Qué hay de nuevo,
Chesterton
Ricardo Moreno
Fórcola. Madrid,
2022.
Si un prólogo debe despertar interés por la lectura de un
libro, el que Ignacio Peyró ha puesto a Qué hay de nuevo en Chesterton cumple
con creces esa función. Es ingenioso y divertido y abunda en frases que pueden
servir como eslogan publicitario: “champán para la inteligencia”.
Pero basta
la lectura del primer capítulo, que cuesta terminar, para que comencemos a
pensar que quizá se trata de publicidad engañosa. Ricardo Moreno Castillo ha
escrito esta obra a partir de una buena idea: preparar una antología de Chesterton
sobre los temas que siguen siendo también temas de nuestro tiempo y disponerla
en forma de diálogo. Todo lo que dice Chesterton en estas conversaciones lo ha
dicho efectivamente (al final de cada intervención se indica la procedencia) y
Moreno Castillo lo ha traducido con precisión y exactitud. Su parte en el
diálogo encaja perfectamente, con lo que el libro fluye con naturalidad, como
si el autor se hubiera trasladado a la época del escritor inglés o este a la
nuestra.
El problema
es lo que se dice. Cuesta pasar del primer capítulo, pero conviene hacerlo.
Quien no lo haga se perdería reflexiones de mucho interés, como las dedicadas a
la religión, en las que hasta entonces devoto admirador le pone a Chesterton
los puntos sobre bastantes íes.
Enrique
Moreno Castillo estudió matemáticas y se especializó en historia de la ciencia.
Fue profesor y publicó trabajos de su especialidad. Ya jubilado, prefirió
dedicarse a la crítica del mundo contemporáneo, desde una perspectiva
conservadora, con títulos tan llamativos como Panfleto antipedagógico o Breve
tratado sobre la estupidez humana.
Mucho de
panfleto y de tratado sobre la estupidez humana tiene Qué hay de nuevo,
Chesterton. De panfleto en el original sentido del término, el que puede
aplicarse a lo mejor de la obra de Voltaire, y en el despectivo con que se
utiliza actualmente. Baste un ejemplo: “Hay en España –le cuenta Moreno Castillo
a Chesterton-- una monarquía apoyada en
general por conservadores y también por progresistas de verdad, pero cuestionada
por progresistas de pacotilla (algunos de ellos profesores universitarios,
digamos que presuntamente cultos) más preocupados por soltar proclamas muy
sonoras que por mejorar el país y el bienestar de sus ciudadanos”. Esto, en un
mitin político (donde todo vale), en un artículo de opinión en determinados
periódicos, quizá pueda pasar, estamos acostumbrados, pero en un libro que
pretende ser “champán para la inteligencia” produce vergüenza ajena. ¿De verdad
cree Moreno Castillo que criticar una monarquía cuyo primer representante
durante casi cuarenta años, un defraudador fiscal cuya fortuna procede de
orígenes desconocidos, ha tenido que ser expulsado del país por su propio hijo es
solo propio de “progresistas de pacotilla”? ¿De verdad cree que no se puede ser
“progresista de verdad” y republicano?
Pero antes
de llegar ahí, ya hemos tenido el tropiezo del capítulo inicial, dedicado a loa
animalistas y a los vegetarianos. Los malos predicadores, como los malos
polemistas, siempre se inventan un fantoche (“afirma el maniqueo”) al que resulta fácil
refutar. Para Moreno Castillo “los animalistas ignoran que si podemos
preocuparnos de la supervivencia de las especies salvajes es precisamente
porque no somos una especie más” y llega incluso a afirmar “que los gallos
violan a las gallinas”. No han caído ademán en la cuenta de que “los carnívoros
devoran a herbívoros con la mayor desvergüenza y que los herbívoros compiten
unos con otros por los pastos sin la menor noción del reparto ni de la
equidad”. Los animalistas que refuta Moreno Castillo son tan tontos que ni se
han percatado de que “somos la única especie cuyos miembros pueden concederse
derechos los unos a los otros, y por eso somos superiores a los animales”. Por
otra parte –añade--. o comemos animales o los animales nos comen a nosotros (o
sea, que o comes carne de ternera o la ternera te come a ti).
Para criticar
a Moreno Castillo no es necesario caricaturizarle, como hace él con quienes
defienden los derechos de los animales, sino que basta con citarle: hay que
“crear parques naturales donde los lobos puedan moverse con libertad, pero
crearlos con unas alambradas que impidan a los cazadores furtivos entrar y a
los lobos salir. Y para que no suceda ninguna de las dos cosas no hay otra
solución que contratar a unos guardabosques para que mantengan en buen estado
las alambradas y multen a los cazadores que intenten saltárselas. Porque si
esperamos que los lobos mismos organicen el servicio de guardabosques, vale más
que lo hagamos sentados”. Ya tiene los políticos la receta para conservar la
vida natural: cercar los bosques y las selvas con alambradas.
