Cleopatra. La mujer, la reina, la leyenda.
Lucy Hughes-Hallett
Traducción de Amelia
Pérez de Villar
Fórcola. Madrid,
2017.
De vez en cuando una palabra se pone de moda y se usa y se
abusa de ella hasta que se convierte en una tapadera de la ausencia de
pensamiento. Vivimos en el tiempo de la posverdad, se dice. Ya lo que importa
no es que algo sea verdad o no, sino lo mucho o poco que se difunda en las
redes sociales.
Una
espléndida monografía de Lucy Hughes-Hallett dedicada a la historia y al mito
de Cleopatra viene a demostrar que la llamada posverdad es tan antigua como el
mundo. Lo que importa, antes y ahora, no es la verdad, sino lo que creemos –o
nos hacen creer– que es verdad.
Los bulos
de Internet, como los bulos de los historiadores romanos sobre Cleopatra, no se
difunden porque sean bulos, sino porque quienes los reciben los aceptan como
verdaderos.
Lucy Hughes-Hallett
ha escrito, con minuciosa erudición, un libro que no solo nos habla de una
reina de Egipto que murió en el año 30 antes de Cristo, sino también de
nosotros mismos, de nuestras secretas fantasías, y de las maneras de manipular
la historia.
De
Cleopatra sabemos mucho y no sabemos nada. Ya las fuentes más antiguas
entreveran realidad y leyenda, los datos reales y la manipulación que de ellos
hizo Octavio, el futuro emperador Augusto, para convertir lo que era una guerra
civil (la suya con Marco Antonio) en un enfrentamiento del Bien contra el Mal,
de las virtudes romanas contra los vicios de Oriente, representados por
Cleopatra, que había conseguido seducir al general romano y convertirlo en un
pelele.
Al “astuto,
ambicioso y sin piedad” Octavio, Hughes-Hallett lo caracteriza de magistral
manera: “carecía de las debilidades que hacen atractivo a un ser humano”. Esas
debilidades las tenía en abundancia Marco Antonio, pero se le perdonaban porque
era “generoso, impetuoso y valiente”.
El análisis
que se hace en este libro de la estrategia de Octavio para anular a su rival,
de la propaganda política en la que llegaron a intervenir los más destacados
escritores de su tiempo, con Virgilio a la cabeza, resulta magistral y nos
ilustra de cómo en cualquier enfrentamiento bélico, en cualquier lucha por el
poder, lo primero que hay que hacer es demonizar al adversario.
“En un
mundo de hombres, toda mujer es extranjera”, nos dice Hughes-Hallett en una de
una de esas sentenciosas formulaciones que hacen tan atractiva su escritura. Según
la leyenda que hizo circular Octavio, y que tan decisiva fue para que resultara
vencedor en la guerra civil, “Cleopatra y los que pertenecían a su corte eran
deshonestos y dados a los excesos, estaban obsesionados con el sexo y eran la
quintaesencia de la feminidad (que es lo que tienden a ser los pueblos orientales,
según la imaginación occidental)”. Roma, por el contrario, encarnaba todas las
virtudes, que son por definición masculinas. Marco Antonio renunció a ellas al
dejarse convertir por amor en siervo de una mujer.
De esa
mujer, las fuentes fiables nos dicen muy poco. Los vencedores se encargaron de
hacer desaparecer los testimonios históricos que podían desmentir la leyenda.
Las escasas certezas nos hablan de uno de los primeros talentos políticos de su
tiempo, de alguien que se enfrentó con astucia a un enemigo muy poderoso y que
a punto estuvo de ganarle la partida.
Pero la
Cleopatra que ha quedado en la historia no es la de la historia, sino la de la
leyenda, una leyenda inmortal porque ha ido cambiando y adaptándose a los
miedos, a las fantasías y a las obsesiones de cada tiempo. Apenas tiene
importancia que del personaje histórico nada, o casi nada, quedara en el mito:
“Cleopatra, una hermosa pantalla en blanco, resulta tanto más seductora cuanto
menos se sabe de ella”.
A la
evolución de esa leyenda a lo largo de dos mil años se dedica la mayor parte de
este volumen. La obra de Shakespeare, Antonio
y Cleopatra, ocupa un sustancioso capítulo, como no podía ser de otra
manera, pero no se presta menos atención a las adaptaciones de Hollywood,
especialmente a la protagonizada por Elizabeth Taylor, que acabó siendo fuera
de la pantalla una de las encarnaciones del mito.
Lucy Hughes-Hallett
conoce muy bien las literaturas inglesa y francesa, pero deja de lado por
completo a la española, en la que también la reina de Egipto tiene su
protagonismo. Recordemos, por ejemplo, el soneto de Manuel Machado: “Antonio,
en los acentos de Cleopatra encantado, / la copa de oro olvida que está de
néctar llena / y creyente en los sueños que evoca la sirena / toda en los ojos tiene
su alma de soldado”. El título “Oriente” nos indica ya el valor simbólico que
se concede a la viñeta de amor y muerte que narran los versos alejandrinos. Una
obra semejante a la de Hughes-Hallett podría escribirse sobre la literatura y
el arte españoles.
Trump repetirá y le sucederá una mujer.
ResponderEliminar© María Taibo