Los hombres de
Felipe VI
José Apezarena
Almuzara. Córdoba,
2022.
De la monarquía reinstaurada por Franco y avalada por la
constitución de 1978, creíamos saberlo todo y en realidad no sabíamos nada —o no queríamos saberlo— de
lo fundamental. Poco a poco la realidad va sustituyendo a la complaciente
ficción. Los hombres de Felipe VI cuenta la vida del actual jefe del
Estado a través de quienes se ocuparon de su formación y fueron y son sus más
directos colaboradores. Hace también un relato del reinado —muy poco ejemplar— que le
precedió.
José
Apezarena no escribe en contra, sino a favor de la monarquía, y por eso acepta
todos sus presuntos logros, como que el rey Juan Carlos salvó la democracia el
23-F. Desde las primeras páginas, sin embargo, apunta hechos que dejan pocas
dudas sobre la implicación, mayor o menor, del rey en la intentona.
Julio
Antón, quien de los ocho a los quince años hizo de “ayudante, profesor,
compañero y hasta ‘segundo padre’ de Felipe”, cuenta en sus memorias que,
cuando el 23-F fue a buscar al príncipe al colegio Los Rosales, “le sorprendió
la cantidad de guardias civiles desplegados en el trayecto”; de regreso,
comprobó que esa cantidad había aumentado y también que se había añadido otro
coche a la escolta habitual. Más adelante, se indica que “Armada mantuvo su
lealtad hasta el final, porque nunca afirmó de forma contundente que don Juan
Carlos estuviera detrás de la preparación y ejecución del 23-F”, lo que no deja
se ser una manera de dar por sentada la implicación del rey, cosa ya bien
sabida, aunque se siga oficialmente afirmando lo contrario.
Franco fue
el fundador de la actual monarquía y eso siempre lo tuvieron muy presente sus
herederos. Apezarena cita las palabras de Juan Carlos que José Bono recoge en
su diario: “Estáis quitando estatuas de Franco y esas cosas no pasaban ni con
Felipe ni con Guerra… Un día le dije a Santiago Carrillo que no quería que
hablase mal de Franco en mi presencia, porque el fue quien me puso en este
puesto”. Y añadía que se sentía preocupado por si algún día les daba “por
sacarlo de su tumba”.
En 1991 se
entrevistó Juan Carlos con su padre (con quien siempre se llevó peor que con
Franco, que hizo las funcione de padre adoptivo) y, a propósito de la
preocupación de este por los amores de su nieto, le dijo: “A mí también me
preocupa. Felipe no ha salido a nosotros. Le gustan las tías buenas como a
nosotros, pero, en lugar de disfrutar de ellas, como hacemos tú y yo, se
enamora en serio y pretende casarse con quien no debe”.
Esas “tías
buenas” de las que Juan Carlos disfrutaba y de las que no se enamoraba en serio
(como parece que ocurrió con Marta Gayá y con Corinna), ¿dieron siempre su consentimiento
a la relación? ¿Se las gratificó o acalló con dinero público? ¿Intentaron poner
alguna demanda de paternidad? Algún día —y
esperemos que no haga falta la proclamación de la República para ello— se
podrán investigar estas cuestiones.
El machismo del anterior jefe del
Estado, y de quienes le rodeaban y asesoraban, si hemos de hacer caso a
Arozarena, iba incluso más allá del habitual de la época. Según contó Sabino
Fernández Campo a Pilar Urbano, un día Juan Carlos le dijo que Bárbara Rey le
pedía un millón de pesetas. Y esto fue lo que contestó quien entonces era el
jefe de su Casa: “Pues no es tanto dinero, señor. Por lo que oigo esa señora
está de muy buen ver, muy atractiva; es muy cotizada por su imagen y por ahí se
la rifan. Si vuestra majestad divide el millón por las veces que ha estado con
ella, a lo mejor hasta resulta que le ha salido muy barato”.
La opinión que tenían de Eva Sannum
no era mucho mejor. Fernando Almansa, otro jefe de la Casa, afirmó: “Esa chica
ha tenido necesidad de ganarse la vida porque su padre los abandonó. Ha tenido
una vida difícil y se puede enseñar de todo, pero, vamos, enseñar la lencería…
Eso, con todos mis respetos, está a un paso del prostíbulo”. Parece que la
Zarzuela fue la inspiradora de muchos de los artículos contra Eva Sannum que
leídos hoy nos producen vergüenza ajena, por su clasismo, su machismo y su
ignorancia de la historia. Llegó a decirse que no podía casarse con el príncipe
porque no era católica ni española, dos condiciones que tampoco cumplía, cuando
se casó con Juan Carlos, la entonces reina de España (la segunda creo que no la
cumplió ninguna reina consorte).
