Querido Antonio:
aquí, como siempre
Ángel González
Edición de Marina
Gasparini Lagrange
Papeles Mínimos.
Madrid, 2022.
Para la mayoría de los lectores y estudiosos de Ángel
González resultará una sorpresa la aparición de un nuevo libro suyo de
sugerente título: Querido Antonio: aquí, como siempre. Contiene su
correspondencia con Antonio Navas Jiménez, hijo de un represaliado del
franquismo, emigrado a Venezuela en 1959.
Antonio
Navas Jiménez no era escritor, pero sí un gran lector que gustaba de mantener
correspondencia con los autores que admiraba. Y ayudarles en lo que podía desde
la entonces rica y libre Venezuela. No sabemos cómo entró en contacto con Ángel
González. En la primera carta, de 1968, comienza el poeta agradeciéndole los
libros que ha recibido y solicitándole dos “que aquí no han llegado y —por lo que parece— van a tardar
en llegar”: La vuelta al día en ochenta mundos, de Julio Cortázar, y Cambio
de piel, de Carlos Fuentes. Él a cambio le envía un libro de Goytisolo y
otro de Valente. “Ya que pienso que la poesía le interesa”, escribe, lo que
indica que entonces apenas se conocían.
Durante los diez años siguientes,
sigue el intercambio de libros, discos y revistas, a la vez que la
correspondencia se va haciendo más personal. La carta del 22 de julio de 1969
comienza así: “¡Cuánto tiempo sin escribirte! Ahora, mi pereza habitual se vio
complicada con la peor noticia que he recibido en mi vida: la muerte de mi
madre, ocurrida el pasado día 12, de la que me enteré por teléfono, cuando
menos lo esperaba. El corazón le falló de una manera imprevista y fulminante.
Tú la conociste y puedes imaginarte lo que significaba para mí”.
Pero no abundan los desahogos
personales de carácter íntimo. En esa misma carta —tras agradecerle los discos
de jazz que ha recibido y comunicarle el envío de un número de Cuadernos
para el diálogo y otro de Ínsula— pasa a hablar de la situación
política, que es el otro leit motiv de esta correspondencia: “Como ya
sabrás, mañana ‘coronan’ a don Juanito. Todo sucede ante la indiferencia
popular, cuya atención está más pendiente de la vuelta ciclista a Francia que
de otra cosa. ¡Qué país!”. Ese don Juanito —al contrario de lo que se indica en
el índice onomástico final— es Juan Carlos de Borbón, proclamado por esas
fechas príncipe de España y sucesor del Generalísimo, no su padre.
Comparte Ángel González con su
corresponsal la exasperación ante la prolongación de una dictadura que parecía
no iba a acabar nunca. Desde Albuquerque, Nuevo México, le escribe el 25 de
octubre de 1974: “De España no sé nada. Ayer mandé una suscripción a Triunfo,
porque no se puede vivir en tal indigencia de noticias de nuestro país.
Cuando estuve allí, parecía que iba a presenciar el entierro del anciano
general. Pero el hijo de puta se recuperó, según parece, y otra vez está al
frente de los destinos patrios. ¡Increíble!”
Esa exasperación explica ciertas
bromas sobre ETA
(p.
112) y el FRAP
(p,
134) que hoy no se pueden repetir sin causar un farisaico escándalo y ocasionar
algún denuesto a la figura del poeta. También muy de otro tiempo son los
garabatos de mujeres desnudas, y los textos que los acompañan, que Ángel
González envió a su amigo y que se incluyen en esta correspondencia. El gran
poeta parece en ellos un españolito más de los que protagonizan las películas
de Mariano Ozores o Alfredo Landa.
Más que
literario, el interés de esta correspondencia es sociológico y biográfico.
Aporta muchos datos sobre la estancia del poeta en Estados Unidos, sobre sus
dificultades para obtener un puesto permanente en una universidad americana y
sobre sus trabajos de crítica literaria. También explicita que era lo que
aspiraba a conseguir, y al fin consiguió. En diciembre de 1976, escribe:
“Acaban de concederme el tenure (o permanencia) en la universidad: falta
solo la decisión del presidente, pero no habrá problema. Con eso espero
realizar mi sueño dorado: trabajar solo cuatro meses aquí y pasarme el resto
entre Latinoamérica y España”.
No se
explaya demasiado Ángel González en los asuntos más personales. “Ya está
conmigo Shirley”, le escribe en enero de 1973, y el primero de mayo siguiente:
“Como sabrás por nuestros amigos comunes, ya me casé”. La correspondencia aporta
nuevas pruebas para lo que ya sabíamos: que los primeros trabajos de Shirley
Mangini —el excelente libro sobre Gil de Biedma publicado en 1980— son en buena
parte obra de Ángel González: “Tenía que haber entregado la conferencia escrita
hace más de quince días, pero no la terminé hasta ayer. Trabajé duro, sin
levantar cabeza; porque, además, estoy metido también en la corrección de la
tesis de mi mujer, que tiene que entregar dentro de un mes —y también es una
tarea dura”. De hecho, cuando algún capítulo del Gil de Biedma se
anticipó en la revista Prohemio aparecía firmado conjuntamente por
Shirley Mangini y por Ángel González.
Ayuda este
epistolario (que contiene abundantes fotografías inéditas del poeta, además de
los facsímiles de las cartas) a un mejor conocimiento del ciudadano Ángel
González, a la vez que vierte luz sobre otro español ejemplar, Antonio Navas
Jiménez, pero resulta prescindible para quienes solo se interesan por la poesía
del autor de Palabra sobre palabra.
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