Notas para unas
memorias que nunca escribiré
Juan Marsé
Edición de Ignacio
Echevarría
Barcelona. Lumen,
2021.
¿Todo lo que un escritor escribe puede incluirse en su obra
literaria? La respuesta negativa parece obvia, pero en la práctica cuando un
escritor se convierte en una marca prestigiosa, en un nombre que vende, siempre
habrá editores capaces de reunir en volumen desde sus borradores desechados
hasta la lista de la compra. Por lo general, se trata de publicaciones póstumas
con las que editores y herederos pretenden agotar el rentable filón hasta sus
últimas escurridoras. Pero a veces ese bajar el listón de la exigencia ocurre
en vida del escritor.
Es el caso
de estas Notas para unas memorias que nunca escribiré, que aparecen
pocos meses después de la muerte de su autor, pero que cuya publicación este
autorizó y a las que revisó y corrigió minuciosamente.
Integran el
volumen el diario de un año, 2004, escrito sin mucho entusiasmo y como un deber
autoimpuesto, y tres libretas que contienen apuntes de muy diverso alcance y
tono. Libro de acarreo, preparado por razones económicas en un momento en que
se había agotado la obra creativa de Marsé, defrauda y divierte a partes
iguales. Lo hojeamos al azar y no tardamos en encontrarnos con una de esas
opiniones contundentes que los escritores acostumbran a formular en la charla
ocasional, más o menos etílica, pero que no suelen poner por escrito: “Ana
María Matute en la Biblioteca El Carmel-Juan Marsé. La encantadora anciana
empieza seduciendo al auditorio y acaba durmiendo a las ovejas. Todo lo que
dice sobre el oficio de escribir, sobre ella misma, es puro camelo”, “¿Quién es
el mejor palanganero de los escritores betselleros? Sergio Vila-San
Juan”, “Dice el repipi de Luis María Anson que Antagonía, la
tridimensional obra de Luis Goytisolo, dentro de tres siglos se leerá con el
mismo interés que ahora. (O sea, ninguno. Totalmente de acuerdo.)”
Podríamos
seguir y seguir copiando. Ya conocíamos la obsesión de Marsé con Baltasar
Porcel, con Umbral, el de la prosa sonajero, o con Cela, el de la prosa
campanuda; se le añade ahora Juan Manuel de Prada, que compite con los políticos
del independentismo catalán en ser la diana preferida para unos denuestos, a
menudo más viscerales que ingeniosos.
Pero no son
esas descalificaciones, junto a malhumorados desahogos contra esto y aquello
(la televisión, los periódicos, los obispos) lo que hay en el libro. Hay
también evocaciones autobiográficas, reflexiones literarias, pinceladas para un
autorretrato en el que el autor no sale demasiado favorecido.
Decía
Marcel Proust que el verdadero yo de un escritor estaba en su obra, no en las anécdotas
biográficas. A los admiradores del autor de Últimas tardes con Teresa o
de Teniente Bravo, les desilusionará profundamente este libro. El
vanidoso cascarrabias que aparece en sus páginas, el que condesciende con la
queja o el insulto, el que nos muestra su descontento por cómo lleva su mujer
la casa (a otro familiar, al parecer, lo trataba peor, pero los editores, no
él, tuvieron el buen cuidado de eliminar esas referencias), no es la persona que
sus lectores se imaginaban.
Leyendo a
este Marsé último, que no sorprende demasiado a quien recuerda sus entrevistas
y declaraciones, nos ha venido a la cabeza el caso de Pío Baroja. En los
últimos quince años de su vida, tras volver de París, donde había pasado la
guerra, Baroja publicó más que nunca, a veces varios títulos al año. Esas
obras, hechas de recortes antiguos y de apuntes nuevos juntados de cualquier
manera, llenas de anacolutos y de incongruencias, literariamente valen poco,
pero están llenas de encanto, sobre todo los tomos de sus memorias. Incluso las
Canciones del suburbio, ese libro de poemas que tanto irritó en su
momento, lo leemos hoy con más gusto –a pesar de sus rechinantes ripios-- que
los repeinados sonetos garcilasistas de la época. El último Baroja era, sobre
todo, un personaje. Y lo sigue siendo, casi tanto como sus mejores novelas (que
no van más allá, con alguna excepción, de los años veinte y que rara vez
incluyen los tomos dedicados a Aviraneta) nos interesan los libros que cuentas
su vida, a favor en contra, desde la inicial Pío Baroja en su rincón, de
Miguel Pérez Ferrero, hasta la diatribas furibundas de Eduardo Gil Bera o las
más matizadas de Miguel Sánchez-Ostiz, tan barojiano, de quien Renacimiento
acaba de reeditar su Pio Baroja, a escena.
Para la
sociología de la literatura, para entender el entramado de lo que supone la
industria literaria, resultan de gran interés estas páginas. Lo que nos dice
del premio Planeta confirma con creces lo que todos los que intervienen en el
tinglado –periodistas y políticos que ayudan al tinglado publicitario-- saben y
callan. Las novelas finalistas que les presentaron al jurado eran cinco, aunque
oficialmente se indica que son diez; a todos les parecen de muy poca calidad,
pero el premio no puede quedar desierto ni ellos pueden votar en blanco. El
portavoz del jurado es Carlos Pujol, “empleado de la editorial”, como se cuida
de indicar Marsé, quien “anuncia a los periodistas que el nivel de calidad
literaria es altísimo”. Nada que no supiéramos, pero divierte verlo confirmado
por quien, cuando le convenía, no dudó en participar de todos los tejemanejes
de la sociedad literaria y, como señala en una de estas notas, rechazó muchos
premios y honores, pero nunca si iban acompañados de una cantidad en metálico,
“porque eso sería de imbéciles”.
Un libro
irritante y divertido, que apenas puede considerarse literatura, un
juntapapeles para ganar algún dinero, que sin embargo envejecerá mejor que
mucha literatura. Cuando nadie lea las novelas --¿las lee alguien ya?—que Marsé
pergeñaba laboriosamente en los últimos tiempos (Canciones de amor en el
Lolita’s Club se escribió a la vez que el diario de 2004), se seguirán
leyendo con curiosidad estás páginas que, como las instantáneas fotográficas
hechas sin voluntad artística, van ganando en interés a medida que pasan los
años. Son las paradojas de la literatura, que contra lo que suele pensarse –y
salvo que sea gran literatura--, envejece antes que la prosa periodística y testimonial.