El saber
biográfico. Reflexiones de taller
Anna Caballé
Ediciones Nobel.
Oviedo, 2021.
Lo que el lector esperara encontrar en un libro titulado El
saber biográfico y firmado por Anna Caballé no es exactamente lo que
encuentra. A la autora, responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la
Universidad de Barcelona, se la considera una de las más destacadas
especialistas en el tema; a ella se deben algunas notables biografías, como las
dedicadas a Francisco Umbral o Carmen Laforet, y desde hace años es la crítica
de referencia en esa materia en uno de los principales suplementos culturales.
La nota
inicial contrapone esta obra a su primera investigación biográfica: “Allí tenía
la obligación de trabajar con el rigor exigible a una tesis doctoral; ahora,
sin embargo, tan cerca de la jubilación, evito imponerme tantas obligaciones
porque de hacerlo tendría que fijar las fronteras muy lejos, demasiado lejos
tal vez”.
El rigor de
una tesis no es, ciertamente, el mismo que el de un ensayo, pero eso no quiere
decir que en este valga cualquier cosa. Doy tres ejemplos demostrativos de la
ligereza y a bote pronto con que parece escrito El saber biográfico,
como si de una columna periodística –no de una crónica, que requiere mayor control
de las fuentes empleadas-- se tratase. A propósito del franquismo escribe:
“Épocas enteras dejaron de estudiarse (pienso en los siglos XVIII y XIX)
por considerarlas irreligiosas y por ello responsables de la destrucción de la
identidad española. Que una figura de la altura moral e intelectual de
Jovellanos permaneciera oscurecida tantos años cuando tal vez sea el mejor
exponente de la tradición liberal que habita en suelo español da idea del
expolio intelectual que sufrieron varias generaciones”. Retórica mitinera que
se viene abajo si se tiene en cuenta que, ya en 1940, Melchor Fernández Almagro
publicó una antología de los escritos de Jovellanos en una colección titulada
“Breviarios del pensamiento español”, de la que formaban parte, entre otros,
Séneca, Donoso Cortés, Vázquez de Mella y José Antonio Primo de Rivera.
Otro
ejemplo. Chaves Nogales sería “una figura desconocida hasta tiempos recientes,
cuando Libros del Asteroide se decidió a publicar la biografía de un bailarín
flamenco, Juan Martínez, en 2007, marcando, sin proponérselo, un punto de
inflexión en la recuperación de un personaje olvidado y extraordinariamente
atractivo”. Pero para esas fechas ya se habían publicado las obras completas de
Chaves Nogales y se habían reimpreso de manera independiente muchos de sus
títulos. Fue la insistencia de Andrés Trapiello, desde la primera edición de Las
armas y las letras en la importancia del prólogo a A sangre y fuego lo
que más decisivamente contribuyó a recuperar la figura de Chaves Nogales, cuyo Juan
Belmonte matador de toros, por cierto, nunca dejó de reeditarse. Anna
Caballé no cita, ni en el texto ni en nota, el título completo del libro al que
se refiere, El maestro Juan Martínez que estaba allí, que no es, ni
mucho menos, la biografía de un bailarín flamenco, sino el impactante relato de
las peripecias de una compañía de baile flamenco en la Rusia revolucionaria y
en guerra civil.
No siempre
utiliza las notas Anna Caballé para referenciar sus citas. A veces le sirven
para unos peculiares desahogos. Hablando de Antonio Marichalar nos dice que
“acabó desgarrado entre su formación clasicista, su participación en las nuevas
estéticas vanguardistas (considerarlo vanguardista me parece una exageración
solo disponible para Rafael Conte) y su refugio en la revista Escorial”.
En nota se nos añade: “Del ditirámbico y absurdo artículo que Rafael Conte
dedica a Marichalar (Babelia, ‘El gran crítico de las vanguardias’,
8/3/2003) suscribo una frase: ‘Vivió en la Puerta de Alcalá’. Rigurosamente
cierto”. Curioso sentido del humor y llamativo ajuste de cuentas con un
artículo, al menos en su título, rigurosamente exacto: Antonio Marichalar fue
el gran crítico de las vanguardias y ahí está su libro Mentira desnuda para
demostrarlo.
El saber
biográfico lleva el subtitulo de “Reflexiones de taller”, pero contiene
pocas reflexiones de taller. Alternan las divagaciones sobre los fundamentos
filosóficos de la biografía –Hussler, Dilthey, Ortega-- con sorprendentes
minucias como el olvido de unos documentos en un supermercado o la
descalificación de autores y títulos sin demasiada argumentación (como la biografía
que Emilia Cortés ha dedicado a Zenobia Camprubí “por exceso de documentación”).
De exceso
de documentación no se le puede acusar a este libro. Lleva a cabo una especie
de juicio sumarísimo contra “la biografía de ámbito hispánico, ausente en los debates
teóricos y refugiada in illo tempore en el estrecho molde cognitivo que
ha proporcionado la erudición”, ya que los biógrafos españoles parecen estar
siempre “más preocupados por el escrutinio histórico-filológico de los
documentos y las fuentes, por contestar a este o a aquel colega, por exhibir
tal o cual documento inédito, que por dar respuesta a lo que debe ser la
prioridad del género, iluminar una vida humana a la luz del conocimiento que
pueda obtenerse de ella en función de la información disponible” (la diatriba
continúa durante varias líneas). Cuando
buscamos alguna precisión a esas descalificaciones en la nota con que termina
el párrafo, nos encontramos con lo siguiente: “Los ejemplos de este modo de
proceder en el pasado son muy abundantes. Evito dar referencias”.
Yo doy
algunas que no parecen avalar en exceso el crédito intelectual de que goza Anna
Caballé. Afirma que, a finales del siglo I d. C. (después de Horacio, Virgilio
y casi todos los grandes nombres de la literatura latina), “el centro
intelectual tal vez no era todavía Roma sino Rodas”. Pone al mismo nivel –sin
distinguir entre ficción y no ficción—“la historia de Lázaro de Tormes y El
libro de la vida de Santa Teresa”. En nota nos aclara “las difíciles
circunstancias que le tocó vivir” a Manuel José Quintana, Al parecer, encomendó
el cuidado de su mujer a su íntimo amigo Toribio Núñez, pero este se lanzaría a
“tan pública y escandalosa amistad con su recomendada que Quintana no quiso
jamás reconciliarse con ella”. No le basta con esto y Ana Caballé continúa
aclarándonos que “la historia es muy triste pues María Antonia Florencia,
desacreditada, llegó a presentarse en casa de su marido y cohabitaron un tiempo
durante el cual no logró que su marido le hablase, ni aún la mirara, viniendo a
morir oscura y despechada”.
La
reivindicación feminista no falta en el libro y se manifiesta de la más
pintoresca manera, ya desde la cita inicial de Maurois: “Para mí, que tengo al
hombre [sic] por sujeto y creador al tiempo que por objeto sometido a las
leyes, la biografía es una de las formas esenciales de las leyes”. Cada vez que
en una cita aparece el término “hombre” referido al ser humano en general, Anna
Caballé coloca un acusador “sic”. Ella discrepa de la “arraigada noción de que
la palabra hombre alude a un sujeto universal que incluye a hombres y mujeres”.
Rotundamente afirma que “nunca fue así”. Pero lo cierto es que siempre fue así
y sigue siendo así en muchos casos, aunque cada vez resulte un uso más
discutido. La propia Anna Caballé ha publicado su biografía de Concepción
Arenal (y antes Isabel Burdiel la de Emilia Pardo Bazán) en una colección que
lleva el título de “Españoles eminentes”.
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