José Luis Cano y la memoria del 27
Silvia Gallego
Serrano
Centro Cultural de la
Generación del 27. Málaga, 2021.
Melancólico destino el de José Luis Cano. Durante cuarenta
años manejó el poder literario en la España de Franco, aunque por delegación;
luego, en los nuevos tiempos de la democracia, sería arrumbado por unos y por
otros.
Tras la guerra civil, hubo varios
intentos de reanudar la vida literaria, recosiendo desgarraduras. En dos de las
principales actividades, intervino muy activamente José Luis Cano: la creación
de Adonáis y la fundación de la revista Ínsula.
En ambos casos, contaba con un mentor importante, Vicente Aleixandre, quien
encabezaba la resistencia interior en el mundo literario, sobre todo poético, frente
a los Rosales, los Panero, los intelectuales del régimen agrupados en torno
al Instituto de Cultura Hispánica y la
revista Cuadernos Hispanoamericanos.
Tanto la
colección y el premio Adonáis como la revista Ínsula siguen existiendo hoy, pero ya no son lo que eran, solo
mantienen el nombre. Adonáis fue importante, con alguna excepción, durante
veinte años, hasta 1963, que fue cuando Cano dejó de hacerse cargo de ellos. Ínsula, a partir de los años ochenta,
cuando paso a depender de la editorial
Planeta. Se convirtió entonces en una publicación universitaria, de escaso
interés literario, dedicada a editar los trabajos necesarios para la promoción
de los profesores.
Durante
cuarenta años, Ínsula marcó el rumbo
de la literatura española que iba surgiendo al margen de las directrices
oficiales y recuperó a los autores exiliados. Gracias a ella se volvió a hablar
en España de Cernuda, de Max Aub, de Francisco Ayala, de tantos nombres básicos
del siglo XX.
José Luis
Cano, nacido en 1911, había estado en contacto con el grupo malagueño de los
poetas del 27. Mantenía una relación casi fraternal con Emilio Prados y una
admiración incondicional hacia Luis Cernuda, que se aprovechó lo que pudo de
sus servicios y siempre le trató con poca consideración.
José Luis
Cano, activo divulgador literario, contribuía a formar prestigios desde su
sección “El libro del mes”, de la revista Ínsula
y desde sus antologías.
Las malas
lenguas decían que un poco afortunado poema de Cernuda (“Lo ruin en tu sino /
no excluye lo cretino…”) se lo había dedicado a él en un momento de irritación
(el destinatario parece ser más bien Emilio Prados, una de las bestias negras
de Cernuda). Unas líneas del diario de Jaime Gil de Biedma, del que se publicó
un anticipo en 1974 con el título de Diario del artista seriamente enfermo (más valioso por cierto el anticipo que el
diario completo), debieron de dolerle especialmente: “Voy esta mañana a
ver a José Luis Cano en CAMPSA. Cano es
una nulidad respetable y obligada. Para quien utilizase su revista Ínsula —Ínsulsa que
decía Natalia Cossío— como instrumento de medir la temperatura intelectual en
nuestro país, él poesía un valor de referencia grandísimo: era el cero en el termómetro.
Uno podía confortarse pensando que el poeta Regúlez está generalmente a
diecisiete sobre Cano y tiritar de tedio con el crítico Gutiérrez, cuyos artículos
marcan nueve bajo Cano. Se trataba además de un cero relativo y medido en estrictos
grados centígrados. Ahora la revista Ínsula lleva varios meses
suspendida y ni termómetro tenemos”.
La displicencia de Gil de Biedma
representaba una idea generalizada. José Luis Cano tenía aspiraciones
literarias —había publicado varios libros de versos—, pero pocos las tenían en
cuenta. Era solo un servicial secretario de los Vicente Alexandre y de los
grandes nombres del exilio.
Antes de desaparecer por el
escotillón (como García Nieto, como Leopoldo de Luis, como tantos nombres de
entonces), tuvo su momento de gloria con la concesión del premio Nobel a
Vicente Aleixandre; era como si le hubiesen dado a él, que siempre estuvo al
lado del maestro. Tras la muerte de Alexandre, en 1984, publicó su
correspondencia y el libro que, a la larga, será no solo el más interesante de
los suyos, sino también quizá de Aleixandre, Los cuadernos de Velingtonia.
José Luis Cano murió en 1999, cuando
ya era un hombre de otro tiempo al que de vez en cuando se le dedica algún
homenaje más o menos municipal.
Quiso, en los últimos años, volver a
la creación literaria, dejar de lado su papel de turiferario del 27 y de los
ingratos poetas jóvenes. Publicó varios tomos de memoria, nuevos versos. Pero si se le
recuerda, si se le seguirá recordando y leyendo, es por una obra en la estela
de las Conversaciones con Goethe de Eckermann o de otra obra más cercana
y poco conocida, pero que no cansa nunca, el Juan Ramón de viva voz, de
Juan Guerrero Ruiz, cofundador con él de Adonáis y con quien tiene tantos
puntos de contacto.
José Luis Cano merece un libro muy
distinto del que le dedica Silvia Gallego Serrano, José Luis Cano y la
memoria del 27, demasiado oficialista y poco comprensivo, muy tesis
doctoral en el peor sentido de la palabra, muy lleno de convencionales palabras
de homenaje. Ciertos aspectos de la biografía del escritor --su papel durante
la guerra civil, su trabajo como funcionario en CAMPSA que le permitió ejercer la mal
pagada profesión de crítico--, merecían haber recibido alguna atención. Y
también el loco amor que le llevó a romper una relación de medio siglo y que le
inspiró los Poemas a Susana (1978),
entonces una alumna suya –un poco a la manera de la Katherine Whitmore de Pedro
Salinas—y luego profesora de literatura. No parece que ella participara de esa
pasión. En este libro, le recuerda así: “Para mí, José Luis Cano era y sigue
siendo un ser irrepetible: un padre y abuelo devoto, un amigo como ningún otro
–nos hacía creer a todos que nosotros éramos
su amigo a amiga mejor--, un gran aficionado del cine, y una piedra angular en
la literatura hispánica del siglo XX”. Seguro que esas palabras, de hacer
llegado a conocerlas, le dolería bastante más que las del hiriente Jaime Gil de
Biedma.
Supongo que "Las conversaciones de Velingtonia" de que aquí se habla serán en realidad "Los cuadernos de Velintonia" (aquí: https://books.google.es/books/about/Los_cuadernos_de_Velintonia.html?id=4NqxAAAAIAAJ&redir_esc=y), y que ése es el libro "en la estela de las Conversaciones con Goethe de Eckermann" por el que "se le seguirá recordando y leyendo".
ResponderEliminarExacto, Jose.
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