La felicidad de
hacer libros
Leonardo Sciascia
Edición de Salvatore
Silvano Nigro
Libros del Kultrum.
Barcelona, 2022.
Raro oficio el de editor porque no es un oficio, sino varios,
al frente de los cuales están un empresario y un artista. Una editorial,
pequeña o grande, es como cualquier otra empresa: fabrica, en sentido amplio,
unos productos que ha de colocar en el mercado y cuyos ingresos han de ser
superiores a los costes, dar beneficios. ¿Se requiere ser experto en lavadoras
para ser dueño de una empresa de lavadoras? No necesariamente; basta con poner
al frente a la persona adecuada. ¿Tiene que ser un gran lector un editor o el
dueño de una librería, o de una cadena de librerías, por citar otra actividad
relacionada con el libro y, por ello, un tanto mitificada? Puede serlo, como
Janés, o no serlo, como parece que no lo era José Manuel Lara.
En 1969,
Enzo y Elvira Sellerio crearon en Palermo la editorial a la que dieron su apellido.
De dirigirla se ocupó desde el principio el escritor Leonardo Sciascia, gran
amigo de ambos, aunque nunca figuró formalmente como tal ni cobró por ello.
Sciascia creó colecciones, seleccionó los títulos a publicar, revisó
traducciones y escribió los paratextos, no solo las solapas —hoy contraportadas— de los
libros, sino también textos para marca páginas, para los comerciales, incluso
se ocupó de la relación con los autores. Sellerio fue así tan obra propia como
cualquiera de sus libros. Editaba obras breves, semejantes a las que escribía, muchas
veces centradas en Sicilia (una isla que es un género literario en sí misma),
rarezas a las que había llegado por su pasión de bibliófilo, obras colectivas
dirigidas y prologadas por él. Suyos eran los títulos de las colecciones y a él
se debía el rescate de trabajos perdidos en revistas eruditas.
En 2003 se reunieron por primera vez
los textos anónimos que Sciascia había publicado en Sellerio; se reeditaron,
aumentados, en 2019. Ahora se traducen al español con el añadido de un prólogo
de Giovanna Giordano, que es una espléndida pieza literaria en sí mismo.
En uno de los capítulos de su libro La
marca del editor, Roberto Calasso escribió: “La solapa es una forma
literaria humilde y difícil, que espera todavía quien escriba su teoría y su
historia. Para el editor suele ser la única ocasión de señalar explícitamente
los motivos que le han impulsado a escoger un libro determinado. Para el lector
es un texto que se lee con sospecha, temiendo ser víctima de una seducción
fraudulente”.
Las solapas de Leonardo Sciascia
tienen a menudo un valor independiente, se leen como los apuntes de uno de sus
libros de apuntes, Negro sobre negro, por ejemplo. Pero otras veces
entran en precisiones que parecen más propias de una nota a pie de página,
carecen de ese valor promocional —la solapa forma parte de la publicidad
editorial— que parece intrínseco al género.
La solapa es un arte, y si no está —no
puede estar— siempre redactada por el editor, en el segundo de los sentidos del
término, el de director literario, ha de estar siempre revisada por este,
especialmente si, como ocurre a menudo, quien redacta el primer borrador es el
propio autor. Roberto Calasso, un editor artista que ha reunido en volumen las
solapas que escribió para su editorial Adelphi, las definió como “una estrecha
jaula retórica, menos esplendente pero no menos severa que la que puede ofrecer
un soneto”, que debe constar de una pocas palabras eficaces “como cuando se
presenta un amigo a un amigo”.
No solo aparecen solapas en La
felicidad de hacer libros —hermoso título—, sino también “Fichas de
presentación de las colecciones”, “Textos del editor” o los prologuillos a los trabajos
seleccionados en dos libros colectivos, uno sobre los escritores y el fascismo
y otro, en varios volúmenes, sobre Sicilia.
No todas estas prosas rescatadas
tienen, ni mucho menos, el mismo interés y es seguro que Sciascia no habría
dado el visto bueno a un volumen semejante. O no lo habría dado sin una adecuada
selección. A veces, lo que más nos interesa es cierto material un poco
caprichosamente añadido. Los dos artículos sobre la estancia en Nápoles de
Oscar Wilde, poco conocidos por su biógrafos, por ejemplo. Uno de ellos es una
diatriba moralizante, pero el otro, aparecido también en 1897, ofrece un
curioso retrato del escritor: “Lo extraño de aquel hombre se percibe cuando
dirige la palabra: uno de los dientes incisivos superiores, más exactamente el
incisivo medio de la izquierda, es una única pieza de oro afianzada a la encía,
el oro también cubre algún otro diente picado; cuando el esteta abre la boca,
el metal destella extrañamente”. Y la extensa nota dedicada a presentar a
Pietro Pisani, en el volumen Delle cose di Sicilia puede incluirse entre
los más sugerentes ensayos de Sciascia.
La idílica relación de Sciascia con
los Sellerio –“iba a la editorial y se quedaba horas y horas reflexionando
sobre papeles antiguos, buscando conexiones entre esos legajos y los tiempos
modernos”— se quebró al final, nadie sabe por qué —“en Sicilia se dice y no se
dice, casi nada es explícito”—, pero Giovanna Giordano aventura una explicación.
Había un pacto tácito entre el escritor y la editorial: no era un colaborador
que cobrara por su trabajo, pero era él quien elegía los libros o daba el visto
bueno. Un día Sciascia tiene que hacer un viaje y a su regreso se encuentra con
unos títulos publicados sin su imprimátur, “y se enfada, se entristece y se
va”. Y Sellerio deja de ser Sellerio, aunque siga llamándose de la misma
manera.
Siempre me ha llamado la atención que Sciascia publicara casi todos sus libros en "Adelphi" y no en "Sellerio" (veo que este sí lo publica la editorial siciliana). Supongo que la causa fue ese enfado que yo, lector temprano de Sciascia, no conocía
ResponderEliminarTodos no, en este libro se publican solapas de algunos de sus libros.
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