Volvoreta. El
secreto de Barba Azul. Las siete columnas. El bosque animado.
Wenceslao Fernández
Flórez
Edición de Miguel
González Somovilla
Biblioteca Castro.
Madrid, 2021.
Hay escritores a los que, siempre que se les recuerda, se
recuerda que están olvidados. Ocurrió con César González-Ruano, con Chaves
Nogales, con Elena Fortún; está comenzando a ocurrir con Francisco Umbral. A
González-Ruano se le rescató del olvido para devolverle, tras acusaciones
varias, al más piadoso olvido; Chaves Nogales y Elena Fortún parecen estar de
moda; no es aventurado profetizar que pronto dejarán de estarlo.
Wenceslao
Fernández-Flórez pertenece a esa clase de escritores, muy leídos en su tiempo,
que dejaron de serlo cuando pasó ese tiempo. Pero siempre tuvo lectores que le
recordaran y buscaran sus libros, sobre todo en las librerías de viejo, y
críticos que se ocuparan de él, comenzando por José-Carlos Mainer, en el polo
opuesto de su espectro ideológico.
Que Fernández
Flórez fue un escritor de derechas, confortablemente instalado en el ABC, no es algo que pueda ponerse en duda.
Pero su derechismo ofrece muchos matices. Pocos ataques tan contundentes a la
hipócrita moral de la católica España como su todavía impactante Relato
inmoral (1927); pocas críticas tan irónicamente precisas a los pilares de
la sociedad burguesa como Las siete columnas, una de las tres novelas
que Miguel González Somovilla rescata ahora en una colección —la mejor que se publica
actualmente— de “Autores clásicos españoles”.
Todos esos matices, que aproximaban
a Fernández Flórez, al igual que a su paisano Julio Camba, a cierta acracia, se
perdieron, como no podía ser de otra manera, en el 36. Tuvo entonces que
esconderse en diversos domicilios y refugiarse primero en la embajada de Argentina
y luego en la de Holanda para salvar su vida en un Madrid donde múltiples
milicias revolucionarias campaban sin control. Contó el horror de aquellos días
en una serie de crónicas que fueron apareciendo en un periódico lisboeta, Diário de Notícias, y que en esa su
versión portuguesa serían recogidas en un volumen, O terror vermelho (1038), como parte de la propaganda franquista.
Ahora se traduce al español ese
volumen, que Fernández Flórez nunca quiso incorporar a su bibliografía, y que
Miguel González Somovilla considera como la primera parte de una trilogía sobre
la guerra civil que se continuaría con Una
isla en el mar rojo y La novela
número 13. Pero no hay tal trilogía. El
terror rojo, poco después de publicado, sería reelaborado y convertido en Una isla en el mar rojo. Aquellas
crónicas de urgencia, escritas en primera persona, se pasarían a la tercera y
se les añadiría una ligera trama novelesca. Fernández Flórez lo deja claro en
la nota preliminar, en la que afirma que no sabe cómo clasificar su libro si
como novela (“es más bien hijo de mi memoria que de mi fantasía”) o como
historia (“pero hay un hilo irreal con que van unidos los sucesos”). Casi todas
las páginas de El terror rojo pasan
tal cual al nuevo libro, pero se atenúan o desaparecen los más feroces ataques
a los políticos republicanos. Fernández Flórez había logrado salvar la vida
gracias a la intercesión de Indalecio Prieto y, sobre todo, de Julián
Zugazagoitia, a cuyo favor testificaría poco después, aunque con menos suerte.
A Fernández Flórez la visión del mundo en blanco y negro propiciada por la
guerra civil le duró poco. En enero del 39, cuando termina Una isla en el mar rojo, ya conocía lo suficientemente la
retaguardia de la zona nacional para saber que arribistas y asesinos (aunque
esto último no lo podía decir) había en los dos lados. Pocas veces una novela
presuntamente panfletaria termina con un dardo al propio bando que dice
defender. Al incorporarse, desde Francia, a la zona “liberada”, coincide el
protagonista con un empleado ministerial que le cuenta su vida y el futuro
prometedor que le espera muerto Rivas, su jefe. “¿Anselmo Rivas? No murió,
estábamos en la misma Legación y aún queda allí, sano y salvo”. La desilusión
de que aquel hombre que esperaba un futuro glorioso en la nueva España se
expresa en las palabras que cierran la novela: “¡Un hombre como Rivas! ¡Tan
derechista, tan católico, con un cargo tan elevado en la Administración! Pero,
¿a quien matan entonces esos miserables?”
No extraña que al reeditarse algunas
de las novelas de Fernández Flórez en la posguerra, a pesar de que él fuera
amigo personal del caudillo (hasta donde eso es posible), sufrieran cortes de
la censura o de la autocensura. Fernández Flórez nunca fue militarista ni
clerical y por aquellos años, con el ejército y la iglesia, pocas bromas.
Contra lo que algunos pudieran
pensar, no está olvidado Fernández Flórez por ser un escritor de derechas, sino
porque el tiempo no perdona y buena parte de su obra —fue un escritor prolífico
y desigual— ha envejecido y perdido la gracia de una comicidad con frecuencia
un tanto mecánica. De las cuatro novelas que Somovilla rescata, la primera, Volvoreta,
su primer gran éxito, es un melodrama costumbrista algo alejado de la
sensibilidad actual. Las dos novelas siguientes, El secreto de Barba Azul y
Las siete columnas podrían
emparentarse con las novelas intelectuales de Pérez de Ayala y con las vanguardistas
de Jardiel Poncela. Su pesimista reflexión sobre la condición humana evita la
solemnidad y nos llega envuelta en sales irónicas que la preservan del
enmohecimiento.
Pero a quien no conozca, o tenga
prejuicios sobre Fernández Flórez, yo le aconsejaría que comenzara su lectura
por cualquiera de las “estancias”, así llama a los capítulos, que constituyen El bosque animado. La titulada, por
ejemplo, “Primavera en el pazo”. Si después de leer esa maravillosa historia de
amores y encantamientos, no queda deslumbrado para siempre es que carece de
sensibilidad literaria.
El
bosque animado se publicó por primera vez en 1943, pero había comenzado a
escribirse mucho antes, en los años veinte, cuando algunas de las historias que
lo componen aparecieron en la prensa. Tras la literatura militante, en una
España que no le gustaba del todo, pero que no admitía la menor discrepancia,
Fernández Flórez quiso volver los ojos a una Galicia de otro tiempo y al margen
del tiempo, a lo más cercano al paraíso que había conocido y nos dejó un libro —no
una novela, cada “estancia” vale por sí misma— en el que se entrelazan mil y
una historias a la vez cotidianas y prodigiosas, una particular reescritura de la
que más de una vez declaró su obra favorita, Las mil y una noches.
No se limita Fernández Flórez a ser
el autor de El bosque animado, pero le bastaría este título para ocupar
un lugar de excepción en la literatura española.
A mi no me parece que Fernández Florez haya sido maltratado por la posteridad. Le salva su relación con el cine, también fue guionista, y su fino sentido del humor. Por supuesto "El bosque animado", y la brillante adaptación cinematográfica de José Luis Cuerda.
ResponderEliminarPero muchos de sus relatos "menores" hoy se leen con una sonrisa. "El hombre que compró un automóvil", etc. Retrato además de una sociedad felizmente superada.
Victor Menéndez
Acabo de leer esa deliciosa maravilla titulada "Primavera en el pazo". Ahora leeré el resto del libro. Muchas gracias por la recomendación.
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