J
Tienes que irte
Isla de Siltolá.
Sevilla, 2017.
De un poeta verdadero no se espera que nos sorprenda en cada
nuevo libro con audaces cambios de rumbo y cotinuas novedades. A partir de Las ruinas, de 1989, José Luis Piquero
ha ido construyendo una poesía de la marginalidad y el desencanto, a la vez muy
confesional y muy apegada a la tradición literaria, de tan extremado realismo
como sugerente simbolismo.
Autopsia fue el título que dio a la
primera recopilación de su poesía, pero lo que él hace es menos una autopsia
que una vivisección. Su implacable bisturí se aplica sobre cuerpos vivos: el
suyo propio, el de sus sucesivas parejas, el de sus amigos, y siempre sobre el
de nosotros, los lectores. Por eso su obra es hiriente y breve, dolorida e
inolvidable.
Desde el
principio, José Luis Piquero ha utilizado un procedimiento, el monólogo
dramático, que aprendió de Luis Cernuda. Como él, y al contrario que Robert Browning,
lo ha utilizado más como una máscara que transparenta su verdadero rostro que
como un modo de contar otras vidas, de ver la vida con otros ojos.
Sus
máscaras suelen proceder de la tradición cristiana y de la tradición clásica.
“Respuesta de Lázaro” se titula el primer poema. Ya Cernuda hizo hablar al Lázaro
resucitado en un poema de Las nubes.
Resulta muy ilustrativo releer ese poema junto al de Piquero. La retórica
cernudiana, tan artificiosa a ratos, ha sido sustituida por un acentuado
coloquialismo. “No merece la pena, no te empeñes. / Yo ya he cumplido e iba a
disolverme, tan contento”, comienza. A pesar del cambio de tono, hay una
referencia directa a versos de Cernuda. “La gente es tan extraña… / Años llevo
intentado comprenderla”, leemos en Piquero; “No comprendo a los hombres. Años
llevo / de buscarles y huirles sin remedio”, escribe Cernuda en “A un poeta
futuro”.
El uso de
las expresiones coloquiales, vulgarismos incluidos, es una de las
características de la poesía de Piquero, que puede parecer próxima a lo que se
ha dado en llamar “realismo sucio”, a la de los herederos de Carver y Bukowski.
Pero él añade algo que esos otros poetas realistas desdeñan: la métrica
tradicional. Sus poemas están escritos en el mismo verso libre impar
(heptasílabos, endecasílabos, alejandrinos, algún pentasílabo) que introdujo en
la poesía española, ahora hace un siglo, Juan Ramón Jiménez con su Diario de un poeta recién casado. Los
encabalgamientos, las elipsis, los cambios de registro hacen, sin embargo, que
estos versos nos suenen de otra manera: la música va por dentro, elude el
sonsonete de la versificación tradicional.
Contrasta
también el lenguaje directo con el hermetismo de muchos de estos poemas, a
veces tenemos que leer más de una vez para saber de qué se nos habla. El autor
ha querido darnos algunas indicaciones en la nota final, que quizá orienta
tanto como desorienta: no parece que haya mucha relación, al contrario de lo
que él dice, entre “El día libre del diablo” y “Lázaro otro”, del libro
anterior, Un fin de semana perdido.
Hay humor,
abundante humor, en un libro que no desdeña los efectos patéticos. Un ejemplo,
“Insectos”, esa personal variante de uno de los más conocidos poemas de Hijos de la ira; otro, “Matrimonio”, con
su manifestación de Dios, o el misterio del mundo, en la ducha.
El poema
titulado escuetamente “Él” utiliza un procedimiento que toma de Felipe Benítez
Reyes, a quien está dedicado. Poco a poco adivinamos que está hablando de Dios,
un personaje del que “mejor no preguntar / a los curas: son parte. / De las
beatas y de los poetas / no sacaremos nada. / Y todos esos libros, / bueno, son
divertidos, con tanto asesinato”. Esta alusión a la Biblia ilustra bien el
desenfado oral, con sus anacolutos, que José Luis Piquero utiliza en sus
poemas.
Junto a la
historia sagrada y las referencias clásicas (hay una “Carta del Cíclope”
dirigida a Ulises, un Cíclope, por cierto, que más parece Dido), recurre
Piquero a la cultura popular: el mito de Elvis Presley, las abducciones
alienígenas, las desapariciones en el triángulo de las Bermudas. A propósito de
“El abducido” nos indica que tiene que ver con un poema de Monstruos perfectos, “Noches a solas con los amigos de antes”,
mucho más explicito y divagatorio: “Te juro que de noche vienen a verme todos /
aquellos que he engañado a lo largo del tiempo”.
A los
cuentos tradicionales remiten “Hansel & Hansel”, una amarga revisión del
tema del doble, y “La despedida del fantasma” (Juan Lamillar tiene un poema con
el mismo título), punto y aparte en una historia de amor que forma un díptico
con “La visita”.
En
ocasiones, José Luis Piquero da una vuelta de tuerca al protagonista de sus
poemas y lo convierte en psicópata o sociópata; él dice que algunos de sus
poemas “simplemente le dan miedo”, también a nosotros, miedo y una cierta
repulsión (“Postmortem”, “Quemaduras”).
A veces, le
basta una anécdota banal y cotidiana (el arreglo de un electrodoméstico) para
conseguir un espléndido poema sobre la inutilidad de la cultura, de cierta
cultura (es lo que ocurre en “Noli me tangere”).
El monólogo
que caracteriza a estos poemas se hace diálogo en “La oscuridad”, pero no por
eso deja de ser un monólogo del autor consigo mismo, como los mejores poemas de
un libro que no se puede leer de un tirón, que parece atraer y repeler con
igual fuerza, un libro intenso y áspero y quizá no apto para todos los
paladares.
Muy interesante tu post.
ResponderEliminarUn saludo
No matéis al ego en mí.
ResponderEliminarÉl es muy importante.
En todas las reuniones
es el de mejor talante.
Dondequiera que vaya
lo reciben como a Zeus tonante.
Su ausencia siempre es algo
que resulta insoportable.
No matéis al ego en mí:
ya es un pobre agonizante.
Gracias, Martín, por permitirme utilizar tu blog como cuaderno de prácticas. Ya no lo haré más, para no asustar a tu bello público con mis poemas todavía malos.
EliminarUn abrazo en la distancia,
María M.