Aurora Leigh
Elizabeth Barrett
Browning
Edición de Carme
Manuel y José Manuel Benítez Ariza.
Cátedra. Madrid,
2021.
Para atrevernos a leer Aurora Leigh, el fascinante
poema-novela de Elizabeth Barret Browning, tenemos antes que librarnos de bien
enraizados prejuicios. También para acercarnos a su autora que fue algo más que
una mujer inválida a la que salvó el amor y de cuya prolífica obra solo han
sobrevivido los Sonnets from the Portuguese, regalo de amante agradecida.
La historia de la relación entre Elizabeth Barret Browning y el poeta Robert
Browning ha sido llevada al cine y forma parte de la imaginación popular, pero tal
como se nos ha contado es más una ficción basada en hechos reales que una
historia verdadera.
Carme
Manuel, la editora de esta nueva edición de Aurora Leigh, comienza su
prólogo recordándonos la caricaturizada y errónea referencia a la poeta que
encontramos en Borges profesor, el curso de literatura inglesa que
Borges dio en la Universidad de Buenos Aires en 1966. La menciona, de pasada,
en una de las dos clases dedicadas a Robert Browning. De ella nos dice que
publicó un libro, Poemas traducidos del portugués, que llamó poderosamente
a atención de Browning y que “era sin duda el libro de una mujer apasionada”.
Pero Elizabeth Barret fue una poeta famosa antes y después de conocer a
Browning y nunca publicó un libro con el título que indica Borges. Una vez
casada, según la misógina mentalidad de la época, que llega hasta ayer mismo,
no podía hacer sombra a un gran poeta y por eso se convirtió en su apéndice.
Aurora
Leigh se publicó en 1856 y tuvo un éxito de inmediato. Entre ese año y el
final de siglo se reeditaría numerosas veces, pero luego no se volvería a
editar hasta 1978, cuando el cada vez mayor interés por la literatura femenina
sirvió para redescubrirlo y ponerlo en el lugar en que merece estar, entre las
obras maestras de la literatura.
Un
prejuicio arraigado nos lleva a pensar que, para contar historias, la prosa es
preferible al verso, que el poema épico es cosa de remotos tiempos y que fue
definitivamente sustituido por la novela. Tal afirmación quizá sea cierta para
la literatura española, pero no lo es para otras literaturas.
Comenzamos
a leer Aurora Leigh, escrito en “blank verse”, en versos blancos o sin
rima, como El paraíso perdido de Milton o los grandes monólogos de
Shakespeare, y enseguida nos damos cuenta de que el verso tiene una capacidad
de encantamiento y seducción de la que carece la prosa. Lo leemos sin un
tropiezo, como si hubiera sido escrito originalmente en español. La versión de
José Manuel Benítez Ariza, a mi entender magistral, ha tenido el acierto de
reproducir los versos ingleses con versos de distinta medida, pero siempre
tomando como base el heptasílabo y el endecasílabo. Una historia que es de ahora mismo sin dejar
de ser de ayer se nos cuenta con la música de la gran poesía de hoy.
Aurora
Leigh es la autobiografía intelectual ---no anecdótica-- de su autora, una
mujer excepcional que no cabía en los estrechos límites en que en su tiempo –y
tiempo después—se quería reducir a las mujeres. Elizabeth Barret Browning
aprendió muy pronto latín y griego y ya a los ocho años escribía poemas como
“Aníbal atravesando los Alpes”, de insólita madurez expresiva. Tradujo del
griego, colaboró en las más importantes revistas de su tiempo y para elogiar un
ensayo suyo sobre Shakespeare a un crítico de la época no se le ocurrió nada
mejor que decir que nadie podría encontrar “la más mínima señal de que ha sido
escrito por una mujer”.
Hay en Aurora Leigh
pasajes que no desentonarían en una novela naturalista, como la visión de los
barrios bajos de Londres que encontramos en los libros tercero y cuarto; hay
reflexiones sobre la función de la poesía de una lucidez y hondura inusuales;
hay apuntes viajeros; hay crónica social e ingeniosas caricaturas; no escasean
los aforismos, abundan los versos aisladamente memorables.
La
protagonista es una mujer que decide hacerse dueña de su destino y que le
propone a otra mujer, Marian Erle, que ha tenido un hijo tras se violada, que
se vayan a vivir juntas y así el niño no tendrá padre, pero tendrá dos madres.
No faltan los elementos melodramáticos en esta historia, llena de detalles
exactos sobre la diferencia de clases, sobre el habitual maltrato a las mujeres
y a los niños; contrastan con otros pasajes en que se debaten cuestiones
filosóficas o de fervor casi místico, como los versos finales.
Elizabeth
Barret Browning puso en este poema toda su cultura y toda su sabiduría vital,
le dio un aire nuevo, absolutamente contemporáneo, a un género que muchos
tenían por caduco y que parecía haber perdido la batalla en su lucha con la
novela.
Escrita en
prosa, Aurora Leigh sería una obra distinta. El verso es en ella
esencial, por eso traducida en prosa –o en renglones cortados como si fueran versos--
pierde buena parte de su capacidad de fascinación y seducción.
La ejemplar
traducción de Benítez Ariza aparece, sin embargo, como encarcelada entre
infinitas notas que ocupan la mayoría de las páginas (en algunas de ellas solo
hay cabida para dos o tres versos), notas que aclaran las referencias
culturales de la autora y que resultan a menudo excesivas y fuera de lugar. La
adecuada lectura del poema requiere saltar sobre ellas como si no existieran. También
el prólogo se pierde en la enumeración de referencias bibliográficas, sin
acabar de soltar el lastre de una tesis doctoral.
Aurora
Leigh es un poema vivo, que mucho tiene que decir al lector contemporáneo;
merece ser leído como tal y no como el pretexto para un ejercicio de erudición.
Pues tomo nota. Es raro que alguna lectura inspire tal pasión.
ResponderEliminarUn abrazo