Primeras
voluntades
José
María Micó
Acantilado.
Barcelona, 2020.
En los volúmenes
recopilatorios, lo disperso se reúne y ordena, añadiéndosele nuevos sentidos.
El autor se convierte entonces en editor de si mismo y no todos se muestran muy
duchos en tal función. De José María Micó, catedrático universitario, editor de
clásicos, comentarista de Góngora, podría esperarse que aplicara todo ese saber
a la reunión en un volumen, titulado Primeras voluntades, de toda su
poesía publicada hasta la fecha.
No parece que
haya procedido con demasiado acierto. La presentación, retórica y
contradictoria, no aclara demasiado, más bien confunde. Confiesa una obviedad,
que escribe “poemas breves o extensos, pero no libros en el sentido editorial y
moderno”. En eso se parece al resto de los poetas contemporáneos. Y añade otra
obviedad: que los libros son consecuencia de una organización “distinta y
posterior a la escritura de los textos y que tiene, por tanto, su dosis de
artificiosidad y de astucia”.
La artificiosidad
de Micó en Primeras voluntades es manifiesta, la astucia no excesiva. Comienza
y termina con un mismo poema, “Generación”, al que en la versión final añade
dos versos un tanto tremendistas: “Mi mano es una perra caliente que te muerde
/ y ya no queda sitio para las dentelladas”.
Los poemas
publicados en sus siete libros, desde La espera de 1992 hasta Blanca
y azul de 1917, ahora se agrupan en varias partes no siempre congruentes ni
bien tituladas. En “Travesuras” –título especialmente desafortunado—se reúnen
dos espléndidas traducciones (un soneto de Shakespeare y el famoso “Epitafio
para un ejército de mercenarios” de Housman), varias letras para cantar (el
autor actualmente se dedica a componer e interpretar canciones en el dúo Marta
y Micó), unos cuantos poemas de circunstancias (escritos para presentar a un
autor, para leer en la despedida de un congreso) y otros graciosos ripios, a
ratos a la manera de Joaquín Sabina, a quien se homenajea; también se incluye
alguna nadería (véanse las páginas 86-87).
José María Micó
es un poeta desigual, pero un poeta, no un erudito –a la manera de su maestro
Francisco Rico—que de vez en cuando compone versos. Sorprende, sin embargo, que
su extraordinario saber filológico y su rigor crítico parezca haber sido capaz
de aplicárselo a sí mismo (y cuando lo hace, rescatando en el epílogo todas las
citas y dedicatorias que previamente ha descartado, demuestra desconocer la
diferencia entre editar a un clásico y editar la propia obra).
No sería yo quien
soy si antes de subrayar los muchos logros del Micó poeta, no señalara que de
vez en cuando dormita. A la hora de reunir su obra, descarta poemas, pero deja
en “Pecios”, donde van sus poemas más breves, el siguiente: “¿Cómo voy a estar
solo / si estoy completo?”. ¿Y qué tendrá que ver el estar solo con estar
completo?, nos preguntamos. En seguida se nos ocurre una variante mejor: “¿Cómo
voy a estar solo / si estoy conmigo?”
Varios poetas
conviven en Micó. Uno aspira al poema de cierta extensión, reflexivo, sin
apenas anécdota, o con la anécdota transcendida o vagamente aludida. Es el
poeta de “Ser y estar”, de “Momentos”, de varios de los textos reunidos en
“Camino de Ronda”. Más referencial, a ratos casi postal viajera, resulta
“Divieto di sosta”, homenaje a Italia.
En el otro
extremo, están los poemas de circunstancia, en los que Micó se muestra muy
dotado para la broma erudita y la ocurrencia ingeniosa. Es el caso de “Cien
ripios para F.B.R”, aunque quizá resultan demasiados ripios (“Tras mil idas y
venidas / por palacios y desvanes, / tiene amigos catalanes, / vascos, gallegos
y aun bables”) y que termina como otro de sus poemas de ocasión, el dedicado a
una reunión de filolólogos en Santander: tras estudiar a Cervantes, “no hay
nada que no sepamos / sobre la melancolía” y tras leer a Benítez Reyes “no
habrá nada que ignoremos / sobre la melancolía”.
Ingeniosa resulta
la “Letra bastarda”, homenaje a la literatura de lupanar, con su distinción (el
tópico está ya en Marcial) entre el protagonista de los versos y el autor: “Por
tu interés te diré, / caro lector, quien soy yo: / el que el poema escribió, /
no el que de putas se fue”.
Buen conocedor de
los clásicos y de los modernos, de la métrica tradicional y del versolibrismo
contemporáneo, de los tangos y de las milongas, Micó lo mismo nos ofrece un
soneto que trata de emular a Lope, que unos ovillejos a lo Zorrilla, un
delicado poema infantil que una epístola que recrea el tópico del “menosprecio
de corte y alabanza de aldea” o un ambicioso poema metafísico. Todo revuelto y
sin demasiado orden ni concierto.
Resulta
paradójico que a uno de los grandes estudiosos de la literatura española, a la
hora de reunir, organizar y descartar (la principal labor cuando uno es editor
de sí mismo) su propia obra le falte el tino y la sabiduría que pone en la de
los demás.
A MICO
ResponderEliminarPura maldad eso es,
caro escritor, y soez:
ni siquiera la tentación
justifica tu bastardez.
EN LA FÁBRICA
Eliminar¿Has visto la maquinaria
para que el café llegue hasta tu taza?
¡Cuánto más para saborearla!
EL ÁNGEL
EliminarSi en la maraña humana
cerca estoy de caer
mi ángel de la guarda
me lo recuerda, fiel.
Es terrible su rostro,
tan terrible su tez,
que asomarse al abismo
no le deja a mi fe.
Yo le pido por mi alma,
que la sujete bien
a las dulces moradas
en las que no hay caer.
Estimado Martín: mirando noticias tuyas en Google he visto que en algunas fotos sales con gafas de sol. Espero que estés bien y puedas seguir regalándonos tu amistad y escritura.
ResponderEliminarEstoy bien. La foto más reciente, de ayer, es la que aparece en este blog en la versión Web.
EliminarMe alegro mucho. A ver si después de la Cuaresma vamos por ahí. Resulta que una sobrina mía vive por esos lares. Y la novia de mi hermano es... ¡del Pumarín! ¡Oviedo es más grande de lo que parece!
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