Los árboles te
enseñarán a ver el bosque
Joaquín Araújo
Prólogo de Manuel
Rivas
Crítica. Barcelona,
2020.
Joaquín Araújo, conocido divulgador de la flora y la fauna
española, heredero de Félix Rodríguez de la Fuente, ha escrito un libro que es
a la vez manifiesto en defensa de la naturaleza (que él llama Natura),
autobiografía autopromocional y antología poética.
Aunque el
libro incluye abundantes versos de cosecha propia, en algún caso reiterados,
destacan sobre todo las citas y los poemas de otros autores, una verdadera
antología universal sobre el árbol y los bosques. Cuando mejor funcionan estos
poemas o fragmentos de poemas ajenos es cuando se integran en la prosa. El
autor cura a un corzo herido por su mastín y luego procede a liberarlo: “De
nuevo en brazos lo acerqué al borde del bosque y lo dejé en el suelo. Se
levantó, dio tres o cuatro pasos y se paró para mirarme. Estoy seguro de no
haber recibido un agradecimiento más hermoso en mi vida. El tímido, bello,
poético corzo con ojos de rara caoba me regaló en el lenguaje universal sin
palabras que son las miradas una gratitud que sigue dando sentido a mi vida”.
Como colofón, se recuerdan unos versos de Emily Dickinson: “Si ayudo a un
desmayado petirrojo / y lo llevo de nuevo hasta su nido, / no habré vivido en
vano”.
Además de
poemas, Los árboles te enseñarán a ver el bosque incluye –ya desde el
título-- abundantes aforismos, entremezclados con el texto o recopilados aparte.
Joaquín Araújo los denomina, con uno de esos neologismos que gusta de utilizar,
“naturismos”. Quizá pecan en exceso de didactismo y buenas intenciones: “No
olvidemos que nuestro primer hogar, el bosque, podría ser también el último si
lo destruimos. Y llevan muy adelantada la torpeza”. También gusta de jugar con
las palabras: “Los bosques solo excluyen el excluir”, “En el bosque acontece
que todo es acontecimiento”.
Los pasajes
autobiográficos –cómo, por ejemplo, en 1972, gracias a un compañero del
servicio militar, descubrió Las Villuercas, donde reside desde hace cuatro
décadas-- se entremezclan con otros de autopromoción: de vez en cuando nos
recuerda los muchos documentales que ha dirigido, las conferencias impartidas,
los premios recibidos, los libros escritos, la constante labor de asesoramiento
a las autoridades políticas. Baste un ejemplo de este continuo traer a cuento,
venga o no a cuento, la propia labor: “Se ha escrito, filmado y fotografiado
hasta el infinito a las dehesas. Y tanto a sus usos, como a los inquilinos,
salvajes y domesticados, que alberga. Para quien esto escribe también ha sido
un objetivo prioritario de mi quehacer de escritor y cineasta. De hecho uno de
los mejores reconocimientos que este emboscado ha recibido en su vida es el
premio al mejor guion del festival de cine científico de Madrid, por un trabajo
sobre nuestro árbol tótem. Traer a colación este premio en un capítulo dedicado
a la encina tiene dos justificaciones. Por un lado, porque los documentales
premiados fueron dos. En concreto se llaman El Encinar y La Dehesa, es
decir lo mismo que estamos tratando en este apartado. Pero no menos porque las
dehesas que paso a describir son las que filmé hace años para esos documentales
de la serie El Arca de Noé de Televisión Española”.
Los
árboles te enseñarán a ver el bosque, aunque se presenta como un libro
unitario, es en realidad una recopilación de diversos trabajos, de ahí las
repeticiones y los cambios de tono: hay el guion de alguna de su clases,
impartida en la propia finca, y de alguna conferencia; una colaboración en la
revista Adioses, que se distribuye en los tanatorios; textos escritos
para distintos catálogos; un manifiesto que forma parte de las campañas de la WWF: “Exigimos que las administraciones
dediquen suficientes esfuerzos económicos y pedagógicos destinados a la
recuperación de las dehesas, que debe ir de la mano del plan nacional de
estímulo a la ganadería extensible, la más compatible con los medios
naturales”.
Hemos ido,
en buena parte, subrayando la ganga del libro, pero abundan los pasajes que
contagian amor por la naturaleza, cercanos en más de un caso a la poesía en
prosa. Si tuviera que quedarme con un capítulo, sería el titulado “Algunas
inolvidables emboscadas”, en el que se describen diez mágicos lugares: los
cerezos del valle del Jerte; la laurisilva de Garajonay, en La Gomera;
Muniellos, “el bosque más bosque”; los hayedos de Irati, al norte de Navarra;
la dehesa de sabinas de Calatañazor; los sotos del Ebro en Cantalobos; los
pinos naranja de Valsaín, en el Guadarrama; la cacereña lorera de La Trucha
(“Solo un círculo / de eternidades, / mide el tiempo / de estos árboles /
escondidos en / las gargantas / de la sierra); los alcornocales de la
Almoraima, al sur de la provincia de Cádiz; los olivares de Jaén, que cantó
Miguel Hernández, y las dehesas de Cabañas del Castillo, en Las Villuercas.
Y no menos
sugerente resulta otro capítulo, “El año del bosque”, sobre el sucederse de las
estaciones y los cambiantes colores de la vegetación: “Marzo es malva por los
billones de flores del brezo rubio.
Abril chisporrotea en amarillos por las flores de retamas negras,
encinas, alcornoques y melojos. Mayo resulta blanco por las jaras”.
Los
árboles te enseñarán a ver el bosque enseña a mirar, a escuchar, a oler, a
admirar, contagia amor por la naturaleza, algo que lleva haciendo Joaquín
Araújo – y por todos los medios a su alcance-- desde hace más de cuarenta años.