¿Champán
para la inteligencia? En algunos capítulos, no está el eficaz publicista
Ignacio Peyró descaminado del todo. “Pienso que incurre usted en varias
falacias”, le dice Moreno Castillo a Chesterton en el titulado “Razón y fe” y
se las va desmontando cuidadosamente. Porque Chesterton, el mitificado
Chesterton (un dios cuando cuenta historias y un mendigo cuando reflexiona),
también dice muchas tonterías. Cito algunas de las que aparecen en esta
conversación: que todos los pedagogos son muy feos, que oyendo hablar a los
pedagogos cualquiera diría que el niño “es un pez que ha surgido de las
profundidades”, que “se pueden sacar gemidos del bebé pellizcándole y
pegándole, un pasatiempo agradable al que cruel, al que muchos psicólogos son
adictos”. Todos ejemplo tomados del capítulo dedicado a la pedagogía, una de
las bestias negras de Moreno Castillo.
Ser
conservador y ser inteligente no es un oxímoron, ni mucho menos, y se me
ocurren ahora mismo docenas de nombres para ejemplificar esa compatibilidad.
Pero no demuestra precisamente inteligencia combatir ideas contrarias convirtiendo
a los que las defienden en idiotas. En las páginas de este libro, y de otros
anteriores suyos, Ricardo Moreno Castillo da la impresión de practicar ese
tramposo juego de manos con demasiada frecuencia.
Es Enrique Moreno o es realmente Ricardo?
ResponderEliminarPues la ternera no te comerá, pero un león o un tigre, sino hay plato más apetitoso, sí. Sin embargo nosotros no los comemos a ellos. Es mentira que estemos en la cima de la depredacion, hay muchos animales que no comemos: tigres y leones, elefantes, hipopótamos, jirafas, buitres, águilas, rinocerontes, y un largo etc. ¿Tabú?
ResponderEliminarChesterton, como el whisky, mejor sin hielo.
Victor Menéndez
Estupenda reseña. Es muy de la derecha defender un presunto sentido común de la gente ordinaria contra la sofisticación imbécil de lo que ellos llaman " progresistas." Este populismo conservador (en antipopulistas declamatorios) es risible y lo practicaba con cierta gracia Mariano Rajoy: las cosas, como tienen que ser, decía el hombre de Pontevedra. A saber cómo tienen que ser las cosas. Por lo visto, el matemático Moreno Castillo es de la misma escuela. Se inventa el maniqueo y listos. Claro que quien inventa un maniqueo acaba descubriendo su propia tontería.
ResponderEliminarSería fascinante reconstruir los orígenes del odio de la derecha contra la pedagogía. Posiblemente, su raíz se encuentre en los mostrencos que defendían en pleno siglo XVIII, el siglo educador, las altas virtudes del potro, la rueda y el absolutismo contra la nefanda "filosofía." Además, el progresismo español siempre ha sido "pedagogista": desde la Constitución de 1812 hasta la Institución Libre de Enseñanza, bestia negra para los conservadores. La defensa de los valores de lo espontáneo, agresivo y viril contra la pedantería de la izquierda es un tópico de las derechas, que el fascismo llevará a la locura. Ahora los malos son las/los feministas, pacifistas, republicanos, funcionarios o "separatistas"; ayer,la lista era también cuantiosa, aunque la agresividad mucho mayor. En el 36 y después los cruzados por la fe contra la razón pedagógica se cargaron a unos 100.000 españoles en nombre de Dios etc etc. Últimamente, se dedican a decir tonterías con aire profético y a quejarse de los males de la patria. Alguien dirá: usted incurre en el mismo vicio que critica. Es posible.
Totalmente de acuerdo con la valoración de Chesterton: maravilloso contador de historias, nefasto pensador. Chesterton era brillante e ingenioso, pero razonaba como un cura charlatán o como Savater.
Un cordial saludo.
Curioso comentario. Pero la pedagogía viene de mucho más atrás, de Socrates y Platón, cuando menos.
EliminarHablas del siglo XIII. El origen de la enseñanza tal como la conocemos está en los gremios, no en el "Emilio" de Rousseau.
Querido abc, pon tu el cuello en la guillotina de los "filósofos".
Víctor Menéndez