Mundo es
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia,
2017.
La aparición por estas fechas de un nuevo tomo del diario de
Andrés Trapiello se ha convertido ya en casi una tradición navideña, como el
anuncio de la lotería nacional. Los lectores habituales, que lo esperan
impacientes, no van a sentirse defraudados. Mundo
es contiene páginas espléndidas, a la altura de las mejores de su autor,
que no muestra señales de decadencia ni de fatiga, y también esas otras, las menos,
que hemos de saltarnos discretamente o que leemos y hacemos como que no leemos
para no indignarnos.
Páginas
espléndidas: un centenar (casi un cuarto del libro) se dedica a un esperpéntico
viaje a Colombia con motivo de un congreso de las Academias de la Lengua
(merecían edición aparte: son una obra maestra del más impiadoso humorismo).
Páginas
espléndidas, acá y allá a lo largo del libro, recreación actual de las
geórgicas virgilianas: las que tienen por escenario Las Viñas, la casa de campo
del autor en las cercanías de Trujillo. Pocas veces el sentimiento de la vida
rural se ha expresado con tanta verdad y con tanta belleza.
Nada es
nuevo en este diario para los familiarizados con los anteriores (las visitas a
las librerías de viejo, los paseos por el Rastro, los viajes en tren con motivo
de alguna conferencia, los retratos a plumilla del mundo literario), y todo es
nuevo: Andrés Trapiello sabe darle otra vuelta de tuerca a lo mismo de siempre
y nunca nos cansamos de escucharle.
Es mucho lo
que nos queda en la memoria al cerrar el libro: ese concierto privado en Las
Viñas de tres músicos amigos; la visita nocturna a unas bodegas jerezanas; el
aguafuerte de una pueblerina corrida de toros; el encuentro con la heredera de
Pedro González Blanco; el canto de los pájaros, que Trapiello conoce como
nadie, y sabe distinguir y jamás confunde el de uno con el de otro (incluso se
atreve a ponerle al respecto algunos puntos sobre las íes a su admirado Juan Ramón).
Pero junto
al doctor Jekyll hay en Andrés Trapiello, como quizás en cualquiera de
nosotros, un vengativo mister Hyde. En esta plural y prodigiosa miscelánea no
faltan –como en ninguno de sus diarios– los brochazos inanes o indignantes. Y
no nos referimos a sus opiniones políticas (las propias del neonacionalismo
español, el de Azúa o Savater), que cada uno tiene las suyas, sino a las
referencias a algunos escritores, por los que siente particular inquina. Así,
Jaime Gil de Biedma (él lo llama GdeBiedma), sería un delincuente que hace
alarde de sus delitos y al que RR (Rosa Regás) no dudaba en defender
públicamente “siempre que no se cebara con sus nietos”.
La
homofobia que no se atreve a decir su nombre de Andrés Trapiello le lleva a
momentos involuntariamente cómicos (léanse –páginas 37-40– el raro encuentro
con dos adolescentes que volvían de clase y cómo les entrega todo el dinero que
lleva y la frase que le dice su mujer: “menos mal que eran chicas y no
chicos”). O a esta frase estupenda al comentar negativamente la novela de
Proust: “El deseo, para que sea verdaderamente universal, ha de encarnarse en
un particular. Y ese particular ha de ser hombre, mujer u homosexual”. Sin
comentarios.
Hölderlin,
en uno de sus versos, afirma que el ser humano “es un dios cuando sueña y un
mendigo cuando reflexiona”. Andrés Trapiello sabe contar y cantar como nadie,
pero el pensamiento abstracto, el razonamiento lógico no parece ser lo suyo.
En una de
las anotaciones breves que suelen separar los fragmentos más extensos del
diario, escribe: “Una prueba fehaciente de la arbitrariedad e inutilidad de las
normas ortográficas, e incluso gramaticales, viene dada por el respeto con que
editores, lectores, críticos y profesores, admiten las que JRJ. impuso para sus
escritos”.
Y como él
no va a ser menos que Juan Ramón también nos impone sus propios caprichos
ortográficos: las palabras inglesas las escribe como suenan (o como le suenan)
y los nombres propios los abrevia como le da la gana: ÁdelManzano, CFuentes,
PR. (Francisco Rico), la BNacional, etc, etc.
