La frontera
interior
Viaje por Sierra
Morena
Manuel Moyano
Prólogo de Sergio del
Molino
RBA. Barcelona, 2022.
En varios pasajes de su sugerente La frontera interior,
cuando tiene algún problema para acceder a un determinado lugar, indica Manuel
Moyano a sus interlocutores que está “escribiendo un libro”, que no viaja por
viajar, sino para dejar constancia de lo que ve. El viaje está en el origen de
la literatura, pero no de esta manera: no se viajaba para escribir, sino que se
escribía porque se había viajado y se habían visto cosas insólitas.
Los diarios
de viaje en un principio se escribían para recordar, no para publicar, aunque
muchos acabaran publicados, por el propio autor o póstumamente. Con la
aparición del periodismo, el viaje comenzó a hacerse y escribirse a la vista de
los lectores, en crónicas semanales o diarias: si Azorín —todavía José Martínez Ruiz— sigue
la ruta de don Quijote es para irla contando, día tras día, a los lectores de El
Imparcial.
Manuel
Moyano, buen discípulo en esto de los hombres del 98, elige para su ruta la
España interior, no destinos exóticos. “Viaje por Sierra Morena” se subtitula
su libro. Tiene Sierra Morena una larga leyenda de bandoleros y está muy
presente en la literatura española. “¡Qué bien los nombres ponía / quien le
puso Sierra Morena / a esta sierra mía!”, escribió Antonio Machado. Pero Manuel
Moyano concibe la feliz idea, no de atravesarla por alguno de los pasos que
unen la Meseta con Andalucía (el de Despeñaperros es el más famoso), sino de
recorrerla desde el Este hasta el Oeste, desde la provincia de Jaén hasta
tierras portuguesas. Eso le obliga a viajes en zigzag y a pisar lugares casi
fantasmales.
Manuel
Moyano es autor de novelas y relatos (algunos de sus microrrelatos figuran en
las mejores antologías del género) de corte fantástico o próximo a la ciencia
ficción. Se considera heredero de Poe, más que de Chejov. Uno de los escritores
que viven en la zona, y con el que previamente ha contactado, el poeta
Alejandro López Andrada, le refiere su encuentro con un fantasma, que también
ha contado en un conocido programa de televisión, la del Enlutado, una especie
de monje con capucha que se aparece de vez en cuando en carreteras apartadas.
El viaje
comienza en Aldeaquemada y entre sus primeras etapas se encuentra La Carolina,
lo que le sirve al autor de pretexto para narrarnos la historia de la
colonización de aquellas tierras en tiempos de Carlos III; termina en Rosal de
la Frontera y en Vila Verde de Ficalho, que son los lugares que vieron los
últimos días de libertad de Miguel Hernández. Fue una cuestión de mala suerte lo
que llevó a la detención del poeta cuando quiso pasar a Portugal: intentó
vender el reloj de oro que le había regalado Vicente Aleixandre con motivo de
su boda y creyeron que lo había robado y lo devolvieron a España: “Pero cuando
el comandante del puesto iba a soltarlo porque no tenían nada contra él,
apareció en Rosal un guardia civil de Callosa de Segura, pueblo vecino a
Orihuela, que lo identificó al instante. Se llamaba Salinas. Al verlo, Miguel
se levantó hacia él con los brazos abiertos, pensando que ya estaba salvado.
‘¿Tú lo conoces?’, le pregunta el comandante del puesto. Y el guardia va y le
contesta: Este es el rojo más hijo de puta de toda España. Este ha matado más
gente con su pluma que otros con sus fusiles”.
También
Cervantes, como no podía ser de otra manera, tiene su lugar en estas páginas.
La Venta de la Inés, escondida en el antiguo Camino Real entre Córdoba y
Toledo, mencionada en Rinconete y Cortadillo, parece guardar todavía el
eco de las pisadas del autor del Quijote.
Pero el
escritor más presente en estas páginas es un poeta de Fuenteheridos, pueblo de Huelva,
traductor de Pessoa, creador como él de heterónimos, como Violeta G. Rangel,
ganadora de un importante premio con un libro de versos en que contaba sus
experiencias como prostituta en las Ramblas de Barcelona, y todo un personaje,
Manuel Moya, al que solo conocía por fotografías: “La profusa barba blanca y
una larga melena gris, el continente corpulento y un nulo atildamiento en el
vestir hacían de él, cuanto menos, un personaje singular, una mezcla entre
Falstaff y Carl Marx”.
A Manuel
Moyano le gusta referirse pormenorizadamente a lo que come y lo que bebe, y por
eso deja constancia de que en casa de su casi homónimo Manuel Moya le ofrecen
un “banquete pantagruélico”.
El lector
se siente a gusto acompañando a este viajero que no se refiere a sí en tercera
persona (siguiendo el manido ejemplo de Cela y su Viaje a la Alcarria) y
escribe sin amaneramientos estilísticos, al que le gusta hablar con la gente
(no solo con los cronistas de los pueblos y los poetas de la zona) y de vez en
cuando nos deja precisas estampas impresionistas de lugares recónditos.
Cerramos La
frontera interior y nos quedamos con ganas de buscar unos días libres,
coger el coche y hacer un paréntesis en la vida cotidiana y acercarnos hacia
unos lugares que han dejado su huella en la historia —por aquí tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa— o
que parecen estar al margen del mapa y del calendario, lo que quizá sea el mejor
efecto que puede hacer en nosotros un libro de viajes.
Un par de errores. El primero, la cita de Antonio Machado. Lo que él realmente escribe es: "¡Que bien los nombres ponía / quien puso Sierra Morena / a esta serranía!" (sobra el "le", y no es "sierra mía", sino "serranía"). Y el segundo, Falstaff, no "Falstatt".
ResponderEliminarCorrijo el segundo. El primero, no: la memoria tiene sus derechos, que yo respeto siempre. La poesía culta, como la poesía popular, está viva porque los lectores la hacen suya.
ResponderEliminarCorrije, hombre, corrije/ no te empeñes en errar/ ese "le" que has añadido/ hace reír y llorar.
ResponderEliminarNunca es un hombre más alto que cuando está de rodillas.
Cito de memoria.
EliminarCorrige, hombre, corrige/ no te empeñes en errar/ ese "le" que has añadido/ hace reir y llorar.
ResponderEliminar(Ves que sencillo es)
Las páginas dedicadas a Fuenteheridos, Manuel Moya y la parte de Huelva correspondiente a la Sierra Morena son deliciosas. En mi opinión, la novela "Tierra negra" es de las más singulares escritas sobre la guerra del 36. Lo de las siete bibliotecas, antológico, y las botellas de vino del Alentejo, pues, qué contar.
ResponderEliminarPor cierto, salvo influencia juanramoniana, se escribe, creo, "corrige", que no "corrije".
Yo recuerdo un problema, si así se le puede llamar, en la Universidad, por escribir "entregué", y no "entrege" (tilde en la última e), como pensaba la profesora.
ResponderEliminarQué nivel.
Victor Menéndez