Editor para toda
la vida
Conversaciones con
Juan Cruz Ruiz
Mario Muchnik
Trama Editorial.
Madrid, 2021.
La mejor literatura es la conversación escrita, se ha dicho.
¿Qué son los ensayos de Montaigne sino una larga conversación con el lector?
Una conversación escrita por el que habla o por el oyente, que hace de
intermediario para los lectores.
Escuchar al
que tiene algo que contar es el origen de buena parte de la literatura y
también del periodismo. El periodista es alguien que hace preguntas, las
preguntas pertinentes a la gente adecuada.
El libro de
Mario Muchnik Editor para toda la vida lleva el subtítulo de
“Conversaciones con Juan Cruz Ruiz”. El primero es uno de los pocos editores a
la antigua usanza –la de los Gallimard y los Einaudi y los Barral-- que quedan
todavía vivos; el otro, un hombre para todo en el grupo Prisa, un maestro en el
arte de la entrevista. La conjunción de ambos, sin embargo, resulta frustrante.
No parece difícil averiguar por qué.
Desde Juan
Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales, hasta el reciente Hecho y
dicho, conversaciones con José Manuel Feito transcritas por Saúl Fernández,
abundan los libros en que “desde la última vuelta del camino” un personaje
destacado cuenta su vida a un periodista, que a veces, como en los dos libros anteriores,
juega a desaparecer del escenario para que escuchemos solo las palabras del protagonista.
Juan Cruz,
por el contrario, está muy presente en este libro. No se limita a preguntar.
Sus intervenciones son a veces más extensas que las del entrevistado. Un
ejemplo: “Para una serie que estoy escribiendo encontré Por qué leer a los
clásicos, de Italo Calvino, Cómo leer y por qué, y tu edición del
diálogo de Primo Levi con Ferdinando Camon, que termina cuando Camon dice:
‘Auschwitz es la prueba de la no existencia de Dios’. Camon continúa: ‘No
encuenro una solución al dilema, la busco pero no la encuentro’. Otro libro, Escribir
en la oscuridad, de David Grossman,
narra cómo fue el Holocausto, sabiendo él como fue. Me parece que una
conversación contigo no puede excluir esa persecución de los judíos. ¿Cómo te
afectó, como la fuiste conociendo y cómo viviste ese conocimiento del horror?”
La respuesta de Mario Muchnik es
la siguiente, quizá irónica: “Tus preguntas son siempre tan agudas y tan
percutantes…”. Pero Juan Cruz no ve ninguna ironía y responde: “No me halagues,
que me matan”. Ante otra pregunta, Muchnik exclama: “¡Qué secretario tan
sabihondo tengo!”
El problema
de este libro es que el entrevistado ya ha escrito varias obras autobiográficos:
Lo peor no son los autores (Autobiografía editorial). Banco de pruebas
(Memorias de trabajo), Oficio editor, A propósito (Del recuerdo a la memoria),
El otro día (Una infancia en Buenos Aires). Todo lo que ahora dice ya lo
había dicho antes, y mejor. Y además en buena medida lo repite en los artículos
que se recogen en la sección final del libro titulada precisamente “Mario, en
sus palabras”.
Alguna
anécdota, como la de Ernesto Sabato deprimiéndose porque en una conversación
que dura ya más de media hora aún no se ha hablado de él, se cuenta incluso en Egos
revueltos, las memorias de Juan Cruz sobre su vida literaria.
Fue Ortega
quien afirmó que el mal novelista repite una y otra vez lo inteligente o lo
gracioso que es un personaje sin que nos dé muestras de esa inteligencia o de
esa gracia. Juan Cruz insiste desde el prólogo hasta la última línea en lo
excepcional de la figura de Mario Muchnik como editor y como persona, pero si
le conociéramos solo por este libro deberíamos aceptar esas afirmaciones como
un acto de fe.
Veamos lo
que dice de Jaime Gil de Biedma: “Era capaz de hacer un poema como le había
dicho Chejov a su editor una vez: ‘Mire, yo escribo lo que usted me diga.
¿Quiere que le escriba una historia sobre este cenicero? Yo se la escribo y
usted va a llorar’. Hizo la prueba y el editor lloró. Jaime era uno de estos
tipos. Sabía hacer un poema con nada, le bastaba con que un coche doblara la
esquina y tocara un claxon… Eso ya le daba materia para un poema”.
¿Seguro?
¿No confundirá Mario Muchnik a Gil de Biedma con José García Nieto, quien en
una entrevista presumió de que, si a él le proponían como reto escribir un
soneto sobre los gemelos de una camisa, a los quince minutos ya estaba hecho.
Pero más
estupenda aún es la respuesta de Juan Cruz: “¡Como Borges!”. Y lo que sigue, a
cargo del entrevistado: “¡Claro, pero Jaime veía y Borges no! (‘Así
cualquiera’, hubiera exclamado Borges, que tenía sentido del humor)”.
No extrañan
esas afirmaciones en quien declara, y no parece falsa modestia: “No tengo
ninguna cultura de literatura en español”. Quizá por eso, cuando el
entrevistador le pregunta si no tiene “algún verso o poema con el que le
gustaría terminar este libro”, recurre al “Con diez cañones por banda”,
etcétera, de Espronceda.
Editor
para toda la vida es un libro alargado, engordado, con anécdotas sobre
Canetti, Cortázar, Calvino, Barral y otros escritores, muchas de ellas contadas
mejor en otra parte, y en el que toda la sabiduría del editor parece que se
reduce a la habilidad para corregir erratas.
El entusiasmo del entrevistador,
acentúa la inanidad del conjunto. Así termina el prólogo: “Si yo no hubiera
estado en medio de esta conversación, agitándola, la hubiera querido leer. Una
regla de oro para publicar un libro es querer leerlo. Eso es lo que me ha pasado
(me sigue pasando) con este que estoy proponiendo a la lectura de aquellos que
quieran comprobar, como agua fresca, cuánta sangre editorial corre por las
venas de este muchacho que cumplió 89 mientras hablábamos. Ríanse con él, que
el devuelve la risa como quien da la mano a un nuevo amigo que se encontrara en
la barra de un bar o en cualquiera de los paseos de las ciudades o de las
miradas que retrató”. Literatura, solo literatura, en el mal sentido de la
palabra, o publicidad engañosa..