libro guiness de los récords y de
circense “más difícil todavía”.
Hay poemas
que pueden considerarse breves relatos, como la historia del presunto unicornio
que el rey de Portugal regaló al papa León X, y otros que se aproximan a la
reflexión sapiencial, casi aforística: “Los ojos de un gato que nos mira
fijamente / son un destello de la eternidad”.
Abundan las
notas de viaje: en estos tres años el autor ha recorrido el ancho mundo, desde
el helado norte hasta la soleada Italia. “No ha transcurrido ninguno de mis
aniversarios / sin que reaparezca, como una bruja seductora, / la hermosa idea
de desaparecer”, escribe el 9 de mayo de 2013, el día de su cumpleaños, que
celebra “en las islas Lofoten, / en el norte del norte, / ante el Maelström que
subyugó a Poe”.
¿Cómo
olvidar los versos dedicados a Roma (con ese paseo matinal, que casi podemos
seguir paso a paso, desde la Academia de España hasta la Piazza de Santa Maria
in Trastevere), a Palermo, con la muerte que pasea por sus calles “segura de su
poder de seducción” y a tantos otros lugares?
Poemas
ligados al fluir de los días –la poesía es siempre poesía de circunstancias,
decía Goethe–, pero que pueden y deben ser leídos de manera exenta en la mayor
parte de los casos. Dos ejemplos, entre docenas de ellos: el dedicado a San
Jerónimo, quien mientras traduce la Biblia queda admirado por “el coraje y la
belleza desolada” del poema de Lucrecio, De
rerum natura, y a pesar del peligro que supone para la fe cristiana decide
no destruirlo porque “es mejor la compañía de un sabio inquietante / que la de
tantos tontos complacientes”; o el perfecto ejemplo de écfrasis –bien ajeno a
frialdad parnasiana– que constituyen los versos sobre la Annunziata de
Antonello de Messina, “sin ángel, sin luz de oro, / pura turbación en el amor
sin límites”.
“Piensa el
sentimiento, siente el pensamiento” es un conocido verso de Unamuno que podría
servir como lema de este diario poético. Rafael Argullol llega a la literatura
desde la filosofía (o al revés) y eso se nota en cualquiera de las páginas de
su libro, escritas con una agudeza y una curiosidad intelectual no demasiado
frecuente entre los literatos.
El extenso
índice onomástico (que el autor denomina, muy atinadamente, “Dramatis
personae”) nos ilustra bien sobre la amplitud enciclopédica de sus inquietudes.
El azar alfabético hace que comience con Abu Sakkar, guerrero sirio
contemporáneo, que “machete en mano, / atraviesa el pecho del prisionero / y le
extrae el corazón y el hígado”, y que termine con Zimmer, el carpintero alemán
que cuidó de Hölderlin durante sus años de locura.
La lección
que se extrae de este Poema, como
quiere el autor, o de este diario poético, como a mí me parece más acertado considerarlo,
se repite en los últimos fragmentos: “Toca vivir sin miedo. Toca vivir”.
Mientras su
vida giraba “mil veces alrededor del mundo”, Rafael Argullol ha realizado una
hazaña irrepetible: escribir un poema cada día durante tres años, sin condescender
con la vacuidad, la retórica consabida, el sinsentido (y también,
afortunadamente, sin pretender ser siempre sublime). El resultado es un caleidoscópico
autorretrato, en el que nos reconocemos, y la crónica de un viaje por
territorios que alternan cotidianidad y memoria cultural, jardín y precipicios,
un viaje por territorios insólitos y familiares que están fuera y están dentro
de nosotros mismos.
Me encanta.
ResponderEliminarMe gusta mucho la idea de escribir poemas a modo de diario. Permite abarcar mucho.
ResponderEliminarHay gente que me entristece
Eliminarcon sus alardes, su temple.
En constante lucha viven,
no saben en paz sumirse.
¿Seré yo (¡pardiez!) así?
No lo creo, pues no encuentro
la gracia a la bofetada.
Dulcinea ser intento
y de pardilla me tachan.
(De María con amor)
EliminarEs, probablemente y a estas alturas, el mejor libro de los que lea en todo el año (y no serán pocos). Gracias por la reseña. Excelente
ResponderEliminarEntiendo que el autor ha llevado un diario en verso, produciendo un poema al día durante tres años consecutivos, pero tengo que estar equivocado. Me parece imposible componer un poema al día durante tres años seguidos sin que se resienta la calidad hasta el bochorno (que no parece que sea el caso, habida cuenta de la elogiosa reseña). Los poemas -más de mil- han tenido que ser compuestos en un periodo mucho más largo de tiempo, y ordenados fingiendo una pauta de escritura diaria. ¿Se sabe algo de esto, Don José Luis?
ResponderEliminarLas pocas excepciones las indica el autor.
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