Diario, I
José María Souvirón
Edición de Javier La
Beira y Daniel Ramos López
Centro Cultural
Generación del 27. Málaga, 2018.
José María Souvirón, malagueño de 1904, participó, junto a
Manuel Altolaguirre, en las primeras aventuras de su generación, la del 27. De
familia burguesa y conservadora, se sintió, por reacción, en su juventud próximo
a la ideología anarquista y partícipe de las ilusiones republicanas. Cuando
comenzó la guerra civil, vivía en Chile. Allí fue protagonista de una doble
conversión: al catolicismo y al falangismo. En 1938, se vino a España a luchar
junto a Franco. Por razones familiares al terminar la guerra, volvió a Chile,
donde llevó a cabo una importante labor editorial. En 1953, vuelve a España y,
poco después, comienza a escribir un diario que se ha mantenido inédito hasta
la fecha.
Se publican
ahora los tres primeros cuadernos –de un total de doce– que abarcan desde
finales de 1955 hasta mediados de 1958. Es una obra escrita con voluntad de
estilo y con intención de que comience a publicarse después de su muerte.
“Entre cinco o seis años después”, le indica a su sobrino en la carta en la que
le deja en custodia los cuadernos manuscritos. Han pasado algunos años más (Souvirón
murió en 1973), pero por fin podemos comenzar a leer lo que está destinado a
ser una de las piezas capitales de la literatura autobiográfica española.
José María
Souvirón escribió poesía, novela, ensayo. Estaba muy al tanto de las literaturas
inglesa y francesa. Conocía al dedillo la tradición de los grandes diaristas
–de Pepys a Stendhal, de Léautaud a Gide– y era muy consciente de cómo quería
el suyo: “Un diario tiene que ser variedad (en la unidad). Estados de ánimos,
días nublados y claros, alacridad y fatiga, entusiasmo y desdén; si la
transición de una nota a la del día siguiente parece demasiado violenta, es que
ambas notas proceden de situaciones ‘correctivas’ entre sí” (p. 213).
Este diario
nos permite, entre otras muchas cosas, viajar al núcleo intelectual del
franquismo. Los grandes amigos de Souvirón fueron Leopoldo Panero y Luis
Rosales, con quienes se siente más a gusto que con los poetas de su generación.
Como ellos, trabajó en las instituciones culturales del franquismo: director de
Colegios Mayores, subdirector de la revista Cuadernos
Hispanoamericanos, funcionario del Instituto de Cultura Hispánica.
Son los
años en que comienza a aparecer la oposición desde dentro del Régimen y
Souvirón se posiciona en contra de los Ridruejo y los Laín, traidores a sus
primeros ideales. No es el único: “Luis Rosales se pone fuera de sí (¡y con
cuánta razón!) al oír a Luis Felipe Vivanco asegurar que él (Luis Felipe) nunca ha sido falangista. ¡Es abismante!
¡Había que verlo en 1938 y 39, con sus botas, su camisa azul, exagerando el
tono nazi (que, por fortuna, no arraigó en aquella falange bella de aquel
tiempo), dando taconazos y yendo a Berlín a llevarle a Goebbels una capa de
torero!” (p. 428).
José María
Souvirón, hombre de misa diaria y de comunión frecuente, es amigo de Dámaso
Alonso, pero simpatiza poco con Vicente Aleixandre (“cada día me parece su
poesía más pichafría y más cuento de hadas”, p. 126) y nada, como era de
esperar, con Gabriel Celaya (“un rico dueño de industrias de San Sebastián que
con las ganancias de su fábrica tiene tiempo de hacer poemas comunistas”, p. 157).
Nadie es de
una pieza y estas páginas nos muestran a Souvirón en toda su complejidad.
Conmovedoras son las páginas que dedica a sus hijos ausentes, variadas sus
notas de viaje, llenas de inteligencia las reflexiones literarias. Impresiona
el poema que le lee –y él copia en su diario– el hijo de uno de sus amigos, un
niño de apenas ocho años. “Me pregunto yo si muchos poetas mayores de hoy serán
capaces de hacer un poema tan bellos como este” (p. 137). Ese niño se llamaba
Leopoldo María y era hijo de Leopoldo Panero.
Español sin
complejos, hombre cultivado, católico a machamartillo, no oculta Souvirón lo
que piensa de las mujeres, los homosexuales, los catalanes, los marroquíes, las
culturas prehispánicas.
“Chile es
uno de los países donde las mujeres –de cierta clase social para arriba– son
más bellas y elegantes. (La mujer del pueblo
es allí fea, pero desde secretaria en adelante, hasta la plutocracia, no
las hay mejores en otras naciones, y desde luego en Sudamérica)”, p. 119.
“La perra
–era mujer– que iba dentro del proyectil ruso ha muerto, dicen”, p. 305.
“Vinieron a
buscarme al hotel los poetas cordobeses Ricardo Molina, Julio Aumente y Vicente
Núñez. (Son algo maricones los poetas en esta ciudad. Coincidencia curiosa,
pero todos tienen esa indecisa, bien educada y repulsiva constitución”, p. 235.
“Leo el
libro de Luis Cernuda Estudios de poesía
española contemporánea, que acaba de aparecer […] Libro sin duda de marica.
Buen poeta, pero ¡tan marica! Con un venenillo feminoide que tiene su gracia
puñetera” (p. 298).
“Voy a
desayunarme al coche-comedor. Frente a mí, una madre y una hija, catalanas, que
hablan en un catalán cerrado, duro y ordinario […] La joven no es fea; trata de
timarse conmigo, pero a mí me atrae más el paisaje, que no es cursi ni habla
catalán” (p. 174).
“En Ifni,
los moros atacan a los españoles […] Traidorcillos una vez más esos moros. El
Sultán Mohamed es un cabrón que, después de recibir las ‘atenciones’, dinero,
cultura y civilización de Francia y España, después de haber aceptado recientes
homenajes, fomenta ahora esta guerra […] Habrá que darles para el pelo a los
moros, antes de entrar en trato con ellos… si es que se puede tratar con ellos”
(pp. 310-311).
Tras una
conferencia sobre los quimbayas, del valle del Cauca, en la actual Colombia,
escribe: “Interesante, sobre todo, para añadir un dato más a los beneficios de
la llegada de los españoles. ¡Qué animales eran aquellas ‘culturas’! Antropófagas,
mariconas, polígamas, de caciques comerciantes y explotadores, de un magicismo
torpe y sádico… No me extraña que los españoles que no iban con espíritu
misionero, los que iban a conquistar, arremetieran a espadazos contra aquellos
pederastas…” (pp. 414-15).
El azar, el
“seguro azar” de Pedro Salinas, ha querido que el diario inédito de José María
Souvirón se publique en el momento justo. Al margen de sus innegables valores
literarios, puede convertirse en
referente ideológico de la nueva Andalucía, de la España sin complejos que se
avecina.
No lo conocía a este autor. Dejaste con ganas de tener el libro. Por lo que cuentas, curioso lo que se parece a ti, literariamente hablando.
ResponderEliminarSouvirón únicamente me sonaba. Pero habrá que acercarse al diario de este caballero sin tacha y tan facha. Y es que a menudo escritores admirables tienen unas ideas, políticas o de otro tipo, como para echar a correr sin mirar atrás. Escritores fachas apreciables hay unos cuantos en España. Desde la corte literaria de José Antonio hasta Juan Manuel de Prada o Trapiello, cuyas "ideas", por llamarlas de alguna manera, son un zurcido de tópicos del conservadurismo liberal más chismorreos varios que él hace pasar por "investigación histórica" inatacable, para pasmo de propios y extraños. Encima, con inquina contra los "eruditos." El estupendo estilo literario de Trapiello no puede esconder la pobreza intelectual de este escritor tan aficionado a sentar cátedra y tan obsesionado con los alfilerazos personales más banales. Y de muchos otros: Cela, Umbral, Vargas Llosa, el patético "liberal" del "Hola"; de ellos es imposible extraer una idea que vaya más allá del sopicaldo "centroderecha" o del simple exabrupto facha. Es llamativa esta falta de ideas de nuestros literatos de la derecha. Castizos al vacío. Y no siempre fue así. Yo recuerdo haber leído con admiracion ensayos impecables de Gonzalo Fernández de la Mora rechazando por completo sus ideas reaccionarias. Pero la inteligencia y el conocimiento de don Gonzalo se hacían presentes de manera indudable en sus libros. La otra tropa es hablar por hablar. También pasa en la izquierda, por supuesto.
ResponderEliminarPues muy interesante lo que usted nos dice acerca de Gonzalo Fernández de la Mora, a quien Juan Pablo Fusi (conocido historiador, catedrático de su especialidad en la Complutense, y discípulo de Raymond Carr) define como el filósofo de los inmovilistas dentro del franquismo, y sigue explicando a su respecto que "bajo el seudónimo Diego Ramírez, lanzaba violentas diatribas contra el aperturismo y la democracia". A lo mejor es que usted comparte esas ideas, y por eso las encuentra tan elogiables. No es mi caso.
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