Tampoco Felipe de Borbón sale
demasiado bien parado de este libro presuntamente apologético. Se insiste mucho
en que, durante su paso por las academias militares, se le trató como a un
cadete más, pero el director de la de Zaragoza le aseguró a Narcís Serra que
“quedaría exento de cualquier trabajo mecánico no acorde con su dignidad”. Habría
que preguntarle a ese director que trabajos mecánicos son indignos.
Pelearse por dinero no parece que lo
sea. Felipe, cuando murió don Juan, recibió cuatrocientos millones procedentes
del legado que Alfonso XIII había dejado para el heredero de la corona. Don
Juan Carlos reclamó ese dinero con el argumento de que Alfonso XIII nunca pudo
prever que él ocuparía el trono antes que su padre. “Trae la pasta”, dicen que
le dijo. “De eso nada”, parece que respondió el príncipe. Tuvo que mediar el
administrador del conde de Barcelona, quien decidió que se lo repartieran a
partes iguales.
La actuación de los guardaespaldas
de Felipe tampoco fue siempre muy ejemplar, al menos si hemos de hacer caso de
los testimonios que recoge Apezarena. Antonio Montero fotografió al príncipe y a
Isabel Sartorius saliendo de un restaurante. Los guardaespaldas se abalanzaron
sobre él. Felipe ordenó: “Que no se lleve el carrete”. Se negó a entregarlo.
Proponía ir a los juzgados de la plaza de Castilla y que decidiera un juez. Le tuvieron
retenido hasta las cinco de la madrugada. El capitán José María Corona —al que
sacaron de la cama para resolver el asunto—, con amenazas —“todo el mundo tiene
algo que esconder”, iremos a por ti—, consiguió que entregara el carrete. Otra
vez, cuando Felipe acompañaba a una amiga, Bibiana Corcuera, hasta su hotel,
“los escoltas colocaron sus armas en la sien de dos reporteros que intentaban
captar el beso de despedida”. Uno de los fotógrafos recordaba lo que le
dijeron: “Te has librado de milagro de que te diéramos un tiro”.
Y a propósito de ejemplaridad una
última anécdota: “Un jeque visitó España y entregó regalos a personas
principales, incluyendo valiosas joyas a la familia real. A Felipe le
correspondió una daga árabe cuya empuñadura estaba incrustada de piedras
preciosas. Mandó desmontarla, y con ellas confeccionó una pulsera que, como
muestra de amor, regaló a Isabel Sartorius, su novia de entonces”.
De Felipe VI se elogia su respeto a
la constitución, en contrate con su padre, “que la pisaba, de un lado y de
otro, y con mucho salero”. En realidad, Juan Carlos no consideraba que le
afectara a él, que ya era rey antes de que se proclamara; se la había concedido
graciosamente al pueblo español, “le había traído la democracia”.
Sabino Fernández Campos, que tantas
confesiones inconfesables hizo sobre Juan Carlos, afirmó que quería irse de la
Zarzuela para salvar su honestidad: “Veía lo que pasaba con gente del entorno,
y cómo estaban implicados, y yo no quería verme salpicado. Eran los tiempos de Mario
Conde. Intentaron meterme, para tenerme cogido, pero me negué. Y empezaron a ir
a por mí”. Más altas instancias no se negaron. Un ejemplo: “Fuentes judiciales
contaron que el rey estaba recibiendo a magistrados del Supremo para
trasladarles que hicieran de modo que lo relativo a Urdangarín quedara
prescrito”. ¿Y no se les ocurrió denunciarlo y pedir amparo al Consejo del
Poder Judicial?
José Apezarena, en las casi
setecientas páginas de Los hombres de Felipe VI, nos cuenta las
biografías de los múltiples servidores que tuvo la Casa Real y lo que más nos
llama la atención es que los mejores de ellos tuvieran que dedicar la mayor parte de su esfuerzo a tapar las
grietas provocadas por el comportamiento poco ejemplar de quien más obligación
tenía de serlo.
Después de leer la crítica, no tengo claro si el libro es sobre los hombres del actual rey o del emérito. Tampoco es que el autor descubra América. A Juan Carlos I nunca le gustó que hablaran mal de Franco, vaya novedad. Por último, no hay ninguna prueba escrita o válida que demuestre que Armada actuara bajo órdenes del Rey. Si el libro es un refrito de dimes, diretes, fotógrafos o enteradillos, no me lo compro. Saludos.
ResponderEliminarEs sobre los hombres de los dos, ya que se ocupa de Felipe VI desde que era príncipe.
ResponderEliminarMuchas de las cosas que en ese libro se dan por sabidas y archisabidas son delitos. Y quien los ha presuntamente cometido era entonces jefe del Estado y utilizó medios públicos para ocultarlos y pagar chantajes.
Uno de sus maestros, Gonzalo Fernández de la Mora, dijo de Juan Carlos I "el demérito" que "era un hombre de corta inteligencia y aquejado de codicia." Que esta banda de gánsteres conocida como la familia Borbón sigan incrustados en la jefatura del Estado, pasándosela de padres a hijos como si fuera de su propiedad y robando a lo grande dice muy poco de nuestro país. También es cierto que los Borbones fueron un regalo de Franco a las generaciones venideras (el otro fue el Valle de los Caídos). Parece imposible librarse de los ladrones y del pedrusco. Son herencias de las que por lo visto los españoles no podemos renunciar.
ResponderEliminarHasta hoy, y que yo sepa, nadie ha acusado al actual rey de "robar a lo grande". Siendo así, hablar, como aquí se hace, de la "familia Borbón", sin otras precisiones, como autora de esos delitos parece más un prejuicio que una opinión ponderada.
EliminarLe recuerdo al yerno Urdangarin. Preso. La infanta Cristina no está presa por ser infanta.
EliminarParece que el padre robó lo suficiente para toda la familia.
ResponderEliminarInteresante respuesta de JLGM, de la que parece que habría que deducir que no basta con condenar a Bárcenas, Javier de la Rosa, Mario Conde o tantos otros defraudadores o corruptos en gran escala, sino que habría que condenar igualmente a sus hijos (todos ellos los tienen). Yo creía, ingenuo de mí, que uno de los principios básicos del derecho es que la responsabilidad de los posibles delitos es individual de cada uno de quienes los cometen, no familiar o grupal. Ya se ve que no siempre, según JLGM, es o debe ser así.
ResponderEliminarSospecho que Jose no es muy ducho en el arte de la deducción. Del comentario anterior lo que se deduce es que resto de la familia no tuvo necesidad de robar (aunque no estoy seguro de que este hecho sea del todo cierto, al menos en el caso de cierto cuñado y señora.)
ResponderEliminarComo de costumbre, empezamos con la descalificación personal; no sería JLGM si no lo hiciera. Supongo que lo mismo se deduce de cualquiera que "robe a lo grande": que el resto de su familia no habrá tenido necesidad de robar, con lo cual merecen, supongo, al menos una condena moral. Extensible, me imagino, al rey actual; aunque "abc", que hablaba de la "familia de gánsteres" "incrustados en la jefatura del Estado", no lo ponga en su respuesta como ejemplo, sino a Urdangarín y a la infanta Elena. Dónde o cómo están uno y otro "incrustados en la jefatura del Estado" no nos lo explica; supongo que para él es obvio, aunque esa condición, la de "jefes de Estado" por parte de ambos, nunca haya sido, que yo sepa, reconocida o proclamada por nadie.
EliminarEjem, ejem, Jose, un poquito de autocrítica no te vendría mal. Decir de alguien que una y otra vez demuestra no ser muy ducho en el arte de la deducción (algo que cualquiera puede comprobar) no es descalificarlo personalmente. O no más que decir que alguien tiene la costumbre de descalificar personalmente, como tú haces. Y no es lo mismo decir "sospecho" que afirmar algo rotundamente, como tú haces. Y por cierto Elena (a quien confundes con Cristina) sí estaba incrustada en la jefatura del Estado, formaba parte de la familia real (y cobraba por ello, como Sofía de Grecia) hasta que fue convertida, tras los escándalos de Cristina y Urdangarin) en mera familia del rey. En fin, en fin, un poquito de autocrítica --repito-- a nadie le viene mal, ni a mí, ni por supuesto a este Jose tan sensible a lo que suene a su descalificación personal y tan poco sensible cuando es él quien descalifica a su interlocutor.
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