jueves, 12 de enero de 2023

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De guerra, revolución y otros artículos
Sofía Casanova
Edición de Amelia Serraller Calvo
La Umbría y la Solana / Los libros de frontera d. Madrid, 2022.

Entre los grandes periodistas de los años veinte, había una mujer que tuvo tanta fama en su tiempo como los Julio Camba o los Chaves Nogales, pero mucha menos reconocimiento posterior. Vivió casi cien años, estuvo en el centro de algunos de los acontecimientos más trascendentales del siglo XX y supo contar lo que vio con una verdad y una atención al detalle que todavía nos atrapa desde la primera línea.

            La vida de Sofía Casanova  (1861-1958) da, no para una, sino para varias novelas. Se inició en la vida literaria como precoz poeta, apadrinada por Campoamor, y leyó sus poemas ante Alfonso XII; escribió novelas de corte autobiográfico, no exentas de interés, pero lo más perdurable de su obra son las crónicas que, como corresponsal de guerra, envió para el diario ABC a partir de 1914. Comenzaron como una carta noticiosa a su familia, que llegó a manos del director del periódico; este decidió publicarla y firmarle un contrato de inmediato a la autora. Durante veinte años, hasta el comienzo de la guerra civil, su artículos alternaron con los de los más afamados escritores de entonces y fueron recogidos en libro: De la guerra (1916), De la revolución rusa (1917), La revolución bolchevista (1920).

            Sofía Casanova se casó con un profesor polaco y buena parte de su vida transcurrió en Polonia o en Rusia, acompañando a su marido en sus diversos destinos. Tuvo un conocimiento de la realidad europea poco frecuente en los españoles de su tiempo,

Si abundan las crónicas de la Gran Guerra, no son tan frecuentes las de la Revolución Rusa vista por ojos occidentales. De ahí el perenne atractivo de La revolución bolchevista, que ya contó con una reedición, en 1989, acompañade de un excelente estudio. Ahora esos artículos aparecen junto a otros que se quedaron en las páginas del periódico y que ayudan a contextualizarlos.

            Amelia Serraller Calvo ha reunido en De guerra, revolución y otros artículos una amplia muestra de la obra periodística de Sofía Casanova. Deja fuera “Polvo de escombros”, la crónica del primer año de la segunda guerra mundial en Polonia, quizá porque no apareció en el periódico, sino en un libro de 1945 La agonía de Polonia, junto a “Estampas polacas”, de Miguel Branicki. Está escrito a modo de diario o de larga carta a sus familiares en España (curiosamente como sus primeras crónicas): “En la opresión de estos días, ¿cómo seguir estas notas para vosotros, hermanos míos, que no puedo mandar, que quizá no terminaré?”

            Algo tuvo que ver en el olvido de Sofía Casanova, una celebridad en los años veinte, su decidido apoyo al franquismo, como señala Calvo Serraller en el prólogo: “Aunque en el transcurso de la guerra solo estuvo una vez en España, su visita fue magnificada por la propaganda del bando franquista, mancillando su imagen hasta hoy en día”.

No hubo tal magnificación, no era necesaria. Sofía Casanova, monárquica, antirrepublicana, contribuyó decisivamente en Polonia a crear redes de apoyo a los sublevados. Así se cuenta su visita a España el año 1938 en el prólogo a La agonía de Polonia: “Fue recibida muy amablemente por nuestro Caudillo en Burgos; después fue a Salamanca y más tarde a San Sebastián, liberado ya, retornando a La Coruña. En San Sebastián y en Bilbao dio conferencias para hablar, como siempre, del peligro bolchevique, y retornó a su patria de adopción, estallando a poco esta segunda guerra mundial que aún padecemos”.

            Pero la ideología de Sofía Casanova —ligada al nacionalismo español y polaco— no nubló su mirada de cronista. Abundan, por ejemplo, las muestras de su compasión por el pueblo judío, tan odiado entonces en Polonia como en Alemania, aunque no dejara de compartir ciertos estereotipos. Con el título de “La cuestión judía”, se reúnen algunos artículos escritos entre 1919 y 1934. En el último nos cuenta cómo una delegación de rabinos se presenta ante el cardenal de Varsovia para pedir amparo cuando el partido nacionalista polaco, a ejemplo de Hitler, se dedica a perseguirlos. El arzobispo lamenta esos ataques, pero también tiene algo que reprochar: “Aprovecho, señores rabinos, vuestra visita para comunicaros que llegan a mí muchísimas quejas de actos de provocación y de ultraje a los sentimientos cristiano-católicos cometidos por judíos”. Y a continuación habla de ataques de jóvenes judíos armados a católicos indefensos, de su insolencia desafiadora en público, de publicaciones que ofenden a la moral y difunden la más sucia literatura a cargo de editores judíos. Para Sofía Casanova se trata de una “raza sin patria que esconde sus milenarios rencores según las circunstancia con un oportunismo de adulación”.

            Franquista, compasivamente antisemita, eso era Sofía Casanova, pero también una mujer excepcional, a la que las circunstancias situaron en el centro de la tormenta Europea y que supo como nadie contar lo que veía o aquello de lo que tenía información de primera mano, con precisos detalles que luego borraría el torbellino de la historia, como esta estampa del destierro de la familia imperial en agosto de 1917: “Subieron al tren los viajeros; cerrárronse las portezuelas y el zar, en la de su coche, miró a Kerenski, plantado frente a él en el andén. Solo los ojos hablaron en el encuentro de la mirada, y no se despidieron para siempre. Esos dos hombres han de volverse a encontrar, y acaso las veleidades del Destino proporcionen la ocasión al desterrado monarca —o a los suyos— de devolver a Kerenski bien por bien, pues si sanos y salvos han salido del volcán revolucionario los sin corona, saben a quien se lo deben”. En agosto de 1917, la historia no estaba escrita, la revolución de octubre no parecía inevitable.

            Lección de historia, viaje en el tiempo, lección de vida esta recopilación de crónicas periodísticas. Lo fugitivo permanece y dura.



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