La poesía española
de la II República a la Transición
Ángel L. Prieto de
Paula
Universidad de
Alicante. Alicante, 2021.
En el prólogo a este nutrido estudio –más de ochocientas
páginas-- de la poesía española escrita entre 1939 y 1975, con amplias
incursiones anteriores y posteriores, Prieto de Paula resume las condiciones
necesarias para llevarlo a cabo. Él, autor de numerosos trabajos académicos
sobre el tema, reseñista habitual en un importante suplemento durante varios
años, con incursiones en la creación poética (especialmente notable son sus
versiones de Lucrecio), con preocupaciones estilísticas e incursiones en la
prosa no curricular, parece cumplirlas todas. Y sin embargo…
Y sin
embargo el laborioso empeño resulta finalmente frustrado y no tanto por errores
menores u olvidos inevitables en un trabajo de esta envergadura, sino por otros
de mayor calado que tienen que ver con la terminología, la organización y, por
decirlo así, la conceptualización de la historia literaria.
Fácil
resulta, cuando se sobrevuelan a distinta altura más de un centenar de poetas,
que nos pongan reparos los lectores habituales de alguno de ellos. De Víctor
Botas, por ejemplo, se nos dice que “atenuaba su subjetividad mediante recursos
de imitación de otros autores”, queriendo aludir, sin duda, a las brillantes
recreaciones de Segunda mano, que nada tiene que ver con la imitación.
Mayor importancia puede concedérsele –por ser un autor al que dedica páginas y
páginas de acrítico encomio-- a que indique que Pere Gimferrer, tras la
publicación de La muerte en Beverly Hills (1968) abandona la escritura
en castellano para pasarse en catalán, olvidando el conjunto que cierra Poemas
1963-1969, donde por cierto está todo lo fundamental de su poesía en
español: “De Extraña fruta y otros poemas”.
Prieto de
Paula estudia cuatro décadas de poesía, pero no le parece adecuado atenerse,
sino muy parcialmente, a la cronología, ni utilizar la terminología habitual,
lo que lleva a inventarse otra cuando menos peculiar. Estos son los títulos de
algunos de sus capítulos y subcapítulos, en los que no aparece, por cierto,
ningún nombre propio: “¿Soy clásico o romántico?: programación de la
normalidad”, “El patetismo y sus márgenes”,
“La socialización del patetismo”, “Una avanzadilla hacia la emoción
especulativa”, “Concierto y fugas: algunas trayectorias individuales”.
Tratar de
averiguar de qué poetas va a hablar en cada uno de esos epígrafes es jugar a
las adivinanzas. En “¿Soy clásico o romántico?” se ocupa de Germán Bleiberg,
Rosa Chacel, González-Ruano, García Nieto y José Luis Cano. Dentro de “El
patetismo y sus márgenes” hay un subtítulo, “Vástagos de la cólera”, que
encuadra a Carmen Conde, Blas de Otero y Vicente Gaos”; en otro, “Existencialismo
sin espasmos” se incluye a Muñoz Rojas, Elena Martín Vivaldi, Ildefonso Manuel
Gil, Alfonsa de la Torre, José Luis Hidalgo, José Hierro, Carlos Bousoño, José
María Valverde, Fonollosa.. “La socialización del patetismo” habla de las
antologías de poesía social; “Una avanzadilla hacia la emoción especulativa” se
ocupa de Carlos Barral, Gil de Biedma y Gabriel Ferrater. Las “Trayectorias
individuales”, como si las demás no lo fueran, de “Concierto y fugas” son las
de Gimferrer, Carnero, Azúa, Jenaro Talens, Clara Janés, Antonio Hernández y
Pureza Canelo.
Da la
impresión de que el autor no sabía qué hacer con las fichas de tantos poetas
(se agradece que no quisiera limitarse a los consabidos) y las fue agrupando
como pudo (a saber qué pinta Juan Larrea junto a Julio Campal o Miguel
Hernández al lado de un ignoto Antonio Otero Seco o de Adolfo Sánchez Vázquez ).
El resultado es un batiburrillo que no parece contribuya precisamente a aclarar
el panorama.
Además de
esas fichas sobre poetas, más o menos afinadas, mejor o peor agrupadas, el
libro se ocupa de los tópicos habituales en los estudios sobre la poesía de
posguerra: el garcilasismo, la eclosión de las revistas en los años cincuenta,
la poesía social, la polémica entre conocimiento y comunicación, la irrupción
de los novísimos, etc. Lo hace Prieto de Paula con buen conocimiento del
asunto, recurriendo a la bibliografía primaria y no repitiendo lo que han dicho
otros estudiosos, pero comete algunos errores conceptuales. El eco mediático de
la antología Nueve novísimos --debido sobre todo a sus
detractores-- no significa que haya que
considerarla como la antología fundamental y fundacional de una nueva
generación, lo que sería como considerar a la selección que José Ángel Valente
publicó en 1955 como la base para estudiar a los poetas del cincuenta. Nueve
novísimos fue solo un síntoma de un cambio de estética, una anécdota
convertida por inercia periodística y profesoral en categoría; en ella están
nombres, como Vicente Molina Foix, sin ningún interés poético y falta otros
fundamentales en esa generación que Prieto de Paula prefiere llamar del 68. Las
antologías abarcadoras de una generación –y no de un grupo-- se publican años
después de que comiencen a aparecer sus más precoces integrantes, como ocurrió
con la de García Hortelano sobre los poetas del 50. Considerar fuera de la
generación a un poeta porque publica su primer libro importante pasados los
treinta años y no a los veintipocos, como Gimferrer o Carnero, es convertir en
norma la excepción. Y ocuparse de la poesía de Azúa o de Molina Foix solo
porque están en la antología de Castellet, aunque su recorrido poético se
agotara pronto o no llegara a iniciarse, y no dedicar ni una línea (solo se
cita su nombre de pasada) a Aquilino Duque, obedece a una concepción de la
historia de la literatura demasiado ligada a una caducada actualidad
periodística, lo mismo que comenzar a hablar de Luis Alberto de Cuenca
desmintiendo su semejanza con Luis Antonio de Villena porque alguien los relacionara
allá en los setenta.
Trabajos de
amor perdidos, habría que concluir. Y es una lástima, pero el profesor, el buen
lector de poesía, el investigador y el esforzado estilista no parecen sumar,
sino restar, a la hora de preparar este ambicioso volumen.