La ortografía
es arbitraria, es convencional, pero no es inútil: permite leer sin tropiezos,
sin que nos detengamos en la forma de la palabra. Decía el editor Jaume Vallcorba
que una errata es como la mancha en un cristal. Un libro bien editado no tiene
en sus páginas, cristal transparente que nos muestra el texto, ni erratas ni
caprichos ortográficos (la ortografía de Juan Ramón Jiménez, por cierto, no era
nada caprichosa, al contrario que las ocurrencias de Andrés Trapiello).
Otra cosa,
al margen de la ortografía, es el uso de X o de iniciales para referirse a
personas concretas. Esa engorrosa costumbre, Trapiello la mantiene desde sus
primeros diarios, pero de su necesidad no parece estar muy seguro porque se
pasa la vida justificándola. Igual ocurre con si sus diarios son diarios o son
novela y otras nimiedades que importan muy poco. Ganaría el libro si dejara de
replicar al mínimo reproche de cualquier crítico o a la alusión malévola de
algún colega; como no cita nombres, ni da mayores detalles, el lector queda fuera
de esos ajustes de cuantas privados.
En otros
más países, no hay escritor, por importante que sea, que no esté asesorado por
un editor literario que le ayuda a ver con objetividad su obra, a eliminar
ocurrencias que no funcionan, a prescindir de afirmaciones que podrían
considerarse calumniosas. Mundo es habría
ganado mucho si sus editores no se hubieran limitado (se cuenta en el propio
libro) a pedirle que eliminara un pasaje que podía molestar a una de sus X, un
amigo común.
La “novela
en marcha” a la que su autor ha querido darle el nombre de Salón de los pasos perdidos sigue su marcha, dispuesta a competir
con la Comedia humana de Balzac o los
Episodios nacionales galdosianos. Admira
y divierte, aunque de vez en cuando, quizá para que podamos ejercer la
cervantina misericordia, nos obliga a mirar para otro lado y a hacer como que
no hemos leído lo que hemos leído.
Como el lector de esta reseña podría hacerse una idea equivocada, ¿podrías, pfavor, incluir completos los dos fragmentos a los que tú has desprovisto de contexto? 1: "Al contarle luego a M. todo lo sucedido en un trayecto de apenas veinte minutos y menos de dos kilómetros, me dijo con aire circunspecto: «Menos mal que eran dos chicas, porque de haber sido chicos, podrían haberte dado una paliza al ver el dinero, pensando que les ofrecías otra cosa». Ni se me había pasado por la cabeza. Decididamente la novelista es ella. Uno no da más que para hechos, sólo hechos". Y 2: "Se dirá que Proust no habla de un hombre o de una mujer, sino del deseo amoroso, común a todos, y es cierto, eso lo hace como pocos. El deseo va más allá del género. Pero el deseo, para que sea verdaderamente universal, ha de encarnarse en un particular. Y ese particular ha de ser hombre, mujer u homosexual, en todas las proporciones que se quiera (alguien es más hombre que mujer, o más mujer que hombre, u homosexual, siendo heterosexual, etcétera), ya que el deseo no siempre es «puro». Y como tú dices en la reseña: sin comentarios.
ResponderEliminarPfavor, y este tercer fragmento también: "Hace años, y a propósito de la pederastia del poeta GdBiedma, cruzamos RR. y yo en La Vanguardia un par de cartas curiosas. Ella no lo defendía, claro, por pederasta, a tanto no se atrevía (en el fondo, la pederastia de un amigo le daba lo mismo, siempre que no se cebara con sus nietos), sino por creer que a un «gran poeta» amigo suyo, inteligente y rico, se le debe tener una consideración y disculparle como excentricidades lo que en otros serían delitos".
ResponderEliminarHe decidido limpiar este lugar, que se había llenado demasiado de basura. Dejo solo los dos comentarios del autor que completan las citas que hago de su diario en mi reseña. Luego, que cada uno saque sus conclusiones. Y pido disculpas por haber contribuido a que estos comentarios se llenaran también de "chapapote".
ResponderEliminarMe parece una decisión muy acertada. Haga por reconciliarse con Andrés Trapiello. Muchos lo estamos deseando. Que pase buena noche. Feliz Navidad.
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