Carrete de 36
Fernando Castillo
Renacimiento.
Sevilla, 2021.
Fernando Castillo es un historiador que sabe escoger, entre
los temas de su especialidad, los de mayor atractivo literario y novelesco. Se
ha ocupado del mundo de Tintín y del de Patrick Modiano; del París de la
ocupación y del Madrid heroico y miserable de la guerra civil; también de los
traficantes y espías que pululaban por Lisboa y Tánger en los años cuarenta.
Sus intereses se encuentran muy próximo a los del poeta, bibliófilo y crítico
de arte Juan Manuel Bonet, quien no en vano firma la precisa contraportada—algo
recargada en nombres, quizá-- de Carrete de 36.
El punto de
partida de este libro no puede ser más sugerente: el autor selecciona 36
fotografías –que eran las que tenían los
carretes de las cámaras analógicas- de
fotógrafos conocidos o anónimos y, a partir de ellas, habla del autor, la
época, los personajes, las ciudades y los temas de su predilección.
La
fotografía es técnica, documento y arte, pero como arte tiene unas
peculiaridades que la diferencian de cualquier otro. Abunda en obras maestras
de autor desconocido. Juan Bonilla afirmó alguna vez que se puede hacer una
exposición de fotógrafos aficionados que, si ha sido bien comisariada y
seleccionada, no se distinga de otra de fotógrafos profesionales, o que incluso
tenga mayor interés. Con la pintura o la poesía no se puede hacer lo mismo. La
fotografía es la única modalidad artística en la que el tiempo juega a su
favor.
Con los
nuevos avances técnicos, en la fotografía interviene cada vez menos la técnica
y más la mirada y el azar.
No todas
las fotografías que Fernando Castillo selecciona en este libro presentan igual
interés. Entre las fotos anónimas –encontradas en sus paseos por rastros y
rastrillos-- hay alguna excepcional, como “Retrato de novia”, que le da pie a
uno de los mejores capítulos del libro, pero otras son bastante inanes, como la
que él titula “Homenaje a Germaine Krull”, que solo parece un pretexto para
hablar de esa fotógrafa. Escaso interés presenta igualmente la que firma un
apócrifo Félix Candel, en realidad el propio Castillo, aunque no así el texto
para el que sirve de pretexto, evocación de una de esas ciudades –como casi
todas de las que se habla en este libro-- que son en sí mismas un género literario.
No siempre
los elogios que Fernando Castillo a las fotografías seleccionadas –anónimas o
de nombres prestigiosos-- resultan fácilmente compartidos por el lector.
Caprichosos parecen los que dedica a “Ruta 66”, de Dorothea Lange, o a “Tanque
nº 1”, de Tina Modotti. Pero quizá la discrepancia sería menor si pudiéramos
contemplar la fotografía en su formato y en su calidad originales, no en una
reproducción. Cuando miramos la fotografía de un cuadro, somos conscientes de
que no estamos contemplando el original, pero no siempre tenemos eso en cuenta
cuando contemplamos la reproducción de una fotografía.
Carrete
del 36 nos cuenta las vidas, muchas de ellas enigmáticas y noveleras, de un
puñado de fotógrafos; nos lleva a ciudades –París, Berlín, Nueva York-- y a
épocas turbias de la historia contemporánea, que nunca dejarán de fascinarnos;
nos ilustra sobre la Nueva Objetividad y otros capítulos esenciales de la
historia de la fotografía.
Selecciono
algunos capítulos en que imagen y texto se corresponden de la mejor manera:
“New York City”, de Garry Winogrand, con esa joven sonriente que representa el
rostro más amable de la Nueva York de los años sesenta; “La Kurfürstendamm
después de un bombardeo”, de Wolf
Strache, que tiene la atmósfera de una pesadilla; “Trabajadores”, de un
fotógrafo anónimo, veintiséis obreros que parecen representar a toda la clase
obrera de entreguerras; “Brasserie Lipp”, de Cartier-Bresson, dos mujeres, dos
mundos, la Francia tradicional y la de mayo del 68; “Uno de los de Grammont”,
de Izis Bidermanas, el rostro sonriente, enmarcado por la ametralladora, de un
anónimo miembro de la Resistencia; “Retrato de locutora”, de August Sander, uno
de esos retratos en los que el gran fotógrafo de la Nueva Objetividad supo
dejar constancia del verdadero rostro de Alemania en los años de Weimar y del
incipiente nazismo.
“Una imagen
vale más que mil palabras”, dice el tópico. Pero lo cierto es que una imagen
sin palabras es una imagen, no solo muda, sino incompleta. Necesitamos quien
nos ayude a ver lo que hay en una fotografía y quien nos cuente las historias
que sugiere. Fernando Castillo hace lo primero y lo segundo, pero no siempre
acierta en este atractivo libro –o eso me parece a mí-- a seleccionar las
mejores imágenes de fotógrafos famosos o desconocidos.
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