Instantáneas
Claudio Magris
Traducción de Pilar
González Rodríguez
Anagrama. Barcelona,
2020.
Menos es más, según la manida frase de Mies Van der Rohe, pero
no siempre. A veces es menos, mucho menos.
Instantáneas, la más reciente obra de
Claudio Magris, constituye un buen ejemplo de ello. Reúne artículos, escritos
entre 1999 y 2016, que muy bien podían haberse quedado en las efímeras páginas
en que aparecieron por primera vez.
No todos son
enteramente desdeñables, se salva alguna viñeta autobiográfica, algún apunte
viajero, pero la mayoría o se ocupan de trivialidades, como la falta de urinarios
públicos en Trieste y otras ciudades, o fracasan estrepitosamente cuando tratan
de convertir la anécdota en categoría.
“La escritura,
prohibido el paso” nos refiere un encuentro del autor con los presos en una
cárcel de Trieste. Uno de ellos, que cumple “grave pena por homicidio”, le dice
que hay una diferencia fundamental entre los autores como él y los presos que
escriben. Unos lo hacen para comunicar; los otros “para tener algo que sea
nuestro, solo nuestro, fuera del control que obliga a someter cada trozo de
nuestra vida y de nuestra realidad a los rayos X. Aquí no hay nada mío, solo
mío; mi existencia está hecha para ser desnudada, cacheada, fichada. En cambio,
lo que escribo es solo mío; no se lo enseño a nadie, jamás se lo daría a leer a
nadie, es un mundo mío, donde los carceleros, la ley, los jueces, los otros
prisioneros, todos los demás no pueden entrar. Y sobre el papel me siento
libre, sin guardianes, sin nadie que me expropie de mí mismo”.
¿De verdad
le dijo eso un preso? Resulta bastante dudoso, parece más bien un pretexto mal
inventado para las banalidades que vienen a continuación sobre Facebook y la
intimidad. ¿Dónde iba a guardar un preso lo que no quiere que lea nadie? ¿Qué
rincón secreto hay en la celda al que no llegue la curiosidad de un compañero, que
no sea revisado por los guardianes? ¿Qué preso puede pensar que, escribiéndola,
guarda para sí mismo su intimidad? Solo quien no conozca el régimen carcelario
puede inventar algo así.
Quienes
admiraron El Danubio, esa historia de
un río que es en buena medida el alma de Europa, no deben leer este libro. La
pobreza conceptual del autor queda patente en cuanto trata de levantar un poco
el vuelo de aquello que cuenta, a veces con cierta gracia (como en la anécdota
sobre la emperatriz Sissi y los poemas que supuestamente le dictaba Heine).
En
“Intraducible” nos refiere una anécdota que considera “genialidad inconsciente
e intraducible”. Un niño de poco más de dos años, Isacco, está correteando con
una niña algo menor, Vera: “Cuando el abuelo. mirando al cielo, que va
clareando tras la lluvia recién acabada, se dice a sí mismo, a media voz inteligible
para quien está cerca, ‘Llega primavera’, el niño, que estaba corriendo, se
para, se vuelve y le dice dulce pero firme: No, primero Isacco”.
La
confusión tiene sentido en italiano: el abuelo dice “primavera”, el niño
entiende “prima Vera” (primera Vera) y responde “no, primo Isacco” (primero
Isacco). ¿Una genialidad inconsciente? Una gracia banal, simplemente.
¿Hacen
falta más ejemplos? En “Selfi”, un vehículo bloquea la salida del garaje, un
conductor impaciente toca el claxon, sale luego de su coche se acerca al otro y
ve que en él “solo hay una niña de unos siete u ocho años. Está acurrucada
detrás, con expresión inquieta, casi espantada; murmura que su mamá se ha ido
un momento y volverá enseguida. El iracundo bloqueado se impacienta por
momentos, pregunta a dónde ha ido la madre, a qué tienda; la niña no lo sabe,
él toca el claxon del coche, a ella se le saltan las lágrimas, él toca y toca y
dice que va a llamar a los guardias”.
Cualquiera
que le viera llamaría a la policía: abrió la puerta de un vehículo ajeno,
asustó a una niña que había dentro y se puso a tocar furiosamente el claxon de
ese coche. Continúa el relato: “Ella es una cervatilla atemorizada; él,
inclinándose sobre el parabrisas, amenaza de nuevo con llamar a los guardias y
ve su reflejo en la luna del coche”. Y entonces ocurre la sorpresa. Resulta que
el psicópata que amenaza a la niña es el propio autor, que cambia de la tercera
a la primera persona al contemplar: “Me doy cuenta de que nunca me he visto tan
feo y desagradable y, mientras veo llegar apresurada y nerviosa a la
conductora, también ella molesta por la situación, me alejo deprisa de su coche
y para evitar el encuentro desaparezco unos segundos en la oscuridad del
garaje”.
Nos
imaginamos –el autor no– que quien entonces llamaría a la policía sería la
madre: ha visto cómo un desconocido abre la puerta de su coche, amenaza a su
hija y luego escapa escondiéndose “en la oscuridad del garaje”.
¿Ha leído alguien
críticamente este conjunto de olvidables naderías? No sabemos si el autor –aunque
resulta dudoso–, pero desde luego ningún responsable en la editorial italiana
ni en la española. ¿Claudio Magris es un autor de prestigio con un público asegurado? Pues se publica
todo lo que envíe su agente, aunque sean “sobras completas” (el juego de
palabras es de Savater, autor también de algún que otro producto editorial sin
demasiada solvencia). Los suplementos culturales también lo elogiarán sin
necesidad de leerlo. Conviene dejar constancia de que el rey, en este caso y en
tantos otros (casi todo el último Umberto Eco), está desnudo.
Últimamente quienes le seguimos estamos desorientados, pues solo comenta libros malos. ¿Es que ya no se publica en España nada que valga la pena?
ResponderEliminar¿Últimamente? Comentar libros malos de autores prestigiosos es mi especialidad, lo vengo haciendo desde hace más o menos medio siglo.
ResponderEliminarNunca me he dedicado a recomendar novedades, eso se lo dejo a otros, sino a analizar críticamente un libro cada semana.
ENTIERRO EN PALM BEACH
ResponderEliminarFeroz felpudo fuiste,
creyendo mandar y solo siendo
marioneta del Poder.
Caído en desgracia en tu vejez
¿dónde quedan todos tus logros?
No supiste vivir bien el presente.
La eternidad te sea